Para muchos pareciera que existe mayor paridad entre hombres y mujeres, o equidad de género y que las exigencias actuales, en pro de los derechos del género femenino, son meras exageraciones. La verdad es que son un piso mínimo en lo que respecta a dignidad y derechos humanos.
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En poco más de una década, han existido transformaciones en la vida de las mujeres. En términos políticos, la llegada a la presidencia de Michelle Bachelet el 2006 se transformó en un hito. Ese mismo año, el estallido del movimiento estudiantil que, con mujeres en su dirigencia, sentaría las bases del “Mayo feminista” de 2018, momento cuando las estudiantes, más allá de la lucha del acceso a la educación, propusieron transformar los cimientos, erradicando el sexismo en aulas, currículos y prácticas, denunciando acoso y abuso por parte de profesores.
Pese a que varias leyes han intentado concretar un escenario más equilibrado, todavía no es posible situar a Chile como un país cerca de lograr la igualdad de género. Realicemos un breve recorrido: Ley de Igualdad Salarial (2009), que en la práctica no ha resultado del todo efectiva; Ley de Femicidio (2010), que mejoró en parte la Ley de Violencia Intrafamiliar (2005); y, más reciente, en temas de derechos sexuales, la Ley de Aborto en tres causales (2017), la cual acoge a un porcentaje muy pequeño de las mujeres que, por diversas razones, abortan.
En el Congreso, a más de tres años de ingresado, el Senado aprobó la Ley de Acoso Callejero la semana pasada. Y tampoco se pone prioridad a temas de corresponsabilidad, que permitan una mejor distribución en tareas domésticas y de cuidados, las que históricamente han estado asociadas a la mujer.
Pues bien, tal como plantea la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, la violencia machista es un continuo; presente desde que las niñas nacen y son criadas al alero de estereotipos de género, hasta que envejecen con la precariedad de una pensión menor debido a años de brecha salarial.
Para cambiar esa realidad, es necesario mantener una visión integral del problema. Por lo mismo, pedimos a tres expertas evaluar los últimos doce años y que proyecten cómo imaginan la situación en temas de género para 2030.
Perspectiva histórica: que no decaiga la lucha
La historiadora María José Cumplido, autora del libro Chilenas, explica que aún existe cierta resistencia ante nuestra participación en el espacio público debido a la estructura patriarcal imperante, pero no desconoce una evolución. “El avance viene a partir de las luchas políticas feministas del siglo XX y, ahora en el siglo XXI, las dirigentas feministas, políticas e intelectuales han ido conquistando espacios”.
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Para Cumplido, esta evolución, tiene un primer hito con la lucha por el derecho a voto que lidera el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer (Memch) y Elena Caffarena. La segunda o tercera ola feminista se dio con la instalación de la violencia como un asunto público, durante la dictadura, con la consigna “Democracia en el país, democracia en la casa”. Más tarde, la nueva ola busca hacerse cargo del cambio cultural y la necesidad de que la violencia entre géneros se modifique para construir una sociedad más igualitaria.
Además, según la autora, la aparición de mujeres líderes ha potenciado cambios sociales, tanto en lo político como en lo cultural. “Están Camila Vallejo y Karol Cariola, del movimiento estudiantil; la jueza Karen Atala, por visibilizar las madres lesbianas; Daniela Vega, quien puso en tensión lo femenino y la diversidad que existe de ser mujer, y, en la música, Ana Tijoux, Fran Valenzuela y Javiera Mena”.
Entre las transformaciones más relevantes del último tiempo, la historiadora destaca la fuerza del movimiento feminista desde 2006, pasando por diferentes momentos como la modificación a la Ley de Violencia Intrafamiliar. “Tras la tipificación del femicidio, se fue instalando la idea de que la violencia contra la mujer es cotidiana: la vives en tu trabajo, en el transporte público, en la universidad y en el colegio”.

