Hay historias que no nacen del éxito ni del aplauso, sino del dolor que nadie nombra, del miedo que se atraviesa en silencio y de esas grietas que, sin saberlo, terminan convirtiéndose en propósito. La historia de Lizeth Cuara comienza en uno de los momentos más idealizados de la vida de una mujer y, paradójicamente, también en uno de los más invisibilizados: el parto y todo lo que viene después.
Lizeth Cuara creció en una familia de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, en un entorno donde el trabajo era sinónimo de dignidad y supervivencia. Desde muy pequeña aprendió que había que esforzarse, cumplir y resistir.
“Nos enseñaron a trabajar, a ser responsables, a no rendirnos”, recuerda.
Nadie le habló de emprender ni de imaginar una vida distinta. Se hablaba de conseguir un buen empleo y aguantar. Soñar era un lujo; sobrevivir, una prioridad.

Durante años, Lizeth Cuara hizo exactamente eso. Se desempeñó como administradora de complejos de departamentos, una labor exigente que asumió con disciplina y compromiso. Amaba trabajar y se sentía capaz, pero dentro de ella habitaba una inquietud profunda, una sensación persistente de que su historia no terminaba ahí.
“Había algo que me decía: tú puedes hacer más”, confiesa. No sabía cómo ni cuándo, solo sabía que esa voz no iba a callarse.
La maternidad llegó sin advertencias. Su embarazo fue tranquilo, pero el parto marcó un antes y un después. Entró al hospital pensando únicamente en su hija, cargada de ilusión y sin imaginar que su propio cuerpo estaba a punto de vivir una experiencia límite. Nadie le habló de riesgos, de posparto, de posibles complicaciones.
“Todo el enfoque era la bebé. Nadie me habló de mí”, recuerda.
Durante el parto, una mala aplicación de la epidural desató una experiencia traumática. Lizeth Cuara sintió que su cuerpo se apagaba, que el dolor y el miedo la atravesaban por completo.
“Pensé: aquí me muero”. Nadie le explicó qué había pasado. Nadie la preparó para las secuelas.

Salió del hospital con su hija en brazos y un cuerpo profundamente lastimado, con dolor constante, sangrado y una sensación de fragilidad absoluta.
En casa, la realidad fue devastadora. Apenas podía moverse, cargar a su bebé o realizar tareas básicas. Aun así, el silencio la acompañaba.
“Pensaba que como mamá tenía que poder, que no podía decir que no podía”.
El dolor físico se mezcló con la culpa, el miedo y una profunda soledad emocional. No sabía a quién acudir ni cómo pedir ayuda, porque ni siquiera sabía que aquello era algo que podía suceder.
Buscando respuestas, Lizeth Cuara llegó a internet y se encontró con una verdad que la sacudió: no estaba sola. Había miles de mujeres viviendo pospartos dolorosos, confundidos, invisibles. Algunas no habían sobrevivido. Fue ahí cuando algo se encendió en ella.

“Esto no debe de ser así”, pensó. Y esa certeza se transformó en misión.
Lizeth Cuara no solo quiso sanar su cuerpo; quiso cambiar la narrativa del posparto y recordarle a las mujeres algo que casi nunca se dice en voz alta: la mamá también importa. Así nació Misty Phases, un proyecto que entiende el posparto como un proceso físico, emocional y mental que necesita tiempo, cuidado y acompañamiento real.
“Todo me dolía. Sentía que mi cuerpo se desarmaba”, recuerda al hablar de su búsqueda de productos que realmente la ayudaran.
Lo único que encontraba eran fajas diseñadas para moldear, prendas incómodas y genéricas, pensadas para verse bien, no para sanar.
“Yo no quería verme perfecta. Yo quería dejar de sufrir”. Entonces decidió crear lo que no existía.
Diseñó una faja pensada para abrazar el cuerpo en recuperación, para sostener sin lastimar, para aliviar sin exigir. Pero también quiso algo más profundo: que las mujeres se sintieran bonitas, normales, reconocidas. No para volver a ser quienes eran antes, sino para no perderse en el proceso.

“Sentirte normal, sentirte tú, también es parte de sanar”.
Durante cuatro años investigó, diseñó y perfeccionó sus productos. Los kits de posparto de Misty Phases incluyen fajas diseñadas específicamente para la recuperación, no para cambiar el cuerpo, pantis de posparto cómodos y funcionales, y piezas pensadas para acompañar los primeros días y los meses posteriores al parto.
Existen kits para parto natural y cesárea, con distintas opciones de precios, porque cada cuerpo y cada proceso son distintos.
Además, no están pensados solo para las primeras semanas. Acompañan procesos largos, únicos, distintos para cada mujer. Porque el posparto no tiene calendario ni reglas universales. Sanar toma tiempo, y ese tiempo también merece respeto.
“El posparto no tiene calendario”, afirma Lizeth.
Hay pausas, regresos y avances, y sus productos están diseñados para adaptarse a esos cambios.
Pero Misty Phases no es solo una marca, es una comunidad. Un espacio donde las mujeres se atreven a decir que quieren sentirse bien, que quieren recuperar su cuerpo, que no quieren desaparecer después de ser madres.
“No hay nada de malo en querer verte bien después de tener hijos”, repite Lizeth Cuara, desafiando una culpa que se ha heredado por generaciones.
El mensaje detrás de Misty Phases es tan poderoso como incómodo: una mamá que se cuida no es egoísta. Es valiente.

“Si tú no estás bien, tus hijos no están bien”, afirma Lizeth Cuara.
El bebé puede vivir con una pijama menos, pero no con una madre rota física y emocionalmente.
Lo que Lizeth Cuara jamás imaginó fue que su historia resonaría con tantas mujeres. Las redes sociales no solo viralizaron sus productos; viralizaron un mensaje largamente reprimido: las mujeres tienen derecho a querer recuperarse, a sentirse bien en su cuerpo, a no desaparecer tras la maternidad.
“No hay nada de malo en querer verte bien después de tener hijos”, repite con firmeza.
Desde el inicio, su misión fue clara: ayudar antes que vender. Lizeth Cuara donó kits de posparto incluso antes de lanzar oficialmente la marca. Hoy, Misty Phases apoya a madres en situación vulnerable, mujeres migrantes, refugiadas y mamás sin recursos, convencida de que el cuidado no debería ser un privilegio.

Misty Phases significa fases nubladas. Etapas en las que no se ve con claridad, pero se sigue avanzando. Paso a paso, sin prisa y sin culpa.
A las mujeres que atraviesan un posparto difícil, Lizeth Cuara les deja un mensaje que sostiene y abraza:
“Sean pacientes con su cuerpo. No se comparen. Recuerden que ustedes también son importantes. Cuidarse no es egoísmo, es fortaleza”.
Porque en un mundo que durante demasiado tiempo ha puesto a las madres en segundo plano, la historia de Lizeth Cuara es un recordatorio urgente y poderoso: la maternidad no debería doler en silencio, y la verdadera fuerza también nace cuando una mujer decide, por fin, volver a elegirse.

