La rabia y el enfado son emociones que nos sirven para percibir que una situación nos molesta y nos mueven a actuar para intentar cambiarla.
El problema surge cuando dejamos que nos controlen y se manifiesten de forma explosiva, hiriendo los sentimientos de quienes nos rodean, como nuestra pareja.
La publicación Mente Sana nos presenta el siguiente ejemplo para ilustrar una situación de conflicto y ver cómo se puede resolver:
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Imagina que te enfadas con tu pareja porque no quiere salir de casa cuando tú deseas ir al cine. Tienes cuatro opciones:
Opción 1
Interpretas que es un egoísta porque nunca hace lo que tú quieres y simplemente no quiere salir para molestarte. Le reprochas su comportamiento. Lo más probable es que se origine una discusión que los hará sentir mal a los dos.
Opción 2
Lo interpretas del mismo modo, pero reprimes la rabia. El sentimiento de enfado continuará ahí y acabará por crearte resentimiento.
Opción 3
Sigues con la misma visión, pero intentas relajarte y, cuando lo has logrado, hablas serenamente acerca de tus sentimientos. Ya vas por camino más acertado, pero…
Opción 4
Analizas tus pensamientos ¿Nunca hace nada por ti? ¿Lo hace para molestarte o no quiere salir porque está cansado? Como consecuencia, tú ya no sientes rabia sino una simple contrariedad que no les impedirá ponerse de acuerdo y elaborar un plan para pasar una agradable velada.
Esta última opción es la que proveerá más sentimientos positivos a la pareja y evitará tanto desgaste emocional. Por supuesto, es necesario darse permiso para sentir la emoción, hablar serenamente de cómo se sienten y tratar de entender al otro para así superar el enojo.