Moda y Belleza

Diseñadores de moda suicidas: La vida infernal que tienen muchos tras el estrellato

Muchos tienen el mismo final de Kate Spade: no aguantan la presión de la industria que termina acabando con sus vidas.

El malogrado diseñador Alexander McQueen, quien se suicidó en 2010. El malogrado diseñador Alexander McQueen, quien se suicidó en 2010.

Kate Spade tenía todo lo que un joven aspirante a diseñador mataría por tener: una marca exitosa a nivel mundial, fortuna y reputación. Nada de eso bastó para que ella desistiera de quitarse la vida y fuera hallada muerta, ahorcada, en su apartamento de Nueva York a sus 55 años. Tal y como le pasó a Alexander McQueen, quien se mató de la misma manera en 2010, luego de la muerte de su madre y de una vida plagada de genio creativo y colecciones brillantes, pero también de soledad, presión, drogas y excesos sexuales que lo terminaron matando.

PUBLICIDAD

Su triste historia es casi la misma de Marc Jacobs, el otro gran nombre sobreviviente de la década de los 90 que por poco y tiene su mismo destino. Orgías, expulsión de aviones, problemas de peso -y de drogas- se suceden uno tras otro. Los dos caen en una espiral autodestructiva, pero Jacobs sobrevive, tal y como se cuenta en el libro «Champagne Supernovas» de Maureen Callahan. No son los únicos: John Galliano, director creativo de Dior, soporta la presión de ser el gran nombre que le devuelve el lustre a la casa luego de décadas de intrascendencia a punta de alcohol. Dior sabe de su problema, pero le deja ser: al fin y al cabo le está dando ganancias. Todo explota en 2011, al este dar comentarios antisemitas que se hacen virales en un bar de París. Dior se lava las manos, aunque ya daba cuenta de su comportamiento. Galliano cae al infierno del descrédito y solo es salvado por Anna Wintour. Gracias a ella ficha con Margiela, donde vuelve a brillar.

Y en Dior, mientras tanto, Raf Simmons vivía el infierno (llora, prácticamente) al presentar su colección para mostrar su valía como creador y de paso, rescatar la reputación de una casa legendaria. No llegó a durar.

Recomendados

 «Tanto presionar a estos chicos para saber que al final la marca va a terminar vendiendo perfumes»

Con todos estos ejemplos tan conocidos, y con el más reciente (Kate Spade) hay un patrón: la vida de un diseñador de modas no es tan placentera y exitosa como lo han hecho ver incluso en redes sociales. No son solo fiestas, mansiones y amigas influencers.  Se requiere de una piel de acero, casi como la de Karl Lagerfeld, para sobrellevar las presiones de la fama a temprana edad, de los excesos del medio, con los que muchos escapan de las presiones, de el siempre reconocerse como el «Mejor» para complacer accionistas, ejecutivos y una industria sanguinaria. Esa que también acabó con L’ Wren Scott, exnovia de Mick Jagger y también con Isabella Blow, ícono de moda británica y descubridora y amiga de Alexander McQueen. «Issie amaba más la moda de lo que la moda la amó a ella», se decía en un reportaje de Vanity Fair de la ex editora de moda y asistente de Anna Wintour, quien si bien pasó a la Historia por sus sombreros, ya traía un espiral de depresión y de traiciones en el medio (McQueen se hizo famoso y la echó a un lado) que minaron su estado de ánimo. Eso, mas su cáncer e infertilidad hicieron que se tratara de suicidar varias veces: lo consiguió en 2007, al ingerir insecticida.

Una industria sanguinaria

Muchos creativos, con instinto de conservación, prefieren hacerse a un lado y tomar su propio camino luego de la presión de la casa de moda por resultados. Alber Elbaz hizo lo propio con Lanvin, luego de 14 años de trabajo, al la firma acusarlo de bajar «la calidad de sus diseños». «Nosotros los diseñadores empezamos como couturiers llenos de sueños, intuiciones y sentimientos… Y ahora nos tenemos que convertir en creadores de imágenes, asegurarnos de que la ropa queda bien en las fotos… Ser llamativos es la nueva moda. Yo prefiero susurrar», explicaba el creador. A su sucesora, Bouchra Jarrar, no le fue mejor: dura solo 16 meses en el puesto.

La competencia es dura. No todos pueden ser Alessandro Michele con Gucci. Alexander Wang se va de Balenciaga, que solo resurge con Demna Gvsalia a costa de su propia marca, Vetements. Raf Simmons se va hastiado de Dior. Hay necesidad de hacer más colecciones, aparte de las dos de temporada (cápsula, pre-fall, resort, etc), hay que conseguir resultados y hay que adelantarse. Jil Sander dejó su propia marca varias veces, y Massimo Giorgetti, quien tuvo la oportunidad de reinventar Pucci, es despedido por ser «demasiado creativo».  Algo similar le pasó a Esteban Cortázar al dejar Úngaro: los directivos vieron que su inmenso talento no era suficiente y decidieron que co-creara con Lindsay Lohan, aún en su apogeo. El colombiano renunció y la colección de Lohan resultó, como era de esperarse, un desastre.

Entre jugadas de directores y CEOS, resultados inmediatos y números de ventas: en eso se traduce ,para marcas y conglomerados, el talento de un diseñador. No basta con que sea el más creativo si eso no lo consume la gente. Y el negocio muchas veces se termina tragando a la persona, quien muchas veces, sin recursos emocionales, se refugia en los excesos o cae en la depresión. Todo para probarle a la industria que son valiosos. «Tanto presionar a estos chicos para saber que al final la marca va a terminar vendiendo perfumes», se decía en la industria al ver la alta rotación de directores creativos en las grandes firmas.

Y eso, a un costo terriblemente alto.

TE RECOMENDAMOS EN VIDEO 

 

Tags


Lo Último