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Maite Orsini: “Chile es un país machista, y el Congreso no es la excepción”

Estuvo en teleseries y programas juveniles, y luego de estudiar Derecho, comenzó a ligarse a la política y al feminismo. Hoy, como diputada de Revolución Democrática, defiende la Ley de Aborto, respalda las tomas universitarias y presentó –junto a otras parlamentarias– una propuesta a la reforma constitucional de equidad de género que planea el gobierno.

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Desde pequeña tendía a hacer muchas cosas al día: fue voluntaria de la 20° Compañía de Bomberos de Santiago y, si no estaba ahí, integraba un grupo de scout. Estudió Derecho y, cuando se tituló, la premiaron como la mejor de su promoción. Solía dividir su tiempo entre el código penal, los partidos de fútbol en un equipo amateur y la política universitaria. A pesar de que ahora tiene una mayor carga laboral y que ha debido posponer otras de sus pasiones, la diputada Maite Orsini, de Revolución Democrática (RD), se siente cómoda.

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Cuando juró como parlamentaria, llevaba una piocha con el símbolo de la sororidad en la solapa de su chaqueta y, en lo que va de año, sus intervenciones no pasan desapercibidas, como lo demostró tras el anuncio de la agenda de género del Presidente Sebastián Piñera.  Si bien valoró la iniciativa, también criticó la ausencia de otros proyectos, como la ley de acoso callejero y la resolución del protocolo de objeción de conciencia de la Ley de Aborto.

Ese mismo espíritu, emociona al verla expresando el sentir de muchas chilenas en la Cámara de Diputados, específicamente en una sesión especial luego de la última marcha que convocó la Coordinadora Feminista Universitaria (Cofeu), ante la urgencia de un plan educacional no sexista.

Maite-Orsini

“El machismo hoy, y lo digo con tristeza, parece ser normal. También es cierto que en nuestra historia no hemos tenido mejor momento para dar un giro feminista. Y digo feminista sin ningún pudor. Digo esa palabra que no fue mencionada en la Cuenta Pública”, comentó.

El ímpetu y la elocuencia son rasgos que la identifican desde pequeña, como se vio el 2000, en su participación en la sección Ojo con los niños de Viva el lunes, donde incomodaba a los adultos con sus preguntas. Hoy, con 30 años, sólida y también más madura, representa al distrito que incluye a comunas como Conchalí, Recoleta y Huechuraba, donde nació y aún reside. Ha sabido leer el momento social que vive Chile. “Todas las políticas públicas que se firmen en este país deben tener perspectiva de género, y eso es un cambio cultural. Es la revolución feminista”.

¿Cómo han sido estos meses como diputada?

La campaña fue de mucha intensidad, y este año ha sido la continuidad de un trabajo que llevo haciendo hace seis años, desde que nació el movimiento que hoy es Revolución Democrática. Si bien mi vida ha cambiado, no ha sido radical. Ahora tengo más carga laboral, entre el trabajo legislativo y la política, mis jornadas son de catorce a quince horas diarias. Tuve que dejar el fútbol, por ejemplo, porque no puedo estar en un lugar a una hora fija todas las semanas, pero reservo los viernes para relajarme y aprender a tocar el ukelele y la guitarra. Ha sido duro, pero lo disfruto, porque soy de esas mujeres que tienden a llenar su vida de actividades.

¿Has percibido alguna forma de discriminación por ser mujer?

Me pasó hace poco que en una comida con parlamentarios de distintos sectores políticos –la mayoría, hombres– cuando llegó la cuenta, uno de ellos les dijo: “¿Dividamos la cuenta entre nosotros e invitemos a las señoritas?”. Le respondí: “Soy tu colega, gano exactamente lo mismo que tú. ¿Por qué crees que me tienes que pagar la cuenta?”. Nadie entendió…, decían que era un acto de generosidad, caballerosidad y cariño, pero yo quiero que me traten igual como a otro compañero. Quisieron pagar la cuenta por mi género y eso no es cariño, para mí es violento. También me ha pasado que me dicen “niñita”, pero tengo 30 años, soy diputada y represento a miles de personas. No soy una niña.

¿Has sentido que se ha puesto en duda tu trabajo?

