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Periódicos unidos por Copenhague

Hoy comienza La Cumbre de Copenhague y es por eso que 56 periódicos en 45 países -en una iniciativa sin precedentes “porque la humanidad se enfrenta a una grave emergencia”- decidieron hablar con una sola voz publicando una editorial conjunta.

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Los diarios de habla hispana que decidieron sumarse a la iniciativa fueron El Nuevo Herald (USA), La Brujula Semanal (Nicaragua), El Universal (Mexico), Diaro Clarin (Argentina) y El Pais (España).

Después del salto la transcribimos para los lectores de VeoVerde junto con una galería de portadas alrededor del mundo en donde aparece la editorial.

A menos que nos juntemos para actuar decididamente, el cambio climático va a devastar nuestro planeta, y con él nuestra prosperidad y seguridad. Esos peligros habían estado siendo anticipados por una generación. Pero ahora los hechos han empezado a hablar: 11 de los últimos 14 años son los más calurosos de la historia, el casquete polar Ártico se está derritiendo y los precios inflados del petróleo y la comida que experimentamos el año pasado sólo fueron un anticipo del caos por venir. En las publicaciones científicas la pregunta ya no es si los humanos tienen la culpa, sino qué tan poco tiempo nos queda para minimizar el daño. Y sin embargo la respuesta del mundo, hasta el día de hoy, ha sido débil y poco entusiasta.

Las causas del cambio climático se han ido acumulando durante siglos y este tiene consecuencias que perdurarán hasta el fin de los tiempos, pero nuestra posibilidad de minimizarlo estará determinada por lo que hagamos en los próximos catorce días. Exhortamos a los representantes de los 192 países reunidos en Copenhague a no dudar, a no entrar en controversias, a no culparse mutuamente, sino a aprovechar la oportunidad que presenta el mayor fracaso de la política moderna. Esta no debe ser una lucha entre el mundo rico y el mundo pobre, o entre el este y el oeste. El cambio climático nos afecta a todos, y debe ser resuelto por todos.

La ciencia es compleja, pero los hechos son evidentes. El mundo debe tomar medidas para limitar la subida de la temperatura a un máximo de 2ºC, un objetivo que requiere que las emisiones globales de gases de efecto invernadero lleguen a su máximo y empiecen a descender en los próximos 5 a 10 años. Un aumento mayor de 3-4ºC ―el incremento más pequeño al que podemos aspirar si no hacemos nada― dejaría a continentes enteros sin agua, convirtiendo las tierras agrícolas en desiertos. La mitad de todas las especies podrían extinguirse, incontables millones de personas serían desplazadas, naciones enteras desparecerían bajo el mar.

Pocos creen ya que la cumbre de Copenhague será capaz de producir un tratado bien acabado; el progreso hacia un tratado efectivo requería de la llegada del presidente Obama a la Casa Blanca y el final de años de obstruccionismo por parte de los Estados Unidos. Pero incluso hoy en día el mundo se encuentra a merced de la política interna de los EE.UU., pues el presidente no puede comprometerse plenamente a actuar mientras el Congreso de los EE.UU. no haya hecho lo mismo.

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Sin embargo, los políticos presentes en Copenhague sí pueden y deben ponerse de acuerdo sobre los elementos esenciales de lo que debe ser un acuerdo justo y eficaz y, crucialmente, acordar un calendario para concluirlo. La reunión sobre el clima de julio próximo en Bonn debe ser la fecha final. En las palabras de uno de los negociadores: “podemos irnos a tiempo extra, pero no nos podemos permitir un repechaje”.

En la base del tratado debe estar un compromiso entre el mundo rico y el mundo en desarrollo sobre cómo repartirse la carga de la lucha en contra de el cambio climático ―y sobre cómo podemos compartir un recurso cada vez más precioso: los trillones de toneladas de carbono que aún podemos emitir antes que el mercurio del termómetro suba a niveles peligrosos.

A las naciones ricas les gusta insistir en la verdad aritmética de que no puede haber solución mientras los gigantes en desarrollo, como China, no adopten medidas más radicales que las que han tomado hasta el momento. Pero el mundo desarrollado es el responsable de la mayor parte de la carga de carbono acumulado ―tres cuartas partes de todo el dióxido de carbono emitido desde 1850. Por eso es que ahora debe tomar la iniciativa y todos los países desarrollados deben comprometerse a practicar cortes que reduzcan sus emisiones a un nivel significativamente inferior a los niveles de 1990, durante la próxima década.

Los países en desarrollo, por su parte, tienen el derecho de señalar que ellos no causaron la mayor parte del problema y también que las regiones más pobres del mundo serán las más afectadas. Pero también contribuirán cada vez más al calentamiento, y por lo tanto deben comprometerse a impulsar acciones propias significativas y cuantificables. Y aunque tanto los Estados Unidos como China, los mayores contaminantes del mundo, recientemente anunciaron metas que no son tan ambiciosas como nos hubiera gustado, estas constituyen pasos importantes en la dirección correcta.

