¿Te has preguntado por qué los cerdos hacen “boo boo” en japonés, “chrum chrum” en polaco, “groin groin” en francés y “oink oink” en inglés, español e italiano? La respuesta no es porque este animal habla todos esos idiomas, sino que tiene que ver cómo los humanos interpretan su sonido.
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Los sonidos que emiten los animales se enseñan a los niños desde que son pequeños. Así es como los humanos aprenden a hablar imitando los sonidos de la naturaleza.
Se les llama onomatopeyas a las palabras que tratan de imitar las resonancias del ambiente, pero cabe preguntarse por qué no existen palabras universales para designar los sonidos de los animales si se parte de la premisa de que suenan igual.
La causa recae en aspectos culturales y en las normas de cada idioma, que hacen diferente la percepción de un país a otro. Por ejemplo, en los países de habla inglesa existen muchos sonidos que definen el ladrido (“woof“, “yap”, “bow wow”, “ruff”, “growl”) porque poseen un mayor número de perros per cápita.
En cambio, en Estados Unidos y Australia no existe una onomatopeya que describa el sonido de un camello porque no existen en esas zonas.
Por otro lado, no se usan las mismas palabras porque se trata de transcribir un sonido real siguiendo las normas de cada idioma. Por ejemplo, en español no existen algunos sonidos equivalentes en japonés. El caso de la “L” que se suele cambiar por la “R” es uno de ellos.
Lo mismo sucede cuando se interpreta el mugido de una vaca en francés como “meuh” en vez de “muu” como en español, simplemente porque en este último no existe el sonido “eu”.
Por lo tanto, los distintos sonidos que tienen los animales en los numerosos idiomas, se traduce en que los humanos los perciben de manera diferente.