Desde que tengo 12 años, me maquillo todos los días que salgo de mi casa. Bueno, no siempre. Hay veces que voy al gimnasio, o sólo a comprar pan; esos días no pongo maquillaje en mi rostro pero no porque no tenga ganas, sino porque aprovecho de cuidar mi piel.
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Y es que maquillarme, peinarme y hacerme todas las “mantenciones” (como depilación, manicure, pedicure, etc) me hace sentir bien. Puede ser una tontera, o algo superficial; pero cuando una se pone las pilas y le dedica tiempo a una misma, el ánimo sube.
Da lo mismo lo mal que estén las cosas: una siempre puede arreglarse. No se necesita mucho dinero ni tiempo; claro, hacer todo en un día no siempre es posible, y a veces si tenemos pena y nos vienen las crisis de llanto, el maquillaje de los ojos se corre. Pero ese no es motivo para andar despeinada, peluda o hedionda.
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Cuando he estado triste, prefiero mil veces que una amiga me lleve a hacerme la manicure a que me lleve a tomar tragos; si estoy enojada y logro peinarme bien, les juro que se me pasa, al menos un poco, como que pienso “si puedo arreglar este desastre de cara, puedo arreglar el mundo”.
Tengo un cosmetiquero en la oficina y otro en la casa de mi pololo; uno pequeño que a veces echo en la cartera porque me gusta eso de siempre que puedo ponerme guapa. Cuando trabajaba desde la casa, me cuidaba mi piel pero mi ánimo andaba más o menos, en parte porque no me arreglaba. Algunos dicen que no es más que inseguridad; yo digo simplemente, que me hace sentir bien.
Y a ti, ¿Te sube el ánimo arreglarte?