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La columna de Varinia Signorelli C.
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Las mentiras infantiles son de las formaciones que más angustia provocan en los padres y madres. En torno a éstas se generan múltiples opiniones, comentarios y suposiciones que no hacen más que profundizar el miedo y la preocupación que nos provoca constatar que los más pequeños de la casa están faltando a la verdad.
Es importante señalar la connotación valórica que tiene la verdad en nuestra sociedad, en nuestra construcción de relaciones sociales. La mentira sería asociada a un antivalor que adhiere muchas veces a malas intenciones y nefastas consecuencias en la vida de quienes las mantienen, y para los adultos se espera un actuar lleno de sinceridad para asegurar un buen actuar con el prójimo. Si bien desde la mirada adulta esta construcción se establece, no podemos mirar con el mismo prisma de comparación las mentiras de los niños.
¿Por qué no es lo mismo mentir para un niño?
Porque los niños tienen un mundo interno muy productivo e intenso, en el cual abundan los contenidos imaginarios. Los niños juegan y viven, viven jugando y sus fantasías, miedos, gustos y sueños, tiñen su «vida real». Es decir, el actuar de un niño creativo y sano se espera que esté lleno de estas construcciones lúdicas. Entonces, cuando un niño nos dice algo que no ha sucedido en realidad, debemos entender que tal vez sueña con eso, que es uno de sus miedos representados o que simplemente está jugando.
A medida que nuestros hijos crecen podemos ir enseñando y delimitando su campo de acción; con el ingreso al colegio comienzan a comprender el discurso social y se dan cuenta que hablar de cosas que no son, no es bien visto, y que en ocasiones los m
eterá en apuros.
Entonces comenzamos a ajustarnos al medio, hablamos lo que corresponde y no alarmamos con nuestras creaciones infantiles, quedando supeditada ésta a dibujos, juegos con amigos o historias que se escriben. Así, poco a poco, los niños comienzan a aprender el valor de decir la verdad.
Sin embargo, habrá veces que los hijos van a decidir ocultar la verdad, no porque sean niños que en el futuro serán malas personas, sino para lograr con este acto tener el control de ciertas situaciones, lograr tener menos problemas o ser más aceptados dentro de un contexto. Cuando tenemos un niño que miente, debemos siempre entender que no lo hace por maldad sino que por una búsqueda más profunda que permite compensarle emocionalmente, para evitar sentirse mal o ser castigados. Y ahí es que debemos apoyar buscando el «para qué mintió» y solucionando los temas que le generan la necesidad de faltar a la verdad para que esto no vuelva a ocurrir. No sacamos nada castigando «porque es mentiroso»; sólo lograremos bajar su autoestima y no erradicar la causa real, que es lo que nos preocupa.
Ahora, con el fin que no sea habitual para los pequeños mentir, debemos recordar que en todo contexto ellos nos observan, y que si pedimos que no mientan, jamás debemos mentirles. A veces los hijos actúan por imitación, pensando que lo que hacen los adultos cercanos es lo que deben hacer. Acá tendremos que analizar qué es producto del contexto/observado, y qué es formación interna y propia de un pequeño dando luz a alguna dificultad. No es lo mismo que mienta un adulto a que lo haga un niño.
Debemos ser padres observadores, respetuosos y concientes de esto: si mi hijo miente es porque algo necesita; porque debo ayudarlo en algo; porque algo siente que no está bien en su vida y debe taparlo con fantasía, o porque en verdad está diciendo la verdad y yo no quiero ver la realidad en lo que me dice.
Por favor no tildemos a nuestros hijos de mentirosos, que el ocultar la verdad nos sirva para mirarlos más y entender que hay situaciones que les afectan, que hay tiempo que no le estamos dando o que algo pasa en su entorno y tal vez haya que intervenir o cambiar de lugares para que sea capaz de ser él mismo y no intentar adornar la verdad para sentirse a gusto. ¡Que sea un llamado d
e atención para nosotros y no para ellos!
