Hombres que leen Belelú, sépanlo: Todas las mujeres, o al menos la mayoría, tenemos la costumbre de contarle al menos a nuestra mejor amiga todos y cada uno de los detalles de la primera cita o del primer encuentro sexual.
PUBLICIDAD
No es cuestión de chisme ni mucho menos (¿o tal vez sí?), pero nos gusta poder revivir el momento y recibir aplausos, miradas de envida o un poco de consejo después de haber tenido una cita. Además, claro, está el factor emocionante que es el que nos mantiene pegadas a la silla escuchando los detalles o leyendo, por ejemplo, historias como Las 50 sombras de Grey.
A veces no hace falta entrar en mucho detalle, o esperar a toparte con tu mejor amiga, para compartir con alguien tu kilometraje y el nombre, apellido y casi casi número del IFE de cada una de las pit stops de tu vida privada. De la forma más casual una puede comentar “Ah sí, Fulano de tal… salí con él por unos meses y no funcionó” en una conversación con alguien que, después, también de manera muy casual le compartirá a sus amistades “¿Sabías que Sotanita salió con Fulanito?” y así sucesivamente, haciendo que todos formemos el tejido de información social que tanto nos entretiene, pero también del que tanto nos quejamos.
La cosa está en que hay que tener cuidado con qué compartimos y a quién, pues la información puede ser utilizada de manera maliciosa. De hecho, el concepto de “kiss and tell” que viene de nuestros vecinos norteamericanos, tiene un trasfondo como vengativo o chantajista, aunque quiero pensar que no todos utilizan la información a su ventaja de esa manera.
Punto y aparte de los peligros de compartir demasiado y de llevar una vida privada “pública”, que pueden ser bastante serios, creo que hay cierto tipo de información que sin querer es una mala propaganda para los demás. Por ejemplo, decir abiertamente que alguien es pésimo besador, terrible en la cama o que tiene un “amigo” demasiado pequeño (¡o enorme!) es la tarjeta de presentación que tú le estás pasando a las demás de él y que eventualmente puede acabar afectándole positiva o negativamente.
Conozco a alguien que salió con una amiga hace unos 10 años y ella nos contó que una vez, cuando estaban en pleno faje (o la previa), él se emocionó mucho y “se terminó la fiesta muy temprano”… El pobre hombre todavía tiene la fama de precoz y ha pasado una década desde que tuvo ese pequeño incidente. Lo mismo con uno que tiene fama de ser pésimo besador. Y a mí sólo se me ocurre que en 10 años ya habrían aprendido lo suficiente como para corregir esos errores, pero mientras la fama no los deje demostrarlo siempre tendrán ese problema.
Otra cuestión es que México es un país sumamente doble moralista. Por un lado, tus amigas y amigos celebran tus conquistas y aventuras, pero en cualquier momento toda esa información que pasa a manos de terceros (cuartos y quintos) se acumula en un currículum popular que te concede el título no pedido de “Zorra” o como le quieran llamar.
PUBLICIDAD
Yo opté, desde hace muchos años, por mantener una política casi de confidencialidad para cualquier asunto que no sea de ligas mayores; o sea, que si es sólo cuestión de un rato o una sóla vez, me aguanto las ganas de compartir el nombre de las personas con las que he compartido algo, bueno o malo. Eso no quiere decir que haya dejado de contar todo lo demás, eh.
Ustedes, ¿cómo lo manejan?