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¡Cuidado con la Carbofobia! Cuando crees que todo te puede engordar

Es el temor irracional a ganar peso, que se traduce en eliminar por completo los carbohidratos de la dieta. ¿Las consecuencias? Cansancio, sensación de debilidad e irritabilidad. Más que sacarlos, los especialistas aconsejan restringirlos.

Por: Rebeca Ubilla M.

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En su momento fueron las grasas; hoy el banquillo de los acusados lo ocupan los carbohidratos, que están presentes en alimentos que la mayoría consumimos día a día y que para muchas son el principal enemigo a la hora de querer perder peso.

Lo cierto es que los carbohidratos son necesarios para nuestro organismo, ya que son los encargados de transformarse en energía; aún así, muchas han optado no sólo por restringirlos –que es lo ideal, no consumir más de los que se queman– sino que derechamente los han eliminado por completo de su dieta. Esto es lo que en el Reino Unido y Estados Unidos se ha bautizado como Carbofobia.

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Los carbohidratos se encuentran en alimentos tan distintos como el arroz, papas, masas, legumbres, frutas y verduras. Su principal función es otorgar al organismo la energía necesaria para que realice sus tareas diarias, por eso deben estar presentes en toda dieta balanceada. Según explican los especialistas en nutrición, el problema se produce cuando el gasto energético es inferior al consumo; en estos casos la energía adicional se acumula en forma de tejido adiposo, lo que se traduce en sobrepeso o, en los casos más graves, obesidad.

Denisse Montt es sicóloga del programa de Obesidad y Diabetes de la Clínica de la Universidad de Los Andes, y explica que la llamada Carbofobia «tiene que ver con un temor irracional (como todas las fobias) a subir de peso. Generalmente estas conductas se dan en personalidades rígidas, obsesivas, con una necesidad importante de control, siendo la edad más vulnerable la de la adolescencia, etapa donde se da una constitución muy fuerte de la identidad».

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Contrariamente a lo esperado, aclara que este tipo de conductas no son sostenibles en el tiempo, porque a nivel de sistema de nervioso central lo que se produce es un deseo intenso de consumir lo prohibido. Asimismo, explica que eliminar por completo estos nutrientes de la dieta afecta el estado de ánimo, ya que la ingesta de carbohidratos nos ayuda a la liberación de serotonina, responsable de la sensación de bienestar y placer. Por esto recalca que «es probable que quienes no consumen carbohidratos se sientan más decaídos e irritables. A ello se añade un incremento en los niveles de ansiedad, ya que es una restricción consciente de algo que nos gusta».

Por otra parte, se sabe que en nuestro país la comida tiene una connotación social. Comemos para celebrar, reunirnos con la familia y amigos, dar afecto y gratificar, entre otros aspectos. Por ello los especialistas aseguran que restringir tanto lo que comemos nos puede llevar a aislarnos o a sentirnos cuestionados socialmente por no ingerir lo mismo que el resto.

¿Sacar o elegir?
Aunque son menos quienes caen en los extremos, debemos reconocer que una reacción o frase típica para empezar una dieta es «voy a dejar de comer pan, pastas y arroz». ¿Qué hay de útil en esto? Edmundo Rodríguez, nutricionista y docente de la Universidad del Pacífico, explica que «hay que saber consumirlos, porque son necesarios para nuestro organismo. Nos aportan la energía necesaria, y si los eliminamos totalmente podemos sentirnos agotados y débiles, por lo que si se quiere bajar de peso la idea es reducirlos».
En la misma línea, Virginia Riesco, nutricionista de Clínica Alemana, explica que lo importante es saber elegir los carbohidratos que se consumen, ya que si bien todos entregan energía, existen unos más saludables que otros, por eso se clasifican en «buenos» y «malos».

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Los carbohidratos complejos se consideran buenos ya que están constituidos por largas cadenas de glucosas que se demoran en ser descompuestas por el organismo, lo que hace que sean de absorción más lenta (también se les denomina de menor carga glicémica). Así, el azúcar es liberada en la sangre a un ritmo más lento y disminuye la demanda de insulina, con lo que la glicemia se mantiene más estable. Por ello, «de acuerdo a mi experiencia clínica, recomiendo consumir 25% de carbohidratos refinados o malos, y 75% de los complejos o buenos», señala Riesco.

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