La maternidad es un viaje que transforma a las mujeres tanto en nuestro físico como en nuestras emociones. A medida que el cuerpo cambia para dar vida nos van marcando desde las curvas nuevas hasta las tan temidas estrías.
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Desde que me convertí en madre por primera vez, mi cuerpo ha sido el tema central de muchas conversaciones.
Desde el inicio mi madre, empecinada en que baje de peso, me decía que ella habiendo tenido tres hijos, ella y yo nos veíamos iguales. Estos comentarios se sumaron a una lluvia de dietas y recetas que me recomendaban sin que yo lo pidiera.
Mi pareja no quedó exento de esta tendencia. Últimamente, he recibido críticas porque no he podido regresar al cuerpo que tenía antes, además ha sugerido que cambie mi forma de vestir por prendas que no dejen ver esos rollitos demás.
Lo sorprendente no es cómo ha cambiado mi cuerpo, sino cómo ha cambiado la percepción de los demás sobre él. Estos comentarios, aunque hirientes, me hicieron reflexionar sobre la verdadera raíz del problema: la obsesión con los cuerpos perfectos y la resistencia a aceptar los cambios naturales que vienen con la maternidad.
En medio de todas estas críticas, me encontré con un curioso fenómeno. Y es que días después de mi cesárea de emergencia me sentía cansada y preocupada por saber el día en que por fin mi hijo estaría en casa con nosotros y no en una termocuna, a todo esto, personas de mi círculo familiar, en un intento de cumplido, me decían que me veía “como si nada”, como si el hecho de no tener cambios aparentemente visibles de inmediato en mi cuerpo fuera una victoria.
Esta actitud, aunque parezca positiva, refuerza la idea de que los cambios corporales post-parto deben ser minimizados o incluso negados.
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Aun así la verdad es que no tengo problemas con cómo se ve mi cuerpo. Soy consciente de que físicamente he cambiado, y está bien. La maternidad me ha dado una nueva perspectiva sobre la belleza y la fuerza. Cada cambio, cada marca, cada estría reflejan la increíble capacidad de mi cuerpo para crear y nutrir una vida.
Quiero que más mujeres y especialmente más madres jóvenes entiendan que no estamos obligadas a demostrar que la maternidad no nos ha cambiado.
En lugar de aspirar a un ideal inalcanzable, deberíamos celebrar nuestras transformaciones y ser amables con nosotras mismas. La verdadera victoria es aceptar y amar nuestro cuerpo tal y como es, pues durante la maternidad cada cuerpo cuenta su propia historia.
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