¿Has mirado alguna vez todo lo que viene en la lista de la famosa etiqueta trasera de tu champú? Hace unos meses, me enteré sobre algunas verdades del champú que no conocía. En resumen, les diré que este producto, que compramos con la idea de solucionar los males que tiene nuestro cabello, puede de hecho estar ocasionándolos y eso sólo nos hará pensar que necesitamos más productos para nuestro cabello. Nunca nos salta la idea de que podría de hecho ser al revés la cosa.
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Llevo 5 meses sin usar champú que contenga sulfato, ni acondicionadores o cremas para el cabello que contengan siliconas y nunca había tenido el cabello más bonito, largo y fuerte. Lo que me hizo darme cuenta de dos cosas: la gran cantidad de químicos que solía ponerle a mi cabello y el hecho de que, en realidad, tomamos las cosas de los anaqueles del súper-mercado por la manera en que la publicidad nos las vende, sin saber en realidad qué contienen.
Y lo comprendo: marea. Yo no soy química, ni me fue bien en esa materia en la escuela. Hay muchas cosas que no entiendo en las etiquetas de los productos que consumo. Pero siempre puedo preguntarme: Si tiene que llevar tantos químicos, ¿en realidad es bueno para mi cabello? Si tienen que hacer pruebas con animales, ¿en realidad podrá hacerle algún bien a mi piel y cabello?
Ahora pasemos ese mismo pensamiento a otros productos: de limpieza, de higiene, de cuidado personal, de bebidas, de comidas. Como consumidores tenemos el derecho y obligación de revisar las cosas que consumimos. No que uno tenga que volverse un experto en químicos.
A veces son las cosas simples las que hacen la diferencia en estas situaciones: elegir lo orgánico y producido localmente, aquello que tenga un empaque reciclable, elegir las marcas que no experimentan con animales y las que hacen menos daño al medio ambiente. Por ejemplo, si vas a comprar jabón para ropa y en realidad no tienes niños pequeños ni se ensucia mucho, ¿por qué no elegir la marca ecológica si de todas maneras no necesitas todo ese “poder max”?
Sólo es algo en que reflexionar. Como consumidores tenemos palabra, aunque no muchas veces la ejercemos.