No se habla lo suficiente de la salud mental. Deberíamos, todos, tener mucha más cultura de un tema que es tan importante. Creemos que la ansiedad es no tener ganas, ser débil, y hasta fingir.
Sin embargo, es una de las enfermedades más comunes y que destruyen sin que te des cuenta. ¿El problema? No solamente afecta a quien la padece, también a los que están a su alrededor.
Una persona con ansiedad suele irritarse con mucha facilidad, ser menos proactivo, y muy egoísta. Normalmente, están tan invadidos por sentimientos que no pueden controlar y no son receptivos a los problemas ajenos.
¿Qué pasa con las personas a su alrededor?
Hay centros de salud, mayor información, y una cultura que desea impulsar más el apoyo a quienes padecen depresión. Lamentablemente, poco se habla de quienes viven con ellos.
En qué punto puedes ayudarlos y cuándo te arrastran a ti también en su mundo de ansiedad. No es que te alejes así nada más o que dejes de tender la mano a tus seres queridos.
Pero hay un momento en donde debe existir la preocupación por uno mismo. Uno no puede salvar a nadie, no somos capaces de quitar esos sentimientos inherentes a la depresión para que avancen a quienes amamos.
El problema es cuando llega un punto muerto en el que no podemos ayudar más a esa persona, y terminas perdiéndote a ti mismo. Por amor a no dejarlo solo, porque te juzgaran por no apoyarlo, por cientos de razones.
Pero, ¿quién vela por ti? Es en ese momento que no está mal tomar un paso atrás, y revaluar en dónde quieres y puedes seguir estando.
Recibir tanta presión terminará por acabar con tu propia salud mental, y hará que crezca un sentimiento de resentimiento. Esto no es sano para nadie.