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Opinión: Odiamos que nos digan narcos, pero hacemos más novelas de narcos

En serio, la televisión colombiana nos quita la poca dignidad que nos queda.

Por Luz Lancheros @luxandlan*

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Y como sucedió con todos los ignorantes e insensatos europeos y celebridades en picada (como Russell Brand, ¿alguien ha visto a ese tipo después de ‘Take him to the Greek’?) que se burlaron de nosotros con chistes de coca, los colombianos se desbordaron en masa a insultar, amenazar y apedrearlos .  Esta vez fueron los holandeses de un programa de televisión. No, no es bonito. Hubo muertos, miles. Hubo bombas, terror. Muchos sufrimos la violencia del narco directa o indirectamente y una guerra que con este gobierno va a seguir. Pero también hay, lastimosamente, telenovelas que nos afanamos por producir porque vaya, ¡qué sorpresa! en Colombia no tenemos otra cosa qué contar. Qué ternura.

Sí, qué ternura. Qué indignados estamos cuando un extranjero nos saca en cara que producimos cocaína (pues sí) que somos un estado narco (que también), que somos un estado fallido (no es mentira) o  que somos una república bananera epicentro de las drogas (nada lejos de la realidad). Les recordamos con lágrimas de indignación que eso causó muchos muertos, piensa en los niños masacrados por las bombas de Escobar en los 90. Pero entonces vamos y les damos rating a cosas como «Sin Senos Sí hay Paraíso», «JJ» y también hacemos que los canales -cuyos creativos tienen la imaginación de un organismo unicelular- saquen cosas como «La Piloto», una historia donde otra vez contamos nuestra afición a involucrarnos en la ilegalidad, porque en serio, EN COLOMBIA NO HAY MÁS QUÉ CONTAR. Y lastimosamente, para muchos, nada más que ver.

No sé dónde tiene esta gente la cabeza, la que presenta novelas en franja late. Como que no han tocado un libro de historia o literatura colombiana en su vida. No entiendo por qué no pueden hacer cosas tan dignas, elegantes y bellas como el biopic de Débora Arango, por ejemplo. O contar las historias que cuenta Gonzalo Mallarino sobre Bogotá y sus aspectos oscuros y macabros desde  los años 20 hasta los 80 con cierta fidelidad histórica. O las historias de Mario Mendoza, quizás quien mejor ha narrado el terror de esta Colombia actual. Las historias conmovedoras de Ricardo Silva Romero, lo que contó en su día José Antonio Osorio Lizarazo, o incluso esa obsesión espantosa por la clase y la belleza que narra Melba Escobar en «La Casa de la Belleza», más real, significativa y cruda que cualquier novelucha con actuaciones de acento Telemundo. No entiendo por qué, a la hora de vernos a nosotros mismos, nos vemos solo en un estigma que no queremos – ni podemos- superar.

Y eso también va para los chistosos que todavía hacen chistes con Pablo Escobar y sacan memes en pleno mundial, para las asqueantes marcas colombianas de ropa que se lucran con su efigie, para los que creen que eso es gracioso. No, para ningún colombiano es gracioso. Entonces, lo mínimo en sentido común, coherencia y dignidad, sobre todo eso, sería no dar más pie ni rating para producciones culturales que solo glamorizan el narco y no muestran sus víctimas. Porque la única que ha hecho eso fue precisamente el biopic protagonizado por Andrés Parra, que honraba la memoria de sus víctimas. Lo que se hizo antes y después es toda una oda banal y glamorizante hacia el dinero fácil, el crimen como única salida, el narco como la forma más guay de vida. Basta ya.

Pero, como quizás esto sea un lamento sordo, vayan a ver la novelita de tres pesos y álcenla por las nubes. Pero no vayan a insultar al europeo o gringo de turno cuando les haga un meme de coca: ellos tienen toda la razón porque ustedes mismos se las están dando. Y hasta ahí les llegó su indignación.

*Las opiniones de la columnista no reflejan las del portal*

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