Las mujeres estamos sometidas a vivir bajo un miedo creciente. Estamos aterradas de salir de casa y no volver. Porque las muertes con violencia a mujeres se han convertido en «el pan de cada día» y no hay nada más terrible que normalizar la descomposición por la que está pasando la sociedad.
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Justo cuando muchos se habían olvidado de Mara, Lesvy, Karen, Adriana, Fátima o Lupita «Calcetitas rojas», el caso de Ingrid vuelve a estremecernos.
Ingrid fue asesinada a sangre fría por su propio esposo, en su propia casa. Tenía 25 años, una carrera prometedora y un «amor por la vida» según se lee en sus redes sociales. El hombre la desolló, tiró sus órganos, algunos en bolsas de basura y otros a la alcantarilla; su piel apareció a unas cuadras de su casa.
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El sujeto fue detenido y cubierto con sangre, no se inmutó al confesar con detalle su crimen. ¿Su justificación? El alcohol, una discusión y una supuesta amenaza por parte de la joven.
Mientras que a las mujeres nos enseñan a defendernos de los hombres; a vestirnos «lo menos provocativo posible» o a no salir a ciertas horas del día, los hombres siguen cometiendo esos actos atroces. Desde pequeñas, nos han enseñado que los monstruos son malos y terroríficos, que acaban con los buenos y que destruyen todo a su paso. Pero hoy, sabemos que los monstruos no son precisamente seres con diez ojos, colmillos o cuernos de demonio sino que pueden verse como un amigo, un novio o un vecino.
Decía Mary Shelley, autora del cuento clásico Frankenstein o el Moderno Prometeo que «el lobo se vestía con piel de cordero y el rebaño consentía el engaño». Es así como entendemos que cualquiera puede ser el villano y que un feminicida no es un monstruo sino un hombre promedio, común y corriente que un día, con engaños de una «buena pinta», puede ser el malo de cuento.
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«No llamen monstruo al varón que desolló a Ingrid. No es un monstruo, es un hombre promedio. Llamarle monstruo es mitificar la violencia machista que padecemos las mujeres en México. La misoginia es nuestra realidad más palpable. No es un monstruo. es un hombre promedio», se lee un tuit viral en la cuenta de la usuaria @chivatoscopio_.
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Lejos (muy lejos) de criminalizar y señalar de «violadores» o «asesinos»a todos los hombres, la publicación hace referencia a que los monstruos no son necesariamente como los pintan en los libros o películas de terror. Los malos de nuestra realidad son de carne y hueso, respiran alrededor de nosotras, nos dan los buenos días, nos abren la puerta, nos besan, nos juran amor eterno y un día, sin esperarlo, se abalanzan sobre nosotras como si fuésemos su presa.
Recordemos esto: El asesino de Ingrid es un hombre promedio, de 46 años, ingeniero, papá de un joven de 15 años. Pudieron existir muchas razones para que Ingrid se casara con él pero sobretodo, para que creyera en él.
Los hombres buenos existen y también son hombres comunes con los que convivimos día a día y de verdad nos aman y protegen. Pero también están los que nos hacen pensar en los monstruos, los que defienden a los malos, los que callan y los que nos atacan.
En México asesinan a 10 mujeres al día y los verdugos son sus parejas, sus ex parejas, sus tíos, primos, el vendedor de la esquina, el portero y los desconocidos con los que se topan todos los días camino a la casa o al trabajo. Son hombres promedio que saben que tienen total impunidad en un país en donde la violencia se ha desatado más que nunca, porque la impunidad no existe.
Ser mujer es riesgo, es una posibilidad a que cualquiera pueda agredirte en cualquier momento y en cualquier forma. Ser mujer es sentirse vulnerable incluso frente a una pareja, a un compañero de trabajo, un conocido o un familiar.
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