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Karen Marón reportera de guerra: “la violación es usada como arma de guerra”

Es periodista, productora y corresponsal de guerra argentina, reconocida como una de las 100 personalidades más influyentes en su ámbito. De visita en Chile nos contó sobre su experiencia, y los peligros a los que se enfrenta en zonas de conflicto.
Por: Isabel Pinto G.

A Karen Marón le gustaban varias carreras, pero está convencida que siempre quiso ser periodista; recuerda que cuando tenía 11 años le pidieron en el colegio hacer un trabajo sobre lo que pasaba en otros recintos educacionales, «había un grabador enorme de cinta y sin ni siquiera saber qué significaba ese aparato tecnológico, lo comencé a utilizar, y me sentí muy feliz hablando con la gente; creo que siempre fui periodista». Primero ingresó a Derecho, y al año siguió con Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires, para luego continuar con producción y dirección de televisión.
Empezó a trabajar a los 16 años en las radios comunitarias, «mientras estudiaba, ya estaba reporteando. Aprendí en la calle, hacía móviles para radio, televisión, y me gustaba mucho». Sus primeros trabajos los realizó en la radio de Moreno, una ciudad de unos cuatro mil habitantes a 35 kilómetros de Buenos Aires. «Ahí aprendes mucho al estar cerca de la gente, lo que parecen pequeños problemas para los medios nacionales, para el vecino es algo muy importante, ves la disparidad social, donde hay condominios y cruzando la calle hay villas miseria; eso me producía impacto, las diferencias en cuanto a salud, educación, justicia. Me gustaba cubrir temas sociales, después seguí con la política. Si no hubiera empezado en la radio de mi pueblo, nunca hubiera llegado a la BBC, Radio Francia o NBC, ya que esa experiencia me sirvió para aplicarla en los conflictos armados».
Después entró a Canal 13, uno de los más importantes de la televisión argentina; cubría temas policiales entre medianoche y las siete de la mañana. Conoció la violencia urbana, empezó a indagar sobre el tema y decidió hacer un curso de Corresponsales de Guerra, del cual después se convirtió en codirectora.
¿En qué momento decidiste ser corresponsal de guerra?
Mientras hacía este curso vi un documental de fotógrafos del New York Times y del Washington Post en Ruanda, quienes dedicaron su tiempo libre a sacar fotos de un lado y otro de la contienda, de quienes habían quedado refugiados y desplazados. Sacaban fotos y las publicaban para que las familias se unieran. Sentí que podía trabajar en lo que amaba, pero que además podía hacer algo positivo por la humanidad. Dije «esto es lo que quiero», y tomé en un instante la decisión de ser corresponsal de guerra o periodista en zonas de conflicto.
¿Cómo lograste serlo?
Terminé el curso, empecé a indagar y a estudiar, le presenté una nueva malla al programa de Naciones Unidas para el Desarrollo para que el curso tuviera connotaciones periodísticas, sociológicas y culturales. Bastante desfachatada de mi parte, pero es así como se hacen las cosas, con voluntad, con esfuerzo y animándose. Sabía que el único medio que tenía para viajar era a través del estudio y del esfuerzo, para ganarme becas e ir a esas zonas de conflictos. La primera beca que gané fue en Medio Oriente, en septiembre del 2000, y coincide que Ariel Sharón ingresa a la explanada de la Mezquita y se produce la Segunda Intifada (la oleada de violencia que se inició a partir del 29 de septiembre de 2000 en los territorios palestinos e Israel).
¿Debutaste con la cobertura de la Segunda Intifada?
