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Mientras más muertes ha dejado el Covid-19, menos importancia le dan y esta es la razón

Estamos viviendo tiempos muy complicados en todos los sentidos. La pandemia de coronavirus no sólo ha provocado una crisis económica que no se había visto en años sino que además, las medidas de aislamiento y el distanciamiento social ha significado una verdadera pesadilla para muchos. 

Las cifras de muertes por Covid-19 sigue aumentando, los hospitales están colapsando y el personal está cada vez más rebasado sin embargo, la población parece haber dejado de darle importancia a las medidas de prevención de contagios.

El hartazgo y la desesperación son tal, que algunas personas han comenzado a bajar la guardia, reanudando su vida social y actividades sin tomar las medidas pertinentes. En redes sociales ya no existe la pandemia o al menos así lo hacen ver amigos, famosos o influencers que comparten imágenes de viajes y reuniones como si nada.  Mientras que la comunidad médica ha sugerido que los cubrebocas son el mejor método para prevenir la propagación del COVID-19, muchas personas rechazan su uso. El tema se ha convertido en una guerra solapada por partidos políticos y grupos específicos que desacreditan a la comunidad científica.

Como seres humanos, nos preocupamos mucho por otros. Sentimos una fuerte respuesta emocional cuando vemos que alguien está en peligro o un perro es abandonado. Pero las investigaciones muestran que a medida que los problemas crecen en escala y más personas sufren, nuestra respuesta emocional no aumenta. De hecho, a medida que aumenta el número de víctimas de una tragedia, nuestra empatía en realidad disminuye.

Esto es especialmente cierto cuando la información se presenta en forma de números o estadísticas. Los psicólogos lo llaman adormecimiento psíquico y nos dice mucho sobre la forma en que respondemos, o no respondemos ante grandes crisis.

Paul Slovic, psicólogo de la Universidad de Oregon, compartió un estudio sobre los límites de la compasión humana durante décadas en el que concluyó que «cuanto más mueren, menos nos importa».

«La diferencia entre cero personas en riesgo y una es enorme. Si te digo que hay 87 personas en peligro en alguna situación, y luego te digo que hay 88 no te sentirás diferente», explicó.

Comprender esta respuesta emocional reducida es importante porque nuestros sentimientos tienden a motivar nuestras acciones. Si las personas sienten menos compasión, entonces es menos probable que donen a una causa o tomen una acción que pueda reducir el sufrimiento.

En un estudio de 2014, Slovic registró una disminución en la empatía y donaciones a los niños necesitados, tan pronto como el número de víctimas aumentó de una a dos. En el contexto actual, el adormecimiento psíquico puede hacer que nos tomemos el Covid-19 con menos seriedad. Conforme aumentan las cifras de muertos, tomamos menos medidas preventivas, como usar una máscara o distanciarnos socialmente.

El peligro de pensar que «no pasa nada»

Los investigadores han descubierto que el cerebro humano a veces es demasiado optimista para su propio bien. Muchas personas subestiman la probabilidad de que ocurra un evento fatal que afecte su vida, como un divorcio, un accidente o una enfermedad.

Este fenómeno se conoce a menudo como «la ilusión de invulnerabilidad». Este sesgo nos lleva a creer que tenemos menos probabilidades de sufrir desgracias y más probabilidades de alcanzar el éxito.

Creemos que viviremos más tiempo que el promedio y por ende, más probabilidades de éxito en la vida. En cierto modo, pensar en la realidad es afrontar lo que no queremos, una forma de alimentar la negatividad en nuestro cerebro.

Las consecuencias de tener ese «sesgo optimista» en tiempos de crisis es tomar malas decisiones que pueden tener resultados desastrosos como lo es enfermar.

¿Qué hace que la gente se preocupe?

Las historias individuales pueden tener un efecto profundo en nuestra disposición a ayudar: Una imagen puede hacer que conectemos emocionalmente. Algo como lo que sucede con las fotografías desgarradoras de niños sufriendo en las guerras, un evento que sentimos lejano pero al mismo tiempo asombra. Mientras que las estadísticas nos insensibilizan al sufrimiento generalizado, las historias personales pueden elevar nuestra compasión.

Más allá de los números, hay que pensar en las historias detrás. Lo que hoy se siente lejano, quizá mañana no lo sea. Bien dicen que «Los muertos no importan hasta que no sean los tuyos».  Es momento de dejar el egoísmo y pensar por el bien común tomando en serio la crisis que estamos viviendo.

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