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Elizabeth Subercaseaux y nuestra sociedad: “Los únicos que me representan son los estudiantes”

La escritora vive en Estados Unidos, pero no tiene intenciones de desligarse de Chile. No sólo porque viene cada año al país por periodos de cinco meses, sino porque está al tanto de cuanto ocurre y tiene sus opiniones claras sobre la situación política, la educación y la salud, todas temáticas que tocó en esta entrevista. La salud, de hecho, es el hilo conductor de su último libro, “Clínica Jardín del Este”, que acaba de lanzar en el país.

 

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Por Alida Mayne-Nicholls. Fotos: Gonzalo Muñoz.

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En sus propias palabras, Elizabeth Subercaseaux es una escritora disciplinada, extremadamente disciplinada. Se levanta temprano a trabajar, y escribe página tras página durante toda la mañana. No sólo eso; sus libros no son el resultado de la improvisación, sino de un reporteo arduo. No es de extrañar, teniendo en cuenta que desarrolló una larga carrera como periodista, veta que aún se mantiene presente.

Aunque actualmente reside en Estados Unidos, viaja cada año a Chile, permaneciendo unos cinco meses, en los cuales aprovecha de ver a su familia, pero también de investigar para sus libros. En su actual visita presentó «Clínica Jardín del Este» (Editorial Catalonia, 2013), la tercera entrega de su serie Barrio Alto, en que desnuda a la clase acomodada santiaguina. Acá se refiere a las diferencias en el acceso a la salud que existe entre ricos y pobres y vuelve a presentar al personaje «Alberto Larraín», un corredor de propiedades quien, esta vez, se asociará con unos amigos para instalar una clínica de cirugía plástica y una isapre que la sustente. Aborda el tema desde una perspectiva crítica, pero también humorística. Para escribirlo visitó hospitales públicos, como el Alberto Hurtado, ubicado en la comuna San Ramón.

Durante tu investigación, ¿qué te impactó más de nuestro sistema de salud?

Hay dos cosas que me impactaron profundamente, y que son una especie de constantes en mis investigaciones. Una es la obvia, las tremendas diferencias que hay. Tú vas al Hospital Alberto Hurtado a las 9 de la mañana y recorres un par de horas las salas comunes, pasillos, salas de espera, y después te trasladas a la Clínica Las Condes, y vas a ver la diferencia abismal en todo. En los presupuestos que manejan, los médicos, el confort con que pueden atender los médicos, las maquinarias, el espacio habitacional. En estas clínicas no hay, desde luego, salas comunes, aunque que quede claro que las salas comunes del Alberto Hurtado no son tan enormes como las del Hospital Salvador o las del Arriarán, pero hay 10-12 personas, con mal olor, mal ventiladas, esa es la cosa obvia. Lo segundo impactante, y que encuentro aun más grave, es la absoluta ignorancia de los que se pueden atender en una clínica como la Las Condes respecto de ese otro hospital; no saben ni dónde queda. Muchas veces la nana se enferma, la operan y cae al Arriarán o al J.J. Aguirre, y no la van a ver, sólo cuando ella vuelve a trabajar a la casa. Hay una ignorancia tal que es muy mala, porque cuando ves sufrir a la gente te conmueves, te produce algo, te dan ganas de ayudar y de no seguir viviendo en esa realidad. Pero si tú no ves es porque no quieres ver. Y no me digan que no hay información. Sí se sabe, hay información, la realidad está, lo que pasa es que vivimos en dos mundos que no conviven, no se comunican; esa es la parte que a mí más me impacta. La total ignorancia de un sector acerca de cómo vive el otro sector.

¿Cómo describirías en tres palabras o conceptos a la oligarquía chilena?

Es cómoda, paternalista, apatronada más que paternalista, y muy conservadora. Creo que son tres palabras que la definen en algunas de sus partes más importantes.

¿Y se ha suavizado con el tiempo?

No, esta pregunta me la hacen siempre y a nadie le gusta la respuesta (dice riendo), pero no te puedo mentir. No, no veo que se haya suavizado. Al contrario, porque el hecho de que la clase media se empodere, que empiece a surgir por todas partes, no significa que estamos hablando de la clase media, sino de la oligarquía. Si tú analizas, en la medida que surge la clase media y llegan a los estamentos políticos, en la medida que eso va pasando, y observas los hábitos de la oligarquía, ves que hacen casas cada vez más grandes, cada vez más lejos, con muros cada vez más altos, con perros cada vez más bravos, en lugar de irse acercando, integrando. Aquí en Chile se van separando cada vez más. Porque además están cada vez más ricos. Imagínate que salió hace pocos días un dato de las Naciones Unidas que a mí me horrorizó: ¿ sabes que Chile figura entre los nueve países que tiene más millonarios del mundo? Tenemos más millonarios que el Reino Unido y Canadá…

Has dicho que no te gusta usar la ironía, y en realidad el libro no es irónico, pero sí súper descarnado…

Sí, eso sí, es súper descarnado, porque esto tiene que ver con mi propia personalidad. Siempre he dicho lo que pienso a bocajarro, se enoje quien se enoje, es un poco como soy no más, entonces en lo que escribo no me cuido para nada. No me importa si la gente se molesta o no, siempre y cuando yo no esté haciendo burla, es decir, cuando sienta que hay una mirada crítica detrás y fundamentada, porque no llego y critico sin ningún fundamento. Al mismo tiempo hay complejidades en los personajes, no son aborrecibles, porque nada es blanco o negro. Trato de evitar ese tipo de caricaturización y el sarcasmo; no me gusta el sarcasmo en la literatura, en la mía por lo menos, porque lo encuentro muy arrogante. Yo no soy sarcástica, soy bruta, que es distinto. Digo lo que pienso.