La justicia social exige también que los países industrializados se lleven las manos a los bolsillos y comprometan dinero para ayudar a los países más pobres a adaptarse al cambio climático, y tecnologías limpias para ayudarles a crecer económicamente sin aumentar sus emisiones. La arquitectura de un futuro tratado también debe garantizar ―gracias a un monitoreo multilateral riguroso, incentivos justos para la protección de los bosques y una evaluación fiable de las “emisiones exportadas”― una más equitativa distribución de la carga entre quienes producen bienes contaminantes y quienes los consumen. Pero la carga individual de cada país desarrollado debe tomar en cuenta su capacidad para asumirla; por ejemplo, los nuevos miembros de la UE, a menudo mucho más pobres que la “vieja Europa”, no deben sufrir más que sus socios más ricos.

La transformación será costosa, pero no tanto como lo que costó rescatar al sistema financiero global, y mucho menos costosa que las consecuencias de no hacer nada.

Muchos de nosotros, particularmente en el mundo desarrollado, tendremos que hacer cambios en nuestros estilos de vida. La era de los vuelos que cuestan menos que un viaje en taxi hasta el aeropuerto está llegando a su fin. Tendremos que ir de compras, comer y viajar más inteligentemente. Vamos a tener que pagar más por nuestra energía, y utilizarla menos.

Pero el cambio a una sociedad de bajo carbono conlleva la promesa de más oportunidades que sacrificios. Algunos países ya han reconocido que esta transformación puede traer crecimiento, empleos y mejorar la calidad de vida. El flujo de capitales ya cuenta una historia propia: el año pasado, por primera vez, hubo mayor inversión en energías renovables que en la generación de electricidad a partir de combustibles fósiles.

Liberarnos de nuestra adicción al carbono en las próximas pocas décadas requerirá de proezas de ingeniería y en innovación comparables con cualquier otra de nuestra historia. Pero mientras que la llegada del hombre a la Luna o la fusión nuclear fueron resultado del conflicto y competencia, la carrera del carbono que ahora empieza deberá ser impulsada por un esfuerzo colaborativo que tenga como objetivo la salvación común.

Para superar el reto del cambio climático necesitaremos de un triunfo del optimismo sobre el pesimismo, de la visión sobre la falta de visión, de lo que Abraham Lincoln llamó “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”.

Es en ese espíritu que 56 periódicos de todo el mundo nos hemos unido en este editorial. Si nosotros, con tantas diferentes perspectivas nacionales y políticas, podemos ponernos de acuerdo sobre lo que necesita hacerse, entonces seguramente nuestros líderes también pueden hacerlo.

Los políticos de Copenhague tienen el poder para moldear la forma en la que la historia juzgará a nuestra generación: si como una que comprendió el reto que enfrentaba y lo asumió, o como una tan estúpida que vio la calamidad venir pero no hizo nada para evitarla. Les imploramos hacer la elección correcta.

Süddeutsche Zeitung (Alemania) – Gazeta Wyborcza (Polonia) – Der Standard (Austria) – Delo (Eslovenia) – Vecer (Eslovenia) – Dagbladet Information (Dinamarca) – Politiken (Dinamarca) – Dagbladet (Noruega) – The Guardian (Gran Bretaña) – Le Monde (Francia) – Liberation (Francia) – La Reppublica (Italia) – El País (España) – De Volkskrant (Países Bajos) Kathimerini (Grecia) – Publico (Portugal) – Hurriyet (Turquía) – Novaya Gazeta (Rusia) – Irish Times (Irlanda) – Le Temps (Suiza) – Economic Observer (China) – Southern Metropolitan (China) – CommonWealth Magazine (Taiwan) – Joongang Ilbo (Corea del Sur) – Tuoitre (Vietnam) – Brunei Times (Brunei) – Jakarta Globe (Indonesia) – Cambodia Daily (Camboya) – The Hindu (India) – The Daily Star (Bangladesh) – The News (Pakistán) – The Daily Times (Pakistán) – Gulf News (Dubai) – An Nahar (El Líbano) – Gulf Times (Qatar) – Maariv (Israel) – The Star (Kenia) – Daily Monitor (Uganda) – The New Vision (Uganda) – Zimbabwe Independent (Zimbawe) – The New Times (Ruanda) – The Citizen (Tanzania) – Al Shorouk (Egipto) – Botswana Guardian (Botswana) – Mail & Guardian (Sudáfrica) – Business Day (Sudáfrica) – Cape Argus (Sudáfrica) – Toronto Star (Canadá) – Miami Herald (Estados Unidos) – El Nuevo Herald (Estados Unidos) – Jamaica Observer (Jamaica) – La Brújula Semanal (Nicaragua) – El Universal (México) – Zero Hora (Brasil) – Diario Catarinense (Brasil) – Diaro Clarín (Argentina).

In pictures: Climate change editorials on newspaper front pages (guardian.co.uk)

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