Cada vez que salgo a la calle mi billetera tiembla, sobre todo cuando es principio de mes y acabo de recibir mi sueldo. Según mi papá, mi verbo favorito a conjugar es el comprar. Aparentemente es algo que viene desde chica, ya que recuerdo que cuando salía con mi mamá a Providencia no paraba de hacer pataleta por varios minutos frente a la vitrina del Village del mall Panorámico, rogándole porque me comprara una Barbie o lo que fuese.
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Parece que quizás fui un poquito mal enseñada. Desde niña siempre me compraron todo, desde la ropa que quería hasta el juguete de moda. Por ser la hija menor y mujer, mi papá, por lo general, me daba todo lo que quería y me mal acostumbré. Nunca aprendí a ahorrar y ahora estoy sufriendo por eso, pues hace como un año que estoy tratando de juntar un poquito de plata para algún viaje fuera del país y me es imposible. Por eso le agradezco infinitamente a Servicio de Impuestos Internos por quitarme mi diez por ciento cada mes, ya que es probable que solo gracias a eso, pueda irme un rato de esta ciudad.
El mes pasado me propuse guardar aunque fuera 30 lucas hasta el otro mes, obvio que no puede resistirme a la oferta de bikinis que había en las grandes tiendas y partí a comprar. Por supuesto que no me compré uno, sino que cuatro, ya que el comprar “por si acaso” es mi frase típica. Creo que solo las mujeres me entenderán si les digo lo que sentimos cuando nos compramos alguna cosa nueva, ya sea maquillaje, ropa o algún accesorio. Nos da un placer tan indescriptible, que hasta nos hace olvidar lo molesta que estás con tu trabajo o lo triste que andas porque tu pololo te pateó. La compra de un lindo jeans, que hace que te veas increíble, hace que el ánimo te cambie por completo y solo quieres que haya un eventillo social para lucir lo bien que se ve tu trasero. Amo los jeans.
Antes los zapatos para mí no eran tan importantes, eso sí, tenía miles de pares de zapatillas dispersas por mi closet, pero poco a poco se han convirtiendo en otra más de mis debilidades de consumista compulsiva. Evidentemente que no me gusta cualquier tipo de zapato, me fijo en los más caros, con modelos modernos y aunque tengan un taco enorme, me los compro igual. Claro que por comodidad, al final a penas los ocupo. Ahí es cuando viene la voz de la conciencia de mi madre “para qué te compras tanta cosas que ni te pones, tú closet ya ni cierra y si no paras de comprarte estupideces, no te plancho más”. Reemplacen “cosas” y “estupideces”, por garabatos típicos chilenos. La verdad es que tiene razón, si bien en el momento le respondo que no se meta, que es mi plata y que hago lo que quiero, al final pienso, reflexiono y trato de no comprarme nada. Al otro día obvio que si paso por una tienda y me gustó una cartera, me la llevo, pero sé que al volver a mi casa tengo que esconderla.
Mis amigas dicen que tengo un problema. De hecho la Dani, mi amiga desde que tengo tres años, es seca para guardar plata y si tiene que morirse de hambre por no gastar, lo hace. Siempre trata de aconsejarme que guarde, pero no puedo. A veces no sé ni en qué me gasto la plata, por lo que he pensado seriamente en contratar a un contador amigo, para que me ayude. Me es imposible organizarme. Por ejemplo, tengo auto, no pago ni la bencina ni el seguro, pues mi papi me ayuda, solo debo pagar por dos años las cuotas de mi auto nuevo que no exceden las 90 lucas, pero ya debo tres cuotas. La razón, tengo más de diez pantalones nuevos, varias poleras, uno que otro accesorio y mis trajes de baños. Entre todo eso, no es raro que las cuotas del auto se me hayan olvidado una vez más.
Me encanta ir a comer a ricos restoranes y salir con mis amigas a algún buen pub. Lo malo es que lo hago muy seguido, pago con la redcompra y después ni me doy cuenta de lo rápido que ha bajado el saldo de mi cuenta. Y así nuevamente no pagué el auto.
Sí soy consumista compulsiva. Amo comprar, amo la ropa, los accesorios, disfrutar de un rico rato en un buen restorán con mi familia y amigos. Me vuelven locas los zapatos, los vestidos, los anillos de plata, ir a la peluquería, al gimnasio y hasta estar en el supermercado. Pero al final todos los cariñitos que una se hace o le hace a los demás, pasan la cuenta y hoy la realidad me ha caído encima. Ya estoy en edad de comenzar a planear vivir sola, de tener mi propia casa, mis propios muebles, mi propia cama, mi propia loza, entre miles de otras cosas más. Por lo que si quiero seguir comprando, tengo que aprender a ahorrar y olvidarme de que papi o mami siempre estarán para ayudar, pues aunque me lo repitan todo el tiempo, tengo que hacerme la idea de mantenerme sola. Ese es mi nuevo lema. No sé qué haré sin mis compras diarias, pero ya he comenzado a despedirme de la compulsividad. De hecho llevo más de tres días sin tener alguna cosita nueva, creo que voy bien ¿o no?