Zygmunt Bauman lo advirtió hace dos décadas: la modernidad líquida llegó para disolver las estructuras que antes nos daban seguridad. La pareja “para toda la vida”, el empleo estable, las amistades inquebrantables, todo eso se derrite y se transforma. En Liquid Love, Bauman describía vínculos que fluyen, se adaptan y a veces se evaporan. Hoy, esa metáfora nos atraviesa más que nunca.
Cambiar de pareja o de trabajo ya no es un signo de inestabilidad, sino de búsqueda. Nos movemos por deseo de plenitud, por curiosidad, por no sentirnos “atadas” a algo que dejó de inspirarnos. Pero entre tanta libertad, aparece una nueva pregunta: ¿cómo se sostiene el compromiso cuando todo invita a soltar?

Compromiso: ¿en pausa o en rediseño?
Comprometerse implica apostar por algo que exige tiempo, energía y constancia. Sin embargo, el contexto actual, con su exceso de opciones, notificaciones, likes y gratificación inmediata, parece diseñado para lo contrario. Todo es rápido, liviano y desechable.
De hecho, una investigación publicada por el National Center for Biotechnology Information (NCBI) analizó el cerebro de adolescentes que revisaban redes sociales con frecuencia y encontró una mayor activación en las regiones asociadas con la anticipación de recompensa, lo que sugiere que el feedback social, como los “me gusta” o los comentarios, estimula los mismos circuitos neuronales implicados en la dopamina y el placer.

Entonces, la dopamina se volvió la moneda emocional de nuestra era. Cada mensaje, cada reacción digital activa en nuestro cerebro esa chispa de placer que nos hace querer más.
Pero también nos deja menos tolerancia a la espera, al silencio y al proceso. Así, los vínculos, ya sean de pareja, de amistad o profesionales, se vuelven una sucesión de comienzos intensos y finales difusos.
Más allá del amor
La liquidez no afecta solo al amor. También a nuestras amistades, que hoy son más cambiantes; a los empleos, donde la lealtad se mide en meses; o a los proyectos personales, que muchas veces abandonamos cuando aparece un estímulo nuevo.

El arte de comprometerse sin perder la libertad
Tal vez el desafío no sea elegir entre libertad o compromiso, sino aprender a mezclarlos. A comprometernos con lo que realmente nos nutre, sabiendo que crecer también implica sostener. Permanecer no por obligación, sino por decisión.
En un mundo que nos invita a cambiar constantemente, el verdadero acto de rebeldía puede ser quedarse, cuidar un vínculo, un proyecto o una causa. No porque no haya otras opciones, sino porque elegimos construir algo que valga el tiempo que lleva hacerlo florecer.

Como propone un análisis de la Universidad de Navarra, en tiempos de amor líquido, el compromiso no debería entenderse como una renuncia, sino como una forma consciente de libertad. Quizás ahí esté la clave, en volver a creer que elegir algo —o a alguien— cada día, es la forma más profunda de vivir con sentido.

