Por Guadalupe Flores
PUBLICIDAD
La primera vez que sentí odio por otra mujer fue en 1998 en el probador de una tienda. ¿La razón? Que se le veían perfectos unos jeans que se estaba midiendo. Fin de la anécdota.
La última vez que sentí odio por una mujer fue el 10 de mayo de 2015. ¿La razón? Me preguntó si tenía problemas de fertilidad: «con eso de que todavía no tienes hijos, sobrina…». Fin de la anécdota.
Entre la primera y la última ocasión en que he odiado a otra mujer, han habido cientos, miles, cientos de miles más. ¿Las razones? Diversas; pero todas tienen en común una constante competitividad en nuestro género que provoca que seamos agresivas con las demás, a veces sin percatarnos de ello.
DESCUBRE MÁS
- El amor en los tiempos de Facebook: ventajas y desventajas de las relaciones 3.0
- 5 señales de que andas con un niño atrapado en el cuerpo de un hombre
- ¿Eres feliz?: Estas son las 6 nuevas claves de la felicidad
PUBLICIDAD
El del probador es un clásico -y básico- ejemplo de nuestra rivalidad, pues lo admitamos o no, a las mujeres nos incomoda sentir que otra es más guapa que nosotras. Tomemos como prueba un experimento realizado en 2011 por Tracy Vaillancourt, profesora de psicología de la Universidad de McMaster. A las chicas participantes se les mostró la fotografía de una modelo que fue editada para que se viera pasada de peso; luego se les enseñó la versión original y se les preguntó con cuál de las dos mujeres prefererían entabalar una amistad.

Estás en lo correcto: La mayoría eligió tener una amiga llenita que otra escultural y que las opacara ante los chicos. Porque sí, nuestros celos hacia las mujeres sensuales nace de la obsesión social que tenemos de parecerle atractivas a los hombres.
No te atrevas a negar que en más de una ocasión has criticado a otra chica por el simple hecho de estar «buenísima»; todas lo hemos hecho, para muchas de nosotras incluso es un pasatiempo. «¿No crees que Rihanna se ve súper corriente?», me comentaba mi amiga Ruth mientras mirábamos un video en el que la cantante aparece semidesnuda. Validé su opinión, pero ¿sabes qué? La verdad es que las dos quisiéramos tener el cuerpo de Rihanna y cuando la vemos pavonearse nos morimos de la envidia. Estamos mal, lo sé. Y ése es sólo el principio.
La odio porque me reta
También solemos opinar de más cuando se trata de evaluar la vida amorosa y familiar de las otras. Precisamente, la última vez que odie a una mujer fue a mi tía Julia pues para ella es totalmente aceptable cuestionarme frente a la familia entera (el día de las madres) acerca de mi decisión de no tener hijos todavía. Pero es bastante lista; no lo hace directamente sino que me aconseja ir al ginecólogo para ver si no tengo endometriosis o algo parecido.
La odio, pero ella me odia más a mí. Las chicas que desafiamos el esquema patriarcal de lo que es ser una «mujer correcta» – es decir, la que se casa, tiene bebés rápidamente, cocina bien, se sacrifica por su familia y pospone sus metas personales por el bienestar de su esposo e hijos- incomodamos a las que deciden acatar dichos roles de género al pie de la letra y secretamente ¡nos odian!

Jefas contra empleadas
Y como era de esperarse, la agresión entre féminas también está presente en el ámbito laboral. Pero no me refiero a la competencia natural que puede surgir entre colegas (sin importar su género) cuando están peleando por el mismo ascenso o quieren quedarse con un nuevo cliente; hablo de una rivalidad específica entre jefas y subalternas (ambas mujeres) que fue confirmada recientemente por un estudio de la Universidad de Quebec.
Se encontró que cuando dos féminas trabajan juntas y una tiene mayor autoridad que la otra, es menos probable que cooperen entre sí, frente a dos hombres en circunstancias similares. Curiosamente, cuando un par de chicas tienen el mismo nivel jerárquico, esta situación no se presenta.
A decir de la profesora Joyce Benenson, una de las autoras del estudio, las mujeres desconfiamos instintivamente de nuestras congéneres cuando tienen poder. Probablemente se deba a las premisas machistas con las que nos han educado, que respaldan la creencia -errónea- de que los hombres son más adecuados y hábiles en el trabajo.

Mejor… ¡unámonos!
Todas estas situaciones contradicen la percepción generalizada de que las mujeres somos solidarias por naturaleza y que es algo propio de nuestro género cuidarnos y ayudarnos. Pues si bien podemos ser protectoras con aquellas mujeres que consideramos cercanas (amigas, madres, hermanas, hijas, socias), cuando estamos frente a una desconocida que nos parece más bella, exitosa o realizada que nosotras, es fácil que la veamos como una amenaza, antes que como una «camarada».
Hace un par de años, analizaron este problema en el programa Lifeclass de Oprah Winfrey y una de las especialistas invitadas comentó algo que llamó mi atención: «Muchas mujeres pensamos que si otra tiene lo que nosotras queremos, entonces ya no tendremos la posibilidad de conseguirlo». Como si las oportunidades para alcanzar nuestras metas estuvieran contadas y la única manera de obtener una, fuera pisoteándo a las demás.
Paradógicamente, las cosas funcionan al revés. Cuando nos criticamos, minimizamos y faltamos al respeto, perdemos fuerza como género y limitamos nuestro propio desarrollo. ¿Cómo esperamos que los hombres nos tomen en serio y nos dejen ser nosotras mismas, si entre chicas no nos permitimos ser libres y nos pesa reconocer el éxito y virtudes de las otras?
TE RECOMENDAMOS EN VIDEO:
SexualMENTE: adiós a las solteras tristes, aprende a disfrutar tu soltería
Y EN IMÁGENES
¡OMG! Fotos de hombres guapos y gatitos tiernos, la combinación perfecta