A raíz de esto, considera que la potencia del movimiento propició las movilizaciones de mayo de 2018. “La última explosión del movimiento feminista fue la más transversal y más masiva de la historia de Chile, y ha logrado que en todas las áreas se hable de feminismo”.
A modo de proyección, su visión se centra en que los cambios culturales serán posibles en la medida en que el movimiento feminista se mantenga ampliando la mirada de la sociedad. “Lo primero es una educación no sexista, que se empiece a ilustrar a las mujeres en distintas áreas y, en términos de leyes, hay que poner ojo porque los derechos siempre se pueden perder, como sucedió con la Ley de Aborto que se abolió en dictadura”.
Transformaciones traen transformaciones
La socióloga Andrea Sato, parte del equipo de Fundación Sol y especialista en el área de derechos colectivos, plantea que en los últimos años hemos sido testigos, más que de avances, de transformaciones.
En las últimas décadas, la composición de los hogares chilenos ha cambiado. Si en 1990, 7 de cada 10 hogares tenía un modelo tradicional de familia heterosexual, con un hombre proveedor y mujer cuidadora; hoy esa realidad sólo aparece en 4 de cada 10. Esta situación ha impactado profundamente en la forma en que estamos integradas en este espacio laboral.
Según la Encuesta Nacional de Empleo –pese a que la participación en el trabajo ha aumentado llegando a poco menos del 50%– de 1 millón y medio de empleos ocupados para mujeres, más de 800 mil son precarios, en condiciones de subcontrato, o familiar no remunerado.
Para Sato aparecen datos interesantes de destacar, pues, pese a que ha habido modificaciones y trabajamos más, existen problemas estructurales que no se han superado.
“Ha aumentado la tasa laboral, pero con características de precariedad. Además de una permanente feminización de la pobreza que tiene que ver con la brecha salarial que se ha mantenido cerca del 30% en los últimos 20 años, según la encuesta Casen”, explica.
De acuerdo con las cifras, la clave para solucionar todo esto en los próximos años, según Sato, es urgente que las políticas públicas apunten a dividir las tareas de cuidado y la socialización de éstos. Es la única forma de que las mujeres puedan optar a dedicarse a otros intereses, considerando que la última Encuesta Nacional de Uso del Tiempo demostró que trabajamos tres horas más en promedio que los hombres.

Asimismo, la experta concluye que el movimiento feminista es el que va a generar cambios culturales a modo de establecer situaciones mínimas, como visibilizar la violencia en todas las esferas, terminar con la división sexual del trabajo y dar cuenta que beneficia a hombres y mujeres. “El poder de las mujeres es transformador y propone un proyecto emancipador para toda la humanidad”.
Proyección a futuro: hacia dónde volar
Lorena Astudillo, abogada y vocera de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres, afirma que en los últimos doce años, efectivamente, han ocurrido eventos que repercuten en una mejor vida para nosotras. “Se reconocen formas de violencia que antes no se reconocían y se han derogado otras que violentaban, como la inexistencia de la violación dentro de los matrimonios y, un poco antes, la ley de divorcio”, apunta. Y afirma que las modificaciones han sido lentas y se han quedado en lo normativo, sin abordar la violencia contra las mujeres de forma integral.

“En Chile la institucionalidad es violenta con las mujeres”, cuenta la abogada. Junto con la Red Chilena, articulación que agrupa a colectivos de mujeres a lo largo de todo el país, llevan doce años con la campaña “¡Cuidado!: El machismo mata”. Desde ahí han denunciado situaciones donde aparece lo que denominan violencia institucional o estructural, presente, por ejemplo, en la rebaja de condena que el 2017 favoreció a Mauricio Ortega, quien atacó a Nabila Rifo, afirmando que entre sus intenciones “no estaba asesinarla”.
Astudillo es crítica con las iniciativas legislativas que buscan atacar los problemas de manera parcial, como ocurre hoy con los femicidios, pues para ella hay una visión sesgada que reconoce como tal sólo los asesinatos ocurridos en contexto de matrimonio, convivencia o cuando existen hijos en común, dejando fuera cualquier otro caso. “No hay que parcializar la violencia. Los ataques a mujeres no son hechos aislados, no se puede legislar por pedacitos”.
En este ejercicio, Lorena no quiere pensar en pisos mínimos. Prefiere imaginarse que, en el futuro próximo, nuestras energías no van a estar concentradas en exigir justicia. “Me gustaría que nuestro tema fuera ver qué nos gustaría hacer. Que nuestra preocupación no sea que no nos sigan matando, que sea hacia dónde quiero volar”.