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Caminando con el corazón

Los locos del corazón no entendemos nada sobre límites ni estrategias.

Algunas personas, por poner siempre el corazón por delante, somos consideradas locas o ilusas. Nosotros tendemos a confiar demasiado rápido en las personas, siempre creemos que todo lo que sucede es un plan del destino y nuestra mayor maestra es la intuición.

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El  filtro de nuestra razón es muy frágil y pequeño. Basta un conjunto de palabras bien organizadas en una frase, un beso dulce, un roce accidental o una coincidencia de miradas para enamorarnos. Aunque las consecuencias sean fatales.

En el amor somos puertas gigantes y no nos andamos con medias tintas, nos enamoramos con la misma facilidad con la que nos hieren y eso nos hace vulnerables ante los ojos de los demás. La verdad es que no nos gusta medirnos en el amor, somos entregados, intensos e irracionales.

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Los que caminamos con el corazón por delante no entendemos de dosis pequeñas ni de confusiones: es o no es. Punto.

La mayoría de las personas con las que coincidimos encuentran todo tipo de justificaciones para hacernos dudar de nuestra principal fortaleza. Somos el capítulo sensible de las historias, los que nunca se rindieron, los que luchamos contra todo para que al final triunfara el amor.

En cada historia hay uno de nosotros, y aunque a muchos no les guste o nos tomen por exagerados, nos hemos convertido en su esperanza. Porque seguimos dándole un sentido a las canciones y a las novelas clásicas. No hemos dejado de creer en la magia de los encuentros de los amantes.

Los locos del corazón no entendemos nada sobre límites ni estrategias en las relaciones. Jamás consideramos tan normal que la rutina te haga perder el interés por los detalles. Cuando estás con alguien, un te quiero nunca debe ser un premio.

No utilizamos las muestras de afecto por compromiso; en cada beso, con cada caricia entregamos parte de lo que nos construye. No decimos “te quiero” o “te amo” para enmendar errores ni sanar heridas, lo decimos porque es una manera de revivirnos.

Ojalá no se nos notara tan fácil cuando algo nos duele, porque no soportamos escuchar “ya supéralo” o “¡cuánto drama!”. Crean cuando les decimos que no es fácil lidiar con las emociones, pero no evadirlas nos hace grandes y mucho más valientes que la mayoría.

Nos rompemos con facilidad, pero nuestra resiliencia es magnífica. Decimos adiós y nunca es para siempre, nuestro pacto con el futuro es no decir “nunca”, nunca.

Nuestra oscuridad es en donde se esconden todas las dudas. Insistimos demasiado y es molesto, somos demasiado necios defendiendo lo que amamos porque lo consideramos nuestro (grave error).

Rara vez –o nunca—nos verás determinantes, no nos gustan los finales y antes de llegar a uno nos aseguraremos de que todo esté lo suficientemente arruinado. Por eso somos los últimos en tomar la decisión más difícil.

Necesitamos a una persona racional a nuestro lado para no enloquecer, pero nunca demasiado fría.

Sí, somos locos. Sí, somos exagerados. Sí, nos asusta la soledad, pero tampoco huimos de ella. Está bien que no nos entiendan, que nos juzguen y tachen de ingenuos. No encontramos una forma mejor de vivir si no es guiándonos por lo que nos hace latir.

La razón tiene límites, el corazón infinitos.

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