Comúnmente, nos referimos a ella como “esa pequeña vocecita“, como “esa extraña sensación” o como “un sexto sentido que nos quiere comunicar algo”. Así es la intuición; algo difuso pero claro, abstracto pero objetivo.
Al buscar la palabra en el diccionario, intuición se define como “la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento”.
Otro de los significados habla de una percepción íntima, una idea que aparece como evidente a quien la tiene, y creo que esa es la mejor forma de definir la intuición.
Aunque muchas veces esas ideas parezcan evidentes, no siempre las ponemos en práctica. Se nos ha enseñado que creer en la intuición es válido, pero que lo mejor es pensar las cosas racionalmente.
Hay personas que tienen la intuición más desarrollada que otras, o mejor dicho, que han aprendido a valorarla como una virtud, como algo real que sí puede influir en los hechos, en las cosas racionales.
Si creemos en la intuición, podemos actuar en base a ella. Parte del pensamiento budista se basa en la creencia de la intuición como una señal de vidas pasadas, de cosas que ya hemos vivido, pero que ahora se manifiestan de esa forma.
La intuición es la forma que el alma tiene para manifestarse, son pequeños mensajes que se envían, pero que muchas veces no trascienden porque aplicamos la racionalidad antes de la acción.
Déjate llevar por tu intuición. Si sientes que tu alma te envía estos mensajes, no los ignores. A veces, lo espontáneo es mucho más positivo que lo racional, más auténtico que aquello que ha sido procesado por la poderosa máquina que tenemos en nuestra cabeza, llamada cerebro.