La pandemia de Covid-19 ha sido un verdadero dolor de cabeza para todos. Además del estado de alerta en el que vivimos, el hartazgo ya es un tema de todos los días pero tengo que decirlo para contar esta historia: he tenido la suerte la fortuna de que todos estos meses he podido trabajar desde la comodidad de mi casa, desde una habitación en la que puedo ver los árboles en la calle, sentir un poco los rayos del Sol y tener aire fresco que entra por la ventana. Es decir, el espacio en el que estoy es bastante agradable para sobrellevar una jornada de trabajo completa, sin convivir con nadie y encima, en medio de una pandemia.
Al principio,la idea de poder trabajar en pijama, descalza y sin peinar era un sueño. Según yo, todo ese tiempo que me tomaba arreglarme lo invertiría en horas más eficientes de trabajo y aunque al principio fue así, pronto se convirtió en todo lo contrario. Cada vez me era más difícil concentrarme y mantenerme despierta. Cuando me levantaba para ir al baño, no podía pensar «te ver terrible» e incluso mi voz al teléfono cuando tenía llamadas de los jefes era de aburrimiento total.
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En efecto, mis pocas ganas de arreglarme se convertían en una negación para trabajar.
Había caído en la rutina de «no arreglarme» y eso estaba haciendo todo más difícil y aunque una parte de mí pensaba «¿para qué hacer algo por mi apariencia si de todos modos nadie me va a ver?» otra decía «tienes que arreglarte para ti».
Fue cuando una mañana hice mi rutina como antes de que el caos se desatara. Me levanté de la cama un par de horas antes de mi entrada, me eché agua en la cara para «activar mi cerebro» y me di un duchazo. Me vestí con una camiseta simple pero linda y para seguir con la comodidad sin caer en fachas, me puse unos leggins básicos. Fui a la cocina, me preparé un café y un desayuno decente.y al terminar, me lavé los dientes y me puse un poco de labial y rimel para levantar mis pestañas. Lo cierto es que usualmente dejo que mi cabello rizado y esponjado se acomode solo pero ésta vez lo domé con una cola alta.
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Honestamente pensé que ya era demasiado tarde y que todo ese ritual estaba atrasando mi hora de entrada pero estaba a tiempo y lo más sorprendente es que ¡me sentía llena de energía y con genuinas ganas de empezar a trabajar! Así fue durante todo el día. Estaba tan motivada que incluso terminé temprano y seguía con un buen nivel de energí o lo suficiente para hacer algo más.
Parece un cuento inventado pero a lo largo de los años se ha comprobado que el maquillarte y arreglarte tiene un efecto psicológico importante, lo cual hace que seas más efectiva durante el día.
A los seres humanos nos gusta saber qué va a pasar a continuación y la incertidumbre puede generar ansiedad por lo que el cambio de rutina debido a la pandemia.se ha convertido en un desafío. Ya sea por el aislamiento social, la falta de productividad o la disminución de la actividad física, trabajar desde casa puede hacer que te sientas desde un poco triste hasta completamente deprimido. Esto por supuesto, provoca que arreglarte sea lo último en lo que piensas.
Mientras estás físicamente separada de tus sistemas de apoyo social y tus rutinas se ven interrumpidas, cuidar tu salud mental es tan importante como cuidar tu salud física.
Las principales organizaciones de salud mental, como la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales, recomiendan mantener intactas sus rutinas de «preparación» como una forma de hacerlo.
Entonces, al despertarte trata de hacer a la hora a la que lo hacías antes del home office, vístete con algo que no sea la pijama, péinate y maquíllate como de costumbre, de modo que estarás preparando tu cerebro para un mejor día de trabajo.
¡Qué más da si nadie te ve! ¡Qué más da si estás sola con tu gato! Cada vez que asomes al espejo te verás hermosa y aún estando sentada por horas frente a la computadora, tendrás la sensación de ser una mujer poderosa que está dominando al mundo cual Miranda Presley en The Devil Wears Prada.
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