Por Héctor Valdés Cirujano Plástico
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Muchos aún recuerdan el impacto que generó la nueva imagen de la actriz Renée Zellweger, protagonista de «El diario de Bridget Jones» con rasgos faciales tan característicos como su personaje, los que desaparecieron luego de una notoria intervención quirúrgica. Probablemente quiso realizarse un cambio que, por mínimo que fuera, la hizo quedar totalmente diferente.
Muchas veces ocurre que la cirugía estética se delata a sí misma, perdiendo la sutileza necesaria para no evidenciar su presencia, lo que carece totalmente de sentido pues lo lógico es que no se perciba que te has «hecho algo», tal como cuando se reconstruye una pieza de arte.
La cirugía estética o reconstructiva, tal como la conocemos hoy, se remonta a los inicios de la Primera Guerra Mundial, donde trataban de reconstruir las heridas y/o mutilaciones de los soldados abatidos por proyectiles que desfiguraban sus rostros. Sin embargo, con el tiempo, se ha transformado casi en un trabajo de joyería. Realizar una operación y que ésta no se advierta es la máxima que por defecto debiese existir en cada quirófano.
Actualmente, el avance quirúrgico y tecnológico llega a tal punto que se pueden reconstruir rostros completos e incluso realizar técnicas tan innovadoras como la de «feminización facial», en la cual se convierte un rostro de rasgos masculinos a uno femenino. Sin embargo, el éxito de este tipo de procedimientos se refleja cuando se obtiene un resultado natural y la compleja operación es completamente imperceptible.
Asimismo, el aumento de busto o glúteos deben resultar armónicos con el cuerpo, evitando ese aspecto «artificial», para dar pie a la naturalidad. Hoy los estándares de belleza han cambiado. Ya no se exigen volúmenes grandes ni atributos que no nos pertenecen, que no se logran ver reales. Se espera que la cirugía cumpla su rol de ayudar al cuerpo, arreglando imperfecciones, de la manera más sutil que podamos.
Cada persona tiene una belleza que a veces queda opacada por un solo rasgo que estropea el conjunto: una punta nasal caída, una carencia de volumen en pómulos, una falta de mentón; o a veces por razones genéticas hay grandes asimetrías en el tamaño de un busto respecto del otro o una carencia casi absoluta, como también mujeres con gigantomastía incluso sin sobrepeso.
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Pese a ello, no se debe hacer del quirófano un lugar habitual sino que ocasional, donde una acertada intervención corrija el defecto y rescate la belleza, sin que para alcanzarla se haga necesaria una transformación. La intervención debe ser de detalles concretos, rescatando lo mejor de cada persona, que resulta ser tan única como la propia cirugía. No se puede operar una nariz de la misma forma en dos rostros diferentes. Cada intervención posee su particularidad, y por ningún motivo debe haber nunca una cirugía igual a otra.
Finalmente, la belleza está en la naturalidad, y si existe ayuda médica ésta no debe notarse, ojalá pasar desapercibida, siendo esta característica lo propio de un buen resultado.
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