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La obsesión por convertir nuestra vida privada en un espectáculo

Las redes sociales nos han llevado a necesitar la aprobación de ajenos a través de nuestra vida privada

Vivimos en un momento en el que todo queda exhibido en redes sociales; desde lo que llevamos puesto hasta lo que comemos. Nuestros logros, frustraciones y pensamientos más profundos quedan registrados por siempre, a la vista de todos.

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Nos hemos hecho a la idea de que lo que no se publica, «no pasó» y lo que se publica, debe mostrar nuestro lado más perfecto. Tenemos una sed por los likes, por las vistas y todo se deriva de nuestra necesidad humana por pertenecer.

¿Cuál es la receta del éxito que estamos presenciando en línea? ¿Cómo es que las redes sociales han creado ganchos que nos mantienen aferrados a ellas? Esta pregunta tiene una respuesta bastante simple: nos encanta expresarnos y recibir retroalimentación para aumentar nuestra autoestima.

Las recientes actualizaciones en Twitter y los llamados «fleets» (o historias de Twitter), han puesto sobre la mesa esta necesidad. Y es que aún entre las quejas y las burlas, parece imposible no sucumbir ante la tentación de publicar nuestro día.

Cada vez más redes sociales ofrecen la opción de compartir historias que, aunque sólo se quedan por 24 horas, revelan mucho sobre lo que somos en la virtualidad.

Ya no sólo es una cuestión de tener la foto o el comentario más popular sino de tener el mayor número de personas que nos ven.

Cuando no obtenemos suficientes «me gusta» en una publicación como se esperaba, publicamos otra y así hasta tener una respuesta que nos haga sentir satisfechos; pero ¿realmente llegamos a eso?

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La falta de «popularidad» afecta nuestros pensamientos y aunque suene dramático, puede arruinar nuestro día entero. El sentirnos «fuera de» hace que de una u otra forma perdamos confianza y que tengamos una actitud negativa hacia nosotros mismos, como sentirnos «poco interesantes» o «poco atractivos».

Nos hemos convertido en una generación que se siente insuficiente. 

Estamos sedientos de likes, después de todo, es lo que nos hacer sentirnos queridos. Las redes sociales nos han creado la necesidad de vivir a la altura de un modelo cultural de perfección, lo que nos lleva a caer en un gran estrés y ansiedad constantes.

Es una era de falso perfeccionismo donde todos los días estamos sometidos a la presión de tener el cuerpo ideal, el éxito en nuestras carreras o cualquier otro ámbito.  Las redes sociales ponen expectativas demasiado altas en nosotros mismos, creando un entorno psicológico que es tóxico.

La pandemia también ha cambiado la forma en la que interactuamos con otros, volviéndonos más dependientes de ellas. Ahora queremos demostrarle al mundo que estamos bien, que nada nos afecta, aún cuando por dentro nuestra salud mental esté derrumbándose.

Cada vez nos cuesta más trabajo desconectarnos, cada vez queremos pertenecer más, queremos hacer más alarde de nuestros éxitos para convencernos de que «estamos mejor que otros».

Pero una vez que empiezas, no puedes parar. Por ello, quienes tienen un alto estatus en redes, tienen que seguir alimentando su «perfección» para mantenerlo. Aquellos que no lo tienen, siguen alimentando sus redes con la esperanza de que eventualmente se conviertan en alguien poderoso. Es por eso que los creadores de contenido, bueno o malo, se han convertido en gurús de un estilo de vida perfectamente pensado en ser aspiracional.  

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