Maternidad

#Opinión: Las grandes lecciones que me dejó mi mamá

Se fue hace más de un año. Y en su dolorosa ausencia, he aprendido varias cosas.

Esto quizás es lo más difícil que he tenido que escribir. Ella se fue hace poco más de un año. Como muchas muertes, de manera injusta, como muchas muertes, de manera repentina. Un cáncer que poco a poco minó sus fuerzas y le dio la estocada final en cuatro días de dolorosa impotencia, acabando con el poco tiempo que tuvimos juntas, acabando con tantas cosas que ya no pudieron ser, con tantos futuros que habíamos planeado. Ahora solo tengo unas cuantas prendas, sus fotos viejas y un lado vacío de la cama.

Yo la extraño todos los días. Pienso en ella todos los días. Y sí, todavía estoy en esa fase de “por qué a mí”. Tal vez no se me pase nunca.

No solo la añoro porque sea mi mamá, sino porque me dejó lecciones, las más simples, pero las más duras, que he de asimilar en mi vida. El mundo, como dice mi hermano, perdió su brillo sin ella, porque encarnó la bondad, la dulzura y la amabilidad hacia todas las personas. También la belleza de amar sin condiciones y entregarse sin esperar ser amada. Se llamaba Luz, como yo. Luz Helena. Su hija salió oscura como la noche, pero ella sí merecía el nombre que llevaba: siempre perdonó fácil, siempre reía fácil, siempre sabía ver, muy fácil, la bondad en los otros. Era uno de esos espíritus que en medio de las tragedias de su vida supo siempre dar un amor inmenso y poner la otra mejilla. Sí, ella, en este mundo de tiburones y lobos, encarnaba esa bondad que hoy es despreciada por su aparente ingenuidad, por su aparente debilidad, por su belleza frágil, por su resplandor ilusorio. Pero esa bondad la hizo el espíritu más libre que he conocido en toda mi vida, porque amó sin reservas, amó sin miedo, a pesar de que fue mil veces lastimada.

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Amar la hizo un ser infinitamente superior. Tal y como dijo una de mis autoras favoritas, Anne Rice (ella fue la que me regaló muchos de sus libros): “El mal siempre es posible. La bondad es una dificultad”

Amó sin condiciones a su pareja, a sus hijos, a sus amigas, al resto de su familia. Amar la hizo libre y esa quizás es la más grande lección que tendré que aprender, si quiero honrarla, por el resto de mi vida. Amar la hizo un ser infinitamente superior. Tal y como dijo una de mis autoras favoritas, Anne Rice (ella fue la que me regaló muchos de sus libros): “El mal siempre es posible. La bondad es una dificultad”. Su vida fue la lección más simple, pero más difícil  de todas. Y solo un alma como la suya entendió lecciones que muchos en vida no entenderán o que nos cuesta asimilar con la sencillez y alegría que tuvo ella mientras estuvo aquí. Ella y sus acciones son la lección que he venido y debo aprender para honrarla mientras viva.

Quizás al escribir esto, pueda dejar de pensar en nuestra maravillosa – pero bastante compleja y muy imperfecta- relación. En los dolores, decepciones, tristezas y defectos que hacían parte de su humanidad. En el viaje a París que nunca pudimos hacer. En la Semana Santa que no pudimos pasar juntas y que la tenía llena de ilusión porque yo iba a estar a su lado. En el quizás, quizás, quizás, como dice la canción. Y sí, quizás pueda hacerlo, pero lo más probable es que no sea así. Pero al menos en este mar de inmenso dolor y añoranza, en el que a veces salgo a flote con algo de lucidez, sé lo que me ha dejado y eso es más que un corazón roto por su ausencia: lo que ella fue es lo que debo de aprender a ser. Es lo que debo ser porque la amo, tanto como ella me amó a mí. Y ese es su mayor regalo.

Te quiero, mami. Y te amaré siempre, estés donde estés. Es lo que tu hiciste siempre conmigo.

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