Netflix lo ha vuelto a hacer, pero esta vez con un movimiento que nadie veía venir. En un catálogo dominado por blockbusters de acción y thrillers adictivos, la plataforma logró lo impensable: posicionar una película animada como la más vista en toda su historia, superando incluso a producciones con estrellas de Hollywood en su elenco. Y no es cualquier cinta: KPop Demon Hunters no solo se convirtió en un fenómeno cultural global, sino que tiene fuertes posibilidades de hacer historia en los Premios Óscar.
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El mensaje es claro: la animación ya no es un género secundario. Puede competir, emocionar y generar conversación cultural al mismo nivel que cualquier superproducción de acción real.
Una apuesta que se volvió fenómeno global
Dirigida por Maggie Kang y Chris Appelhans, KPop Demon Hunters mezcla lo mejor de dos mundos: la estética y narrativa del anime (o como se le llama en Corea, Aeni), con la energía vibrante del K-pop. La trama sigue a Huntr/X, un grupo femenino que no solo arrasa en los escenarios con coreografías impecables, sino que también enfrenta demonios en secreto, convirtiéndose en heroínas sobrenaturales.
Lo que comenzó como un experimento arriesgado terminó convirtiéndose en una bomba cultural: 236 millones de reproducciones en apenas 67 días, récord absoluto en Netflix. Pero el fenómeno no quedó ahí pues el soundtrack se disparó en Billboard con cuatro canciones simultáneamente en el Top 10, algo que jamás había ocurrido en la historia del listado.
Canciones como Golden o Soda Pop no fueron simples acompañamientos musicales, sino verdaderos éxitos globales que lograron unir a fans del K-pop de diferentes fandoms y, sorprendentemente, enganchar también a quienes jamás habían escuchado una canción del género. Esa capacidad de trascender nichos es, quizás, el mayor acierto de la película.
La fórmula del éxito: voces, música y animación impecable
El secreto detrás de KPop Demon Hunters está en su autenticidad. No se limitó a usar el K-pop como accesorio narrativo, sino que trabajó con productores y compositoras que conocen la industria desde adentro, como EJAE, quien además dio voz a Rumi, la protagonista. Esa mezcla entre credibilidad musical y un guión cargado de acción, identidad y sororidad, hizo que la película se sintiera cercana y al mismo tiempo épica.
Visualmente, la cinta es un deleite. Los detalles culturales, desde la comida en la mesa hasta los atuendos tradicionales de los demonios, muestran un profundo respeto por la cultura coreana, algo que fue reconocido incluso por críticos y docentes nativos. La animación no busca occidentalizar, sino presentar una Corea auténtica al mundo, y ahí radica buena parte de su magnetismo.
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El resultado es un filme capaz de emocionar tanto a un niño en México como a un adulto en Seúl. Y eso, en la era del streaming, es oro puro.
El gran error de Sony: dejar ir a un gigante
Pero detrás del éxito hay una historia que suena a ironía hollywoodense. KPop Demon Hunters fue desarrollada por Sony Pictures Animation con un presupuesto de 100 millones de dólares. Sin embargo, al no creer -aparentemente- en el proyecto, el estudio decidió vender los derechos de distribución a Netflix bajo un acuerdo que le aseguraba recuperar su inversión y un extra de apenas 20 millones.
El movimiento, que en ese momento parecía sensato para evitar un posible fracaso en taquilla, hoy es visto como una de las oportunidades perdidas más grandes de la historia reciente del cine animado. Ahora, mientras Netflix celebra su nuevo megahit y comienza a planear una franquicia multimillonaria, Sony apenas verá un porcentaje mínimo de los beneficios.
Netflix no solo ganó su película más vista de todos los tiempos, sino que además se quedó con lo que promete ser su primera gran saga animada, un terreno que hasta ahora le había costado conquistar.