Chile es un país machista y se refleja en todos los espacios de la vida cotidiana, el Congreso no es la excepción. Lo más difícil de ser parlamentaria y ser mujer es que éste sigue siendo territorio de hombres. Si bien el parlamento anterior tenía un 16% de mujeres, y hoy llegamos al 23%, las mujeres vivimos con una lupa constante, siempre tenemos que demostrar que estamos capacitadas para hacer nuestro trabajo. Me pasa a mí y a mis compañeras diputadas, pero no a mis compañeros diputados.

Maite-Orsini

¿Te refieres a lo que pasó durante la interpelación del ministro de Salud?

Claro, ahí quedó en evidencia porque no era capaz de llamar “diputada” a su interlocutora y, pese a que se corrigió, le volvía a decir “diputado”. Cuando pedí la palabra le dije: “Ministro, le hablo como mujer, en nombre de las mujeres que han visto su vida en riesgo, en nombre de las niñas violadas”. Mientras tanto él conversaba para el lado y le tuve que decir: “Por favor, póngame atención”. ¿Si hubiese sido un hombre de cincuenta años el que le hubiese estado hablando le hubiese faltado el respeto así? No creo.

Con las denuncias como la de Herval Abreu, el abuso sexual puede estar en todas partes. ¿Cómo las mujeres podrían sentirse más respaldadas?

Quiero solidarizar con las actrices que lo denunciaron, fueron muy valientes, y el primer paso es superar el miedo. Los empleadores creen que sus trabajadoras les deben “algo más” y pasa en todas partes. Hasta en el Ministerio Público se destapó un caso terrible, recientemente. Es por eso que las mujeres que estamos en el parlamento tenemos la responsabilidad de pensar en actualizar la reglamentación, porque no está siendo del todo efectiva.

Así es en el mundo laboral, pero en el caso de las universidades es diferente, y por eso hay más de 20 movilizadas, ya sea en toma o paro.

Los profesores se aprovechan de su condición de superioridad para salir con alumnas. El problema es que esas conductas no caben dentro de acoso sexual laboral, porque no se trata de un empleador. Además, como las jóvenes son mayores de edad, tampoco califica como estupro. Lo que pasa entre un profesor y una alumna no tiene un consentimiento libre porque el egreso de la estudiante depende de él. Por eso estoy con las compañeras que se tomaron las universidades, porque no hay sanción legal para los casos y, pese a que sólo algunas tienen protocolos, los autores de los abusos quedan impunes de igual forma. Las estudiantes están defendiendo los derechos de las mujeres y eso hay que hacer: educar en el feminismo.

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¿Es posible crear un ambiente en que niñas y mujeres nos sintamos seguras?

El año pasado, mientras se discutía la Ley de Aborto, algunos dijeron que había “violaciones no violentas”, que las mujeres “iban a inventar que habían sido violadas para hacerse abortos”. También están los que todavía creen que la víctima tiene la culpa porque “andaba con minifalda de noche”; eso es algo que las mujeres tenemos que combatir desde todos los espacios. Para eso, todas las políticas públicas que se firmen en este país deben tener una perspectiva de género, y eso es un cambio cultural. Es la revolución feminista.

¿Cómo contribuir a este cambio cultural?

Partiendo por enseñar a niños y niñas que tienen las mismas oportunidades. Además de no cortarles los sueños, no decirle a una niña que quiere ser astronauta “mejor piensa en el ballet”. Es clave mostrarle que puede ser deportista, bombera o presidenta, y hay que generar políticas en esa línea. Por ejemplo, no concibo que la selección femenina de fútbol no reciba remuneración por su trabajo. Me enteré que les pagaban el transporte y la comida, y el resto corría por su cuenta, mientras que los hombres futbolistas tienen sueldos millonarios.

¿Esa es tarea del feminismo en una democracia?

Para mí no hay democracia si el sistema está liderado por el 50% de la población, o si sólo poco más del 20% del parlamento es mujer, o si el gabinete del Presidente tiene más hombres. Simplemente no es democrático, porque no nos representa a todas y a todos. En ese sentido el feminismo es clave, y sólo vamos a tener una democracia plena cuando se termine la explotación del hombre hacia la mujer.

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