Justa ha sido la indignación contra los dueños del restaurante Taquino en Medellín: en pleno siglo XXI, es increíble que aún se discrimine y se le niegue estar en el espacio público a una persona por su forma de vestir. Pero tampoco es tan increíble cuando hemos normalizado estas conductas casi sin darnos cuenta y que sí, nosotros en nuestra vida diaria hemos actuado, por herencia y por repetición, de la misma manera que la dueña del establecimiento.
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Admitámoslo, somos tan despreciables al hablar de otros en nuestra vida diaria como aquella señora.
Me explico con un ejemplo reciente, o más bien con varios: Marbelle. Marbelle es uribista, es la típica estrella de la farándula que no corresponde a estándares de blancura y riqueza que tanto adora ostentar el colombiano con su arribismo. Pelea con todos y les responde como muchos en la vida diaria les responden a otros. Ah, pero estuvo bien decirle que era una «guisa hijueputa», una «gorda sin clase», una «grilla inmunda» que merece todo nuestro desprecio porque supuestamente no nos representa. El problema es que nos representa más de lo que queremos admitir.
Y no lo vemos, porque ese arribismo, que heredamos de la hidalguía española y su afán de blancura, esa mentalidad colonial que nunca nos ha dejado, esa que nos dice que mientras más insignificantes, sobrios y «elegantes» (a lo europeo) seamos, vamos a tener mejor estatus que el otro, nos sigue en cada aspecto. Para criticar, sobre todo – y sin criterio- al diferente por «mal vestido» (y ahí está Don José, heredero de los arrieros). Hay que ver la página de Juan Carlos Giraldo, -quien ahora posa de muy empoderador, pero quien toma fotos de mujeres sin su permiso y a escondidas, sabiendo que no será castigado-, para que otras mujeres que jamás han visto otras estéticas destrocen a otra por su peso, por sus elecciones sartoriales, para que le digan «puta», «loca» y la denigren, como si tuvieran permiso de meterse con su apariencia y su persona, basada en esa premisa enferma de que hay que ser como una mujer bogotana estrato seis de cuarenta años porque ese es el único modelo válido que existe desde hace siglos . Hay que ver los comentarios ante el cambio de apariencia de una famosa de la farándula: no la bajan de zorra, de prepago, de gorda, de guisa, porque también somos dueños de lo que dice y lo que hace. ¿Quién putas nos dio permiso?
Y así, vamos por la vida, criticando a la buenona del trabajo porque se viste con levantacola, a pesar de que quisiéramos tener su culo. Y criticamos a la que dice «culo» porque «grosera», en un país donde importan muchísimo las formas, pero nada de pensamiento crítico, nada de lo que está en el fondo. Y así criticamos a quien se sale de nuestros cerradísimos y anacrónicos parámetros estéticos, porque qué bonito que Silvia Tcherassi muestre nuestra cultura, pero qué horror que alguien como Don José, con su sombrero ,se siente porque «mal vestido». Perdón, ¿quiénes son ustedes, Suzy Menkes, Anna Wintour, Tim Gunn? Si no les suena, busquen, que hay más que los periodistuchos que les dicen que no hay que vestirse con rayas si son gordas en el mundo para que otros se burlen de ustedes. Hay un mundo, a pesar de nuestros prejuicios.
Porque hay un mundo, un mundo más allá de lo que nos enseñaron a odiar. Y eso es lo que en Colombia, a pesar de los siglos de los siglos, nos cuesta aprender.