Sí. Estaba haciendo un curso de formadores de opinión en áreas de conflicto, y en plena Segunda Intifada mi debut periodístico fue entrevistar a Yasser Arafat el 25 de diciembre del 2000. No tenía experiencia, pero aprendí mucho en el terreno, y a partir de ahí, como estaba con muchos periodistas colombianos, decido cubrir ese conflicto.
¿Te fuiste a Colombia?
Sí, está tan cerca de nuestra realidad, de donde estamos viviendo, y es una guerra fratricida que lleva décadas, centenares de centenares de miles de muertos, con ausencia del Estado, discriminación de más de 20 millones de ciudadanos colombianos, como son las negritudes, campesinos e indígenas que están exentos del sistema social. Después seguí con Perú, y desde el 2013 me dedico a todo lo que es Medio Oriente, África y los países del Golfo.
Irak fue tu primera guerra. ¿Cuál fue tu experiencia?
Me enseñó a ser periodista, productora periodística, ejecutiva, mi propia fixer, trabajar para 12 medios de comunicación al mismo tiempo, en diferentes usos horarios –lo que implicaba que casi no pudiese dormir– y con una metodología de trabajo muy dura, que después te das cuenta que tiene consecuencias físicas y sicológicas. La clave es el esfuerzo y la responsabilidad. Si eres freelance tu trabajo debe ser diferente al resto. Yo me quedo mucho tiempo, por ejemplo, estar en un campo de refugiados no es estar una hora, hacer la entrevista y ya. Hay que mimetizarse con la cultura, entender la idiosincrasia; algunos periodistas se denominan especialistas, y sólo han leído cuatro libros. Tienes que estar cuando los otros no están, porque generalmente se producen rotaciones por una cuestión de sanidad sicológica, dejan a los periodistas un mes y los retiran de la zona de conflicto para que no se produzca estrés postraumático. Cuando todos se fueron decidí quedarme cinco meses sin salir de Irak; fue un esfuerzo personal para hacerme conocida y seguir trabajando cuando me estaba quedando sola. Tuve grandes maestros en terreno, los viejos corresponsales de guerra que trabajaban hace 30 años. Fui una privilegiada, en Irak ellos mismos decían que era el más peligroso que podían haber cubierto.
¿Y a qué te enfrentaste allá?
Al infierno que podemos crear los seres humanos. Vivir bajo bombardeos y ataques permanentes, me enfrenté a la muerte de niños inocentes, a los abortos espontáneos y nacimientos prematuros por las armas, por el estrés. Entendí lo que es una crisis humanitaria, el profundo dolor que puede significar la pérdida de un hijo, el dolor de una madre. Vi el dolor y la desolación más absoluta, la injusticia, la mentira, donde el periodismo también ha sido cómplice. Porque se produjo una invasión y ocupación ilegal, avalado por las mentiras del periodismo cuando se repetía en forma constante que había armas químicas en Irak, y no las había. El rol de los periodistas es de responsabilidad social, de búsqueda de la verdad, pero hay algunos que son mercenarios y que están a sueldos de intereses y de medios que responden a intereses políticos y económicos. Hay periodistas que con su accionar son cómplices directos de estas ocupaciones, invasiones, muertes y matanzas con las mentiras que escriben.
Al estar en zonas de conflicto pones en permanente riesgo tu vida…
Eso lo tengo muy incorporado, si no me hubiera dedicado a otra cosa. Sé que me pueden herir o matar. Ni siquiera pienso en ello, no le temo a la muerte, todo el tiempo me enfrento a ella y no me genera ningún conflicto personal. Lo que me genera indignación son las muertes injusta, las de los inocentes.

