Tener una cita, una decepción amorosa o un error en el trabajo. Es más normal de lo que crees sentir las emociones en el estómago a medida que crecemos, aunque sabemos lo desagradable que puede llegar a ser, ya que se parece a los síntomas físicos de alguna enfermedad.
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Desde náuseas a diarrea, pasar por momentos de tristeza, estrés o ansiedad en nuestra vida puede ponernos en jaque a lo que nuestra salud física también se refiere, lo que aumenta la importancia de tener una buena relación con las emociones, prestarles atención y vivir en balance.
¿Por qué las emociones las sientes en el estómago?
De acuerdo con un reportaje de El País, “más de 100 millones de neuronas convierten nuestros intestinos en un órgano de doble dimensión, alimentaria y psicológica. Nos ponen en contacto con emociones complejas que sentimos desde la infancia”.

“Los científicos lo han descrito como el sistema nervioso entérico, capaz de producir independientemente las mismas sustancias —llamadas neurotransmisores— que las que se encuentran en el cerebro, como la dopamina y la serotonina, que, además de regular la actividad intestinal, ejercen un profundo efecto estabilizador de nuestras emociones. Tenemos más serotonina en el aparato gastrointestinal que en el cerebro”, apunta la misma fuente.
Otro aspecto que influye en la relación de las emociones y el estómago es el microbioma intestinal, es decir, los millares de variedades de bacterias benéficas que habitan en los intestinos, y que guardan influencia en los sistemas que regulan nuestra respuesta al estrés, la ansiedad y la memoria.
Esa relación entre mente-estómago también puede ser apreciada en otras situaciones, como por ejemplo, cuando tenemos hambre y nos ponemos de mal humor o empezamos a fantasear con comida. También cuando tenemos ansiedad, nos regulamos a través de una comida que nos haga sentir mejor.
Para calmar estas sensaciones incómodas, la respuesta es validar y drenar las emociones de una manera más sana. Acepta lo que estás sintiendo, escríbelas, conversa con un amigo, haz ejercicio físico y actividades relajantes, como meditación, que te permitan procesarlas sin que te hagan daño desde un punto de vista físico.