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El acoso cambió mi vida: me hizo más fuerte

"No se preocupe ni llore, señorita, estas cosas siempre pasan"; Cualquier mujer que viva en México se sentirá identificada por esto.

A los trece años viví mi primer acoso sexual. Un hombre me mostró el pene en el transporte público. Acompañada de mi mamá y mi hermana dos años mayor que yo, vi el primer pene de mi vida. Fue desagradable.

¿Sabes cuál es el problema? Que ese señor, sin tocarme, se llevó mucha de mi inocencia ese día. ¿Puedes imaginar qué pasa cuando te tocan? Yo lo he vivido, más de una vez. Pierdes la fe en la gente, pierdes la paciencia, pierdes confianza y, ¿sabes qué ganas? Enojo, mucho enojo.

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La segunda vez que me pasó algo así tenía veinte años y venía regresando de la universidad, ¿mi error? Usar mis audífonos mientras caminaba en una calle, transitada, de noche. ¿Mi segundo error? No entender por qué, si yo no vestía ropa pegada ni llamativa, un sujeto llegó por detrás, tocó todo mi cuerpo sin mi consentimiento, para al final echarse a correr y dejarme sentada llorando en la calle. En ese momento, una mujer y su hija, quienes vieron todo, me ayudaron a levantarme y seguimos al sujeto mientras corría. En el camino encontramos una patrulla y pedimos ayuda, la respuesta que recibí por parte del policía fue casi tan dura como la agresión misma: «No se preocupe ni llore, señorita, estas cosas siempre pasan». ¿Es en serio? Yo estaba tan enojada que hubiera deseado que entendiera lo que se siente que tu cuerpo ya no sea tuyo, es de quien lo tocó ahora. Sentirse sucia.

No fue la última agresión que recibí, además de tres tocamientos más, el último hace apenas un mes. He recibido comentarios lascivos, gritos, violencia e incluso respuestas como «ni que estuvieras tan buena, pinche gorda».

Hoy, años después, sé que la pregunta no era «¿qué ropa estaba vistiendo?», sino por qué un hombre se siente con el derecho de tocar el cuerpo de una mujer sin su consentimiento.

Me molesta no poder pasear a mis perros sola en la noche por miedo a que alguien me toque o peor aún, me viole. Me molesta ser juzgada por la forma en que visto, por el tamaño de mis caderas o de mis senos. Cualquier mujer que viva en México se sentirá identificada por esto. Cada que un violador sale libre o no recibe el castigo que debería por agredir a otra mujer, siento que algo en mi ser se rompe más. Quisiera tener el poder de hacerle entender a todos, y a todas, que NO significa NO.

Para mí, no importa la forma del cuerpo, el color de tu piel, tu cabello, la talla que tienes, la profesión a la que dedicas, la religión que predicas, el partido en el que militas. Para mí ninguna mujer, ni persona, debería tener miedo de ser acosada y violentada.

Sé que mis creencias ni mis experiencias van a cambiar el mundo en el que yo vivo, pero espero que impacte en el de mis sobrinas, mis hijas (cuando tenga), las hijas de mis amigas y las generaciones que quizá nunca conozca. Hoy por hoy, quizá los esfuerzos que se están haciendo no van a significar la revolución, pero sí se está gestando una.

Actualmente lo que podemos hacer es siempre levantar la voz, hacer las denuncias correspondientes, aguantar hasta el final con la energía que como mujeres nos brindamos entre nosotras mismas. Acepta el apoyo que tengas, tus padres, hermanas, amigas y el de tu pareja. No promuevas la violencia entre mujeres, acércate a centros de apoyo, no castigues a todos los hombres por el mal que unos en particular te han ocasionado. Infórmate y busca por todas las formas no ser parte de las estadísticas.

Daniela Ivonne Méndez

Texto originalmente publicado en The Huffington Post México

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