Maternidad

Se busca baby sitter

Amo las baby sitter. He sido innumerables veces baby sitter. Y hoy necesito urgentemente una baby sitter.

Hay instituciones que deberían tener una muerte natural. No me refiero a facebook (estrenen pronto The social network de David Fincher!), ni al matrimonio. Hablo de la nana, o más bien esa supernana tan habitual en los hogares chilenos que con una mano pasa el plumero y la otra prepara un biberón. La esclavitud plurifuncional versión 2011 no sólo es anacrónica y bajo muchos puntos de vista aberrante. Es sobre todo, y perdón la crudeza, inútil. Las madres burguesas y trabajadoras de hoy no necesitan empleadas domésticas que les sirvan el café en el escritorio mientras le “echan una miradita a los cabros chicos”, sino baby sitters que les alivianen el cuidado de los niños cuando sea necesario.

No sé si ustedes, pero al menos yo, no vivo ni pretendo vivir con una supernana puertas adentro. No tengo ganas, espacio, ni plata. No soy la única. No es sorprendente que para mi generación salir al cine a las 8 de la noche equivalga a encender el dvd de la tele; ir a una fiesta, bailar arriba de la propia cama. Las páginas amarillas son tan siglo XX que ofrecen una nana full time, pero no una bendita baby sitter un par de horas. Resultado, llamados reiterados a los abuelos buena onda, carretes con hijos envueltos en frazadas o salidas por separado de tu pareja, que te convierten en single de nuevo.

Amo las baby sitter. He sido innumerables veces baby sitter. Y hoy necesito urgentemente una baby sitter. En Nueva York cuidé a varios niños, tarea por la cual me pagaban entre 10 y 15 dólares la hora. Elio, un chico francés con quien compartí muchas tardes de cine, paseos a Central Park, y lecturas de revistas sobre trenes en Barnes and Nobles solía preguntarme todo el tiempo si yo conocía Amy, su anterior baby sitter tailandesa. Ya no recordaba cuántas chicas lo habían cuidado, pero era feliz con nosotras, porque más que nannys éramos como hermanas mayores dispuestas a pasear y jugar con él.

A veces los padres me contactaban de urgencia. (Perdí el vuelo, ¿puedes ir a buscarlo al colegio?) Otras, con una programación sólo posible en el primer mundo (el 3 de abril reservé para tal restaurante con mi marido). Ahora que soy madre, ojalá pudiera hacer lo mismo. Improvisar. Planificar. Tener una chica de anteojos que lee Nietzsche comiendo papas fritas en el living de mi casa, mientras mi hijo duerme y yo olvido mis zapatos en algún lugar de la noche.

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