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El “síndrome de Amy Winehouse”, un callejón sin salida que toda mujer debe evitar

La famosa cantante de jazz, quien falleció a los 27 años, estuvo rodeada de obsesionados por su fama.

No tiene nada que ver con el éxito profesional o el reconocimiento, y mucho menos el dinero. El «síndrome de Amy Winehouse» es un grito desesperado de amor, es sentir un vacío que te traslada a un callejón sin salida. Es un cuchillo inexistente que da vueltas en el estómago.

La famosa cantante de jazz, quien falleció a los 27 años, estuvo rodeada de obsesionados por su fama. Por una cantidad de admiradores que picoteaban cada detalle de su vida, tratando de resolver con numerosas rehabilitaciones un sentimiento que podía refugiarse en el poder de un protector abrazo. Las cámaras cegaron sus momentos más personales y hombres dedicados al dolor de una mujer desintegraron el alma de una artista que muchos no llegaron a conocer.

El síndrome de Amy Winehouse es un vicio repetitivo que las mujeres deben evitar a toda costa. Es temer al éxito, aferrarse al pasado y a brazos que lastiman. Abandonar tu yo interno y ahogarlo en inseguridad. Es sentir que el amor no fue hecho para ti y batallar en relaciones que ya mentalmente están perdidas.

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Pese a su fama y reconocimiento mundial, que la llevó a ser una de las voces más icónicas del jazz, Winehouse no dejó de ser una vulnerable chica. Nunca fue rescatada de sí misma y una gran cantidad de alcohol acabó con su sistema y respiración, el 23 de julio de 2011. Un total de 416 mg de alcohol por cada decilitro de sangre fueron hallados en su organismo, según la investigación forense. Pero fue el «no sentirse amada» lo que la condujo a la muerte.

Y fue Blake Fielder, un asistente de videoclips musicales, quien la llevó al consumo de drogas duras. Ambos formaron una de las parejas más tóxicas de Hollywwod. Sin embargo, para Winehouse fue el único hombre que llenaba su vida, sin importar lo positivo o negativo. La muerte de Amy dejó atrás algunas de las letras más conmovedoras de una generación.

Todos hemos sido víctimas del síndrome de Amy Winehouse al menos una vez

La carencia de amor propio, la dependencia absoluta y la idea de serlo «todo» para una persona no son elementos de una relación. Nos enamoramos del amor, mas no de una pareja. Al igual que Amy, es un proceso que inevitablemente nos deja donde comenzamos: solos.

Nos llegamos a identificar con el miedo que sintió la cantante cuando su relación con Blake Fielder llegó a su fin. Hay ansiedad, hasta desesperación, y cuando todo parece aliviarse, el dolor vuelve para atormentar. Buscar calor en unos brazos no es equivocado, error es arrancar los nuestros cuando no hallan los que creemos perfectos. Y luego caemos a un agujero del que no se puede salir sin brazos.

Se puede ser sensible y dispuesta a ofrecer sentimientos, incluso llega a ser inevitable cuando el amor toca la puerta. Pero el «síndrome de Winehouse» escapa profundamente de eso, porque es colocar tu felicidad, de forma absurda, por debajo de otra persona. ¡Nadie puede hacerte feliz cuando tú no te has hecho feliz!

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