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La cruda realidad del VIH: 73% de los contagiados son adolescentes

Hoy es el Día Internacional del VIH, y esta cifra preocupante refleja la –todavía–escasa información que manejan los jóvenes, el comienzo temprano de su vida sexual y el hecho de que el VIH sigue siendo un tema tabú.

Cada día hablar de alguien que es portador del VIH es menos tabú. Cabe citar el caso del actor Charlie Sheen, quien reconoció publicamente, hace pocas semanas, que tenía SIDA. Ahora bien, sigue siendo un tema delicado y cualquier persona con vida sexual activa siente nervios a la hora de recibir el resultado del test Elisa. El llamado Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida sigue siendo un fantasma para muchos, quienes pese a haber tomado la serie de recomendaciones para evitarlo, probablemente piensen que algo se salió de su control.

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Cada 1 de diciembre se celebra el Día Internacional del VIH, que busca informar a la población sobre los adelantos en los tratamientos y, a su vez, recordar la forma de prevenirlo.

Ese 2013 la OMS (Organización Mundial de la Salud) dio a conocer que los jóvenes que mueren producto del contagio de VIH había aumentado en un 50%, y destacó que este grupo etáreo necesitaba más ayuda. «Los jóvenes requieren servicios médicos y formas de respaldo pensadas para ellos», apuntó el director del departamento de la OMS dedicado a la lucha contra el VIH, Gottfried Hirnshall.

Los infectados «se ven ante grandes obstáculos. Leyes duras, desigualdades, estigmatización, discriminación. Y eso actúa como un freno a la hora de buscar ayuda médica, análisis, formas de prevención o de tratamiento del VIH», comentó quien dirige el programa correspondiente en Unicef, Craig McClure.

Los «por qué»

Francisca Puga, sicóloga de la Universidad Católica de Chile y magíster en Psicología Social Comunitaria del London School of Economics, es directora ejecutiva de Triple P Chile, Programa de Parentalidad Positiva (por ello su nombre), metodología que entrega a padres, madres y cuidadores herramientas para criar niños, niñas y adolescentes sanos y seguros de sí mismos. Junto con la necesidad de fortalecer las relaciones familiares, señala que otros factores que inciden en este aumento son:

– Disminución de la edad de inicio de la actividad sexual, cuyo promedio para las mujeres es de 16 años en Chile, según la última encuesta del Injuv. Esto nos sitúa, como país, dentro de los top 10.

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– Poco uso de métodos anticonceptivos. Sólo un 50% de los jóvenes que tienen relaciones, de entre 15 y 19 años, reportó haber usado condón en la misma encuesta.

– Por ley, recién desde el 2010 las escuelas deben tener educación sexual, ¡y sólo para Enseñanza Media!, lo que es un poco tarde considerando estas cifras.

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Sida = Tabú

Por otro lado, el VIH sigue siendo tabú en Chile. Ser VIH positivo no es algo que se comenta abiertamente. Las cifras son altas y hay mucho prejuicio al respecto, por lo que es probable que los adolescentes –¡y adultos!– no consideren la posibilidad de que alguien que ellos conocen pueda estar infectado.

Entran en este tema, entonces, los padres de estos jóvenes, quienes al evitar hablar de las formas de contagio dejan que sus hijos se informen por vías que pueden significar asumir mitos como realidades. ¿Cómo hablar con ellos entonces? «Así como hay variables parentales asociadas a conductas sexuales de riesgo, como la poca disponibilidad de los padres, los bajos niveles de monitoreo parental y de apoyo, y la presencia de interacciones familiares violentas o agresivas, también existen ejemplos de cómo los padres y la familia pueden ser un factor protector. Las investigaciones muestran que los altos niveles de interacciones positivas (respetuosas, atentas, cariñosas, consistentes) dentro de la familia, la supervisión parental, el establecimiento de reglas y el esfuerzo positivo se relacionan con una menor incidencia de conductas de riesgo en la adolescencia», explica Puga.

foto_0000001720151201093844.jpg (lemontreeimages - Fotolia)

Estrategias de prevención

* Dedicarles tiempo (en pequeñas cantidades, pero frecuentes) haciendo cosas que ellos también disfruten.

* Conversar con ellos, teniendo en cuenta que conversar no es un interrogatorio, más bien significa contarles sobre nosotros y estar disponibles a escucharlos cuando ellos inician una conversación. Escuchar no tiene por qué significar hacer algo al respecto de lo que escuchamos. A veces basta con decir: «Veo que eso te tiene triste o enojada». Y agregar:

«¿Hay algo en lo que te gustaría que te ayude? Cuando los padres no aguantan las ganas de intervenir, los adolescentes dejan de conversar con ellos, porque no se sienten comprendidos. Y no se sienten comprendidos porque muchas veces los consejos no les son útiles en esos momentos. Por lo tanto, suele ser más efectivo sólo escucharlos y demostrarles atención.

* Demostrarles afecto y elogiarlos de formas adecuadas a su edad, de manera que tanto ellos como nosotros nos sintamos cómodos y sea algo natural. Es importante saber que no porque hablemos de sexo los vamos a empujar a tener relaciones sexuales (un mito bien difundido). Podemos usar un programa de televisión o noticia, algo que pasó en el colegio o que escuchamos, para escuchar la opinión que tienen al respecto. Chequear cuánto saben acerca de protegerse, de las consecuencias o cuántos mitos han ido aprendiendo. Es importante hablarles abiertamente y con sinceridad, utilizando los nombres correctos: relaciones sexuales, pene, vagina, VIH, embarazo. También podemos preguntarles por sus compañeros, por lo que ellos dicen o hacen y su opinión al respecto.

* Establecer algunas reglas que sean justas para toda la familia. Por ejemplo, «si alguien no va a llegar a la hora acordada, que llame para avisar«. Esto debe correr para todos y da la oportunidad de que los adultos muestren que ellos también siguen las reglas acordadas.

* Usar «contratos» para ir entregando mayor autonomía a medida que los adolescentes van desarrollando y mostrando más responsabilidad en sus acciones. Por ejemplo, pueden ir a un panorama que nos parece riesgoso como padres, si se comprometen a llamar cuando lleguen al lugar y a estar de vuelta a cierta hora. Si lo cumplen sistemáticamente, pueden quedarse hasta más tarde, o ir a otros lugares de más riesgo.

* Cuando detectamos un riesgo, en vez de prohibirles drásticamente el participar de ese evento o ir a ese lugar, es importante que les contemos abiertamente los peligros que vemos. Si terminamos la conversación con un «No, no vas a ir porque yo lo digo», nos perdemos la oportunidad de acompañarlos a enfrentarse gradualmente a las situaciones de riesgo. Además, cuando las hablamos abiertamente, podemos hacer un plan para reducir el riesgo en esas situaciones. Una vez que lo explicitamos, podemos conversar acerca de qué pueden decir cuando alguien se los ofrezca, o qué hacer cuando tengan ganas de algo.

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