PUBLICIDAD

Hoy es Navidad, y me duele la guata. Sé que debería andar más contenta, pero no puedo evitar mi cara de urgida.
La verdad es que no nací con esta cara de urgida. Ando así porque nadie me enseñó nunca cómo debía vivir mi separación. Decidí pasar la Navidad con mi ex –por el bien de los niños– y no tengo la más mínima idea de cómo vivirla. Esa es la verdad. Deberían vender un manual para recién separadas «desconcertadas». Tendría que ser a prueba de tontos para entenderlo. Me deberían enseñar de todo. Qué cara poner a la hora de los regalos, cómo esquivar pesadeces y no decirle pesadeces al resto de los contertulios, cómo encarar al ex marido picado (porque de seguro que estará picado) y, finalmente, cómo esquivar sus chistes y los chistes del resto de sus amigos. Puros dilemas.
No sé, a veces pienso que esta Navidad que estoy a punto de comenzar a vivir me hará volver inevitablemente al pasado. Me hará recordar el pavo de mi papá. Hay cosas que simplemente jamás se olvidan. Mi papá no sabía cómo cocinar un pavo. Le quedaba como un ave acribillada-incendiada recién salida del horno. Y eso provocaba conflicto. Carbonizado por fuera y crudo por dentro. Nadie podía comerse el pavo de mi papá.
Cada año terminábamos todos, inevitablemente, comiéndonos la comida china de mi mamá (ella compraba esa comida como plan B, pero siempre terminaba siendo el plan A). Mi mamá se ponía remilgona mientras servía esa comida. Solía decirnos que era una santa, porque invitaba a mi papá «amablemente» a su mesa, pese a que éste preparaba «el peor pavo del mundo» y pese también a que se había separado desde hacía más de medio siglo de él, «gracias a Dios». Mi papá y mi mamá se separaron cuando yo aún creía en el Viejito Pascuero.
Mis hijos también vieron a sus padres separarse cuando aún creían en el Viejito Pascuero. La verdad es que aún les quedarán muchos años por seguir creyendo. Eso mientras yo y su padre seguiremos repartiéndonos a medias –de la forma más civilizada y equitativa del mundo, porque así se hacen las cosas por estos días– las cuentas de ese Viejito. Mi mamá se sentía orgullosa por ser separada. Orgullosa de no ser como el resto de sus amigas-separadas-amargadas-ochenteras, que estaban allí puro afilando cuchillos contra sus ex.
Hoy las mujeres ya no afilamos cuchillos contra los ex. Hoy las mujeres ya no son así. Mi mamá tampoco era así. Mi mamá invitaba a mi papá, y si se terminaban peleando, era por culpa del pavo, y nunca por culpa de mi mamá. El pavo tenía toda la culpa. Mi papá además andaba con el veneno para esas fechas. Le decía a mi mamá que estaba «rellenita», y mi mamá le decía a él que estaba «rollizo». Todas esas cosas pasaban en Navidad.
Y ahora sólo quiero que no me pasen a mí. No quiero estar allí y tirar chistes fomes para llenar los vacíos. No quiero estar allí catatónica mirando las luces del árbol con cara de nada. No quiero brindar sin querer brindar. No quiero entregar regalos sólo por el hecho de que es de mala educación no entregar regalos. No quiero hacer nada que no quiera hacer. Sólo quiero que las cosas resulten medianamente normales. Normales en la medida de lo posible.