Estamos demasiado inmersos en ganarle la batalla al tiempo. Retrasar lo más que podamos las inevitables arrugas que aparecerán en nuestro rostro o las canas que volverán blanco tu cabellera.
Comparamos a aquellos que envecejen «bien» y a aquellos a quienes el reloj de la vida los alcanzó. ¿Pero es necesario? Al final estamos reduciendo a nuestros semejantes a algo tan banal como un aspecto físico.
Somos un cúmulo de batallas ganadas, otras perdidas, de lecciones valiosas, y de experiencias que nos han forjado en carácter. Somos mucho más que arrugas alrededor de los ojos, son las sonrisas que las provocaron lo que deberían importar.
Al final quienes en verdad se pierden en la vida son aquellos que dejaron envejecer a su niño interior. Esos que dejaron de reírse por las bromas más absurdas, que dejaron de creer en el mundo, o quienes ya no ven la belleza interior de las personas.
Estamos más preocupados porque nuestro cuerpo no se vea envuelto en los años que ha recorrido; compramos cremas, buscamos mascarillas, y nos estresamos frente al aspecto. ¿Pero quién se preocupa por su interior?
Deberíamos alimentar ese mismo esfuerzo a seguir llorando de la risa, no perder esa emoción que a veces puede ser ingenua y a extraviarnos a nosotros mismos. Por eso dicen que la vejez es una actitud, y yo esto completamente de acuerdo, ¿y tú?
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