La columna de Varinia Signorelli C. Web: www.supermadre.net
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Este es el mes de las guaguas prematuras. En Chile se estima que cada año hay alrededor de 240.000 nacimientos; de ellos, cerca del 2% son pequeños que llegan al mundo pesando menos de 1.500 gramos, y con una gestación inferior a las 32 semanas. Es el comienzo de un largo recorrido para ellos y sus padres, quienes tendrán que sobrellevar altos y bajos, idealmente con el apoyo de todo el entorno.
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Muchas veces los bebés están en buenas manos porque tienen a todo el equipo médico mirando y acompañando; sin embargo, sus mamás viven este proceso desde un sitial de espectadoras, generándose sentimientos encontrados en ellas. Es por esto que en esta fecha el llamado es a no perderlas de vista; acompañar emocionalmente, informar y ayudarlas a generar lazos con su recién nacido. Cuando un niño es prematuro, toda la familia lo es también.
Nacer prematuramente implica salir del vientre antes de las 37 semanas de gestación, es decir, en condiciones inmaduras para vivir fuera del útero materno. Generalmente las guaguas prematuras están expuestas a complicaciones cognitivas, neurológicas o motoras. Por esta razón deben permanecer muchos de ellos en el servicio de neonatología, siendo monitoreados y supervisados constantemente por personal de salud, lejos de sus madres.
Cuando un niño nace prematuro, nace un niño que necesita de su madre con todos los poros de su cuerpo; sin embargo, a la madre es a quien menos encuentra. Las madres de guaguas prematuras lo saben, pueden percibir su angustia y la experimentan en su cuerpo. La exigencia es de moverse en pos de alimentar y tocar a su hijo para generar contacto. Mientras ambos perciben que lo único que necesitan es estar juntos, se requiere de monitoreo constante y personal capacitado, lo cual deja casi ningún espacio a la intimidad con la madre. Esta situación genera dificultades emocionales en ellas y vacío en los bebés.
¿Qué necesitan entonces las madres de guaguas prematuras?
Espacio para manifestar sus verdaderos sentimientos con las situaciones, contención de parte del grupo cercano, y armarse de fuerza para apoyar a su guagua, que la necesita más que nunca. Necesita sentirse capaz de cuidar a ese pequeño prematuro, y espacio para esto. Por esta razón las neonatologías –cada vez más respetuosas de las necesidades emocionales e informadas del beneficio del contacto piel con piel madre e hijo– van incorporando estas prácticas, aliviando a madres e hijos. Las incubadoras son lo menos parecido a los brazos de mamá, y debemos entender que al salir de la clínica es probable que necesiten y pidan mucho más de nosotras que lo que pensamos o lo que nuestros otros hijos pidieron.
¿Qué hacer?
Dar. Dejar que fluyan los sentimientos, no buscar respuestas a procesos naturales que provocaron el parto prematuro, sumergirse emocionalmente en las sensaciones y los instintos que la maternidad nos regala, contactarnos con lo que somos y comprender que nuestro hijo va a necesitar muchas palabras para explicarle lo que sucedió en sus primeros días de vida. Cuando la madre comprende que siempre nacen prematuros, que pueden hacer mucho por ellos, que puede confiar en sus propias capacidades y que es positivo expresar sentimientos de pena y pedir lo que necesita, comprende mejor su rol de madre de un niño prematuro.
No es fácil serlo ni ser madre de una guagua prematura, pero agradezcamos a los avances que nos permiten tenerlos/estar en condiciones adecuadas. Ver lo positivo que nos rodea, los avances, las mejores condiciones año a año, nos hace valorar la posibilidad de un pequeño de menos de 37 semanas, que con fortaleza tremenda vence a la muerte desde la incubadora.
Celebremos la vida, celebremos a nuestros prematuros.