Las mujeres en la guerra
Hoy, entre el 3 y el 5% de los corresponsales de guerra son mujeres. Pero hubo un peak de 10% en la Guerra de los Balcanes, cuando los editores notaron que las musulmanas no querían dar entrevistas a los hombres, y empezaron a trabajar corresponsales mujeres. Para Karen, «la guerra es un mundo de hombres, hecha y pensada por hombres, y por lo tanto, los corresponsales también en su mayoría son hombres. Además, si las mujeres decidimos, como en mi caso, que mi objetivo es tener una familia y tener hijos, obviamente mi vida útil como corresponsal de guerra es hasta un determinado momento».
¿Existe la discriminación contra las mujeres?
Sí, he visto. Hay discriminación, y también hay hombres maravillosos, como en todo tipo de profesiones. Pero existe una cierta especie de misoginia donde el macho parece que resistiera más. Obviamente hay diferencias; nosotras somos más chiquitas, tenemos otra contextura física, no es lo mismo para nosotras llevar un chaleco de 14 kilos de peso más casco, mochila, y cosas como el B-Gan, que es una conexión satelital que enganchas a la computadora y de ahí al satélite. Algunos son respetuosos, y otros se consideran superiores por el hecho de ser hombres. O el caso del mundo árabe, donde los hombres locales te dicen por qué no estás con tu mamá o tu esposo. Entonces, sufres discriminación de tus colegas y también de este tipo de culturas que dicen «qué hace está mujer acá». Y por eso eres violentada físicamente inclusive, violada, amenazada, hay unos casos espantosos.
¿Has tenido problemas para realizar entrevistas a los musulmanes?
En algunos casos me ha sucedido, pero siempre llevo puesta la Hiyab, que cubre mi cabeza, y una capa negra que tapa mi cuerpo. En algunos lugares religiosos he tenido que usar hasta guantes, o burka en Afganistán; todo depende de la escuela del Islam, de las concepciones que tenga esa persona. Hay hombres que no me han querido dar entrevistas, otros que me las dan a través de paredes, o le he tenido que dar la grabadora a mi traductor, que nosotros denominamos fixer, porque es el que arregla las cosas, es el productor local y además el chofer. Es complicado, y en algunos casos se recibe violencia de género por ser mujer, occidental y considerada infiel.
¿Hay periodistas que han sido violentadas?
Recuerdo que una periodista escribió un libro que decía que aún estando tapadas tocaban nuestras partes pudendas. Claro, nosotras éramos occidentes e infieles, por lo tanto nuestro cuerpo podía ser violentado. Entonces te topas con situaciones de violencia de género, de violencia sexual. Es lo que pasó en la plaza Tahrir, en Egipto, donde la periodista Lara Logan, de la cadena CBS, estaba cubriendo una rebelión en 2011 y fue violada. También está el caso emblemático de la periodista colombiana Jineth Bedoya Lima, que trabajaba para el diario El Espectador cuando fue secuestrada por un grupo paramilitar sobre el que investigaba. Fue el 25 de mayo de 2000, ella tenía 26 años, fue secuestrada y torturada durante 16 horas, violada y la dejaron desnuda al borde de una carretera.
¿Por qué se producen esas violaciones?
Lo hicieron porque les resultas molesta, es un castigo. En ese caso fueron militares y paramilitares, pero te puede violar la población civil porque eres una extraña, porque eres extranjera y porque tu cuerpo no vale lo mismo que el de sus mujeres, porque somos occidentales. La violación es considerada un arma de guerra. Se vio mucho en Los Balcanes, dejaban embarazadas a las mujeres del bando contrario para dejar su semilla como un sello y que tuvieran hijos. También se ve mucho un Colombia, donde hay tres millones de desplazados, y de eso no hablamos los medios latinoamericanos. Tampoco hablamos de un montón de cosas que suceden en nuestros países. No recuerdo bien la cifra, pero creo que hay 30 mil niños nacidos de abusos sexuales en Colombia; la violación se usa como arma de guerra.
¿Qué es lo que más te inspira de tu trabajo?
En un conflicto hablo de las víctimas, de los inocentes. Esa es mi inspiración. Si una persona, un oyente, un lector, un televidente, siente empatía por el dolor, sufrimiento por la capacidad de resiliencia, si alguien está leyendo y genera conciencia, siento que mi trabajo está hecho. Me gusta contar la historia de la gente, porque a través de ellos se conocen las historias de los conflictos.
Hablaste de mucho dolor. ¿Qué ha sido lo más difícil?
En el 2006, un ataque israelí sobre el Líbano, en la ciudad de Canaán, contra un edificio donde había población civil. Creo que Hezbolá dio la orden que se fueran al sótano, pero se desmoronó el edificio; ahí vi más de 60 niños muertos. Nunca vi tantos cadáveres de niños. Para mí eso fue el absoluto horror, y paradójicamente no pude contar la historia. Sí en una radio argentina, pero nunca pude escribir una palabra, porque cuando me senté a escribir tenía el cuerpo paralizado y se me caían las lágrimas. Cuando uno escribe revive, nunca pude escribir sobre eso, y es algo que me impacta muchísimo porque somos seres humanos. Los niños son los inocentes entre los inocentes. Me rompió el corazón. Recuerdo que los libaneses decían «haram, haram», sagrado, prohibido por Dios matar niños de esa manera. Imagínate que en Gaza, cuando hay operaciones militares israelíes, entre el 30% y el 40% de las víctimas son niños.
¿Logras separar el tema emocional?
No. Puedo salir al aire y me ves muy fría, impertérrita, pero se apaga la cámara o se corta la comunicación y hago todo lo que tengo que hacer para descargar mi dolor. Cada día adquiero más herramientas. Hago yoga, medito, lloro mucho, todo lo que sea necesario, porque a veces la tristeza hay que sentirla profundamente para que se vaya.
¿Qué proyecto te mueve ahora?
Me voy a Ucrania a cubrir un conflicto diferente, así que tengo que estudiar muchísimo. Voy a una cultura, idiosincrasia, a un tipo de política y guerra distinta.

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«Te puede violar la población civil porque eres una extraña, porque eres extranjera y porque tu cuerpo no vale lo mismo que el de sus mujeres, porque somos occidentales»

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