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“Y el papá, ¿ayuda?” La odiosa pregunta que las mamás están cansadas de escuchar

Esta semana no te pierdas la columna de “El lado B de la maternidad”, sobre la responsabilidad de los hombres en el cuidado de los hijos.

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No hay pregunta que me moleste más que ésta. Propia de un machismo enquistado en una sociedad arcaica adonde se le carga por completo la mata a la mujer y al hombre, poco y nada. Hombres que se desentienden de su rol de padre. Hombres que se escudan en frases como: «yo trabajo todo el día». «Llego cansado». «Soy el que trae la plata a la casa».

¿Y la mujer? ¿Acaso se queda todo el día pintándose las uñas y viendo el matinal?
El padre no es quien «ayuda». El padre tiene un rol igual de importante que el de la madre. Lo único que el hombre no puede hacer en términos de crianza, es dar pecho. Todo el resto lo puede realizar perfectamente, y no sólo puede, sino que debe. ¿Por qué no? Las responsabilidades debieran ser compartidas y equitativas.

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La mujer que está en casa igual trabaja, y no se queda precisamente durmiendo ni viendo la tele. Llevar una casa y criar niños es un trabajo no remunerado, pero trabajo al fin y al cabo, y vaya que es demandante. 24/7, sin parar. Los 365 días del año.

Es hora de que vayamos cambiando la mentalidad colonial de que el padre «ayuda», y para eso son las propias mujeres las que tenemos que hacer al hombre partícipe de todo lo que significa la crianza, sin mirar en menos sus capacidades y sin sentirse superior a él, porque ese es un tremendo error que muchas cometen. Algunas mujeres piensan que son irremplazables y que nadie lo hará mejor que ellas, entonces empujan al marido para el lado y les quitan literalmente a la guagua de los brazos porque ellas «saben hacerlo mejor».
Yo sé, yo sé, dame la guagua a mí, yo le cambio el pañal. Yo lo baño, yo lo visto porque tú le pones la ropa al revés… Y así va el individuo desplazándose hacia el sillón a ver tele o a su celular, mientras la madre es la que hace todo. Porque ella «sabe». Error garrafal.

Aunque el papá ponga el pañal para el otro lado y se pase todo el pipí, aunque le coloque los calcetines cambiados. Aunque se le derrame la mitad de la leche cuando haga una mamadera, o se demore media hora más que la mamá en hacer dormir a la guagua, tiene que aprender a hacerlo, y de la única manera que puede aprender es practicando.
Una buena idea es salir una tarde y dejarle los niños a él. Solo. Sí, solo, y sin miedo.

Una vez, una chica me escribió para contarme que su pareja le había anunciado que ese fin de semana se iría a la playa con sus amigos. «Anunciado». Ella se enfureció. Le dijo que la llevara también y, obvio, a su hijo de cinco meses. Pero él dijo que no. Que era una salida de «machos». Al poco rato llegaron los amigos a buscarlo y la mujer, sin pensarlo dos veces, le pasó la guagua a él, agarró su cartera y se mandó a cambiar. Cerró la puerta y salió a la calle. Se puso a caminar y se fue a la casa de su mamá. Apagó el celular y estuvo cinco horas refugiada en casa de su madre, nerviosa, preocupada, pero sin intención de llamar al susodicho ni menos de regresar.

Cuando llegó la noche, volvió a casa y ambos, padre e hijo estaban tranquilos y vivos. El hombre, por supuesto, nunca se fue a ningún lado y habían sobrevivido perfectamente bien y sin problema. El tipo estaba como seda, amable, cariñoso y desde ese minuto comprendió que la cosa no es nada de sencilla. Que él tiene un rol participativo en la crianza, y que también puede.

Esa es la actitud que todas debemos tomar para que, por fin, la mentalidad cambie y paren de preguntar: «Y el papá, ¿ayuda?».

 

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