Has descrito tus libros como espejos cuando observas la realidad. ¿Te dan ganas de seguir escribiendo o en algún momento sientes que lo que ves ya te ha superado?

Me pasa una cosa rara cuando escribo esta serie, en realidad con todo lo que escribo, porque todos mis libros son críticos. No he escrito nunca nada que no implique una crítica de alguna cosa: la dictadura, mi clase social, las injusticias… Nunca he dicho «ya, esto me supera, no lo hago más», porque concibo que es mi misión como escritora. Es como lo que me pasó de periodista con la dictadura militar; me fueron a pegar un día a mi casa y no dije «nunca más me meto en la pata de los caballos», porque es lo que a una le tocó. Fui muy afortunada, porque pegar no es lo mismo que degollar, como le pasó a nuestro colega el Pepe Carrasco, o a José Manuel Parada y Santiago Nattino, gente que trabajaba con nosotros codo a codo, ellos en la Vicaría y nosotros en la revista.

Dar a conocer inequidades en la salud, en la educación, siento que a lo mejor es un tipo de aporte, un granito de arena, a alguien se le abrirán los ojos. De repente tengo la ilusión de que alguien agarre el auto y vaya a mirar el Hospital Alberto Hurtado, por qué no, o vaya a darse una vueltecita por el Roberto del Río. Cómo no le va a dar curiosidad, por lo menos curiosidad, porque al final es la misma ciudad. Me extraña esta falta de curiosidad, cuando no saben dónde vive la nana creo que es el ‘acabóse’. Verdaderamente, además, que le digan ‘nana’ es para morirse, qué cosa más sui generis, más rara, por qué le dicen así a la empleada doméstica, es una estupidez. Para suavizar el nivel del trabajo. Eso es lo que encuentro terrible, que no sepan dónde viven, me choca la ignorancia, la falta de curiosidad y la comodidad también. Porque claro, es más cómodo no saber que allá al lado está viviendo una mujer de tu misma edad, con un niño como tú, pasándola como el ajo. En una de esas si sabes, te pica la conciencia y hasta le subes el sueldo.

Hablando de la mujer, ¿cómo consideras que es la situación de la mujer en Chile hoy?

Creo que acá hay mucho de esos que se hacen los que te pagan, pero en el fondo no te están pagando como debieran porque eres mujer. Se ha avanzado mucho, porque la mujer saltó al campo laboral y tiene acceso a todos los puestos, pero hay varias discriminaciones. Desde luego, los sueldos no son los mismos. En mi caso, que trabajé toda mi vida, siempre fui discriminada, siempre gané menos en las revistas en que trabajaba que cualquier hombre que estuviera en los mismos niveles de trabajo. No me preguntes cómo, pero ellos ganaban más. Creo que sigue siendo igual. Esa es una discriminación, no es verdad que ganen lo mismo.

La otra discriminación, que es más grave, es la que se produce en el campo de la salud. Piensa tú que si estás en edad de parir, te van a subir los planes, y si te pones vieja, también. O sea, la única vez que podemos pagar un seguro de salud es cuando no lo necesitas, porque o no estás en edad de parir o no estás en edad de enfermarte. Imagínate la discriminación con respecto a los hombres, que no se quedan embarazados, ese problema no lo tienen. Hay una tercera discriminación, que es cultural, porque a mí cuando me cuentan que en Chile se acabó el machismo es para morirse de la risa, es una broma. Aquí hay un machismo terrible, y si no pregúntale a la Michelle (Bachelet) cómo la trataron en su primer gobierno. Los primeros comentarios que se hicieron después de su discurso, ahí en la Alameda, era el vestido. Ahora ya he escuchado que si está más o menos gorda, que si se viste de rojo o de no sé qué, todo eso no es nada más que un desprecio a sus neuronas. Por qué le tienen que andar preguntando por el vestido; yo nunca le pregunté a Ricardo Lagos por qué usaba una corbata azul con puntitos… Entonces, hay discriminación en varios aspectos en contra de la mujer, y todo se genera porque estamos en un sistema que sigue siendo patriarcal y machista. Después se quejan todos de que la mujer chilena es dominante y controladora; lógico, porque se está vengando de no sé cuántos años de un machismo inaguantable. Esa sería mi respuesta. Creo que nos falta harto todavía, muchísimo.

Además está el tema de la mujer que salió al mercado laboral, pero igual se hace cargo de la casa.

Lógico, el doble trabajo. Llegas agotada al segundo trabajo que es la casa, y el marido generalmente está aprovechando de leer el diario en ese rato. Ahora, creo y tengo la esperanza, porque tengo un hijo hombre que vive solo, se cocina, se hace sus cosas, que cuando se case, se empareje o viva con alguien en la misma casa, él va a apechugar con el 50%. Espero que sea así, tiene muchas más posibilidades que las que tuvo su papá, por el tipo de educación y porque los tiempos han cambiado. La juventud está mucho mejor en ese sentido, los papás mudan las guaguas, les dan papa. En mi generación ni siquiera en eso ayudaban.

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