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“El Galeón español llegó”

Reflexiones en este nuevo aniversario del "Día de la raza"

La rítmica canción de La Sonora de Tommy Rey  parece bastante inofensiva cuando la bailamos alegremente en Año Nuevo y coreamos: “El galeón español llegó/dejando una estela en el mar (bis) Al aire su bandera/ su estampa señera/ tu mundo ha de conquistar” (bis);  porque ya sabemos que el “sincretismo”, ese encuentro entre dos culturas, ese abrazo fraterno entre el indígena y el colonizador, no fue tal.

Más bien fue un choque entre iguales en su calidad de seres humanos, pero distintos en aspectos dados por la estructura. Mientras que unos eran civilizados, los otros salvajes, y mientras unos venían a conquistar, los otros tenían que ser conquistados. Una dialéctica basada en principios de usurpación mediante el artificio primer mundista.

Podemos, o no, mirar este tema como  una tragedia. Leerlo en el prisma de “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, o la usanza edulcorada de “Avatar”, intentando ficcionar lo que en la realidad ocurrió hace varios siglos, sin que por eso hayamos superado el transito de ser un continente nuevo que sirve las mesas de los más viejos. Porque si entendemos que el principio comercial de apropiación de las materias primas, los recursos naturales, el progreso radicado a kilómetros de los territorios explotados, veremos que la historia continúa siendo la misma.

Muchos de los problemas ambientales que hoy por hoy asolan nuestros países, vienen de la mano del capitalismo colonizador, que sienta sus bases en la dominación de los pueblos que originalmente habitan las tierras usurpadas para el beneficio económico, causando una profunda desigualdad, tanto en términos materiales como conceptuales, pues la cosmovisión indígena es también despojada de su importancia e influjo en las generaciones sucesoras, que deben amoldarse al nuevo orden para poder sobrevivir más allá de una entidad “folclórica”, llamativa para el etnoturismo que quiere siempre encontrarse con el “buen salvaje”, sumiso y dispuesto a ceder su parte para agradar al vernáculo.

Sabemos que existen cada vez más personas dispuestas a luchar por mantener sus comunidades intactas. Que cada vez son más los indígenas que hacen valer sus derechos de autonomía resistiendo ante los Estados que desean sus posesiones ancestrales para negociar con ellas. Mediante leyes se ha criminalizado su protesta, haciéndolos parecer, frente a los ciudadanos criollos y mestizos, que su causa es anodina, y su actuar delictivo. De esta forma el apoyo se reduce, y el odio racial comienza ha hacerse parte en un guerra silenciosa, basada en la indiferencia y peor aún en la discriminación.

Entender que detrás de esa resistencia se encuentra la defensa y respeto por la tierra, por el agua, el aire, el viento, por mantenerse conectado con su equilibrio, con su prodigio natural, es esencial para unirse en estos principios que dan cuenta de una situación sostenida desde que fue descubierta la hermosa América, con fines de saqueo y dominación.

Es por eso que más que tener un orgullo por una cierta “raza”, debemos tener orgullo por las riquezas de nuestra tierra, el amor y la valoración que hacemos de ella, su utilización y cuidado, las formas que hemos incorporado en nuestro cotidiano para protegerla, así como también lo que hacemos en términos políticos, intentando frenar el influjo depredador y su engañoso concepto de progreso.

 

 

 

 

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