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El oscuro misterio de las Vírgenes Negras: cosechas, fertilidad y salud en torno a ellas

 

 

Imagen: EFE 

El legado del color negro de la Virgen procede de cultos anteriores de las diosas madres Isis, Belisana o Artemisa que, a su vez, proceden de la adoración en la prehistoria de los meteoritos caídos a la Tierra, que eran venerados como fuente de vida.

 

En la mitología celta toda la simbología sagrada giraba en torno a la Madre Tierra, llamada Belisana. Los rituales se realizaban en torno a elementos como el fuego y el agua y se cocían pociones mágicas con las plantas al alcance de aquella civilización, cuyas propiedades eran aprovechadas no sólo como medicinas sino también como portadoras de hechizos y maleficios. Las fechas de sus celebraciones se relacionaban con acontecimientos que implicaban a las cosechas, la fertilidad, la salud o la familia, temas que eran considerados sagrados y de los que surgían todos los mitos y leyendas.

 

De la misma manera que el Sol y la Luna, a los que rendían culto por ser los astros que dirigían el curso de la vida más cercana a la naturaleza. La noche y el día, y cualquier otro acontecimiento cósmico era mitificado por su carácter sobrenatural y el poder que ejercían en la vida diaria y en su propia subsistencia. En torno a todos estos elementos se elaboraron los rituales y un mundo mágico de una particular espiritualidad que se fue extendiendo por el norte de Europa.

 

IMPLANTACIÓN DEL CRISTIANISMO SOBRE LAS CREENCIAS PAGANAS.

Cuando se estableció el cristianismo, los Padres de la Iglesia observaron que aunque la población pudiera creer en la existencia del Mesías, sin embargo, no abandonaban sus rituales anteriores. La solución que dieron para erradicar estas creencias tan arraigadas fue cambiar los nombres de sus dioses por santos, y sustituir las festividades ligadas a los acontecimientos de la naturaleza por hechos cristianos.

 

Con este sistema de implantación de un sistema religioso monoteísta y sujeto a una férrea estructura jerárquica, el cristianismo tuvo que adaptar, sin embargo, algunos de los símbolos y mitos que se venían venerando desde hacía siglos.

 

La realidad es que en cada lugar donde hubo un santuario a la Madre Tierra, se instaló una Virgen Negra. Los autores de esta substitución fueron miembros de órdenes esotéricas, integrados a importantes congregaciones religiosas como la de San Antón, San Benito y el Temple.

 

Se encuentran, bajo diversas formas una gran Madre o Diosa Tierra, cuyos más antiguos antecedentes se hallan en las «Venus paleolíticas» de la prehistoria. Estas diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa) fueron representadas generalmente de color negro porque era el símbolo de la Tierra primigenia que, una vez fecundada por el Sol, se convertía en fuente de toda vida, pero también era la sustituta de esa piedra negra que, llegada del más allá, caía incandescente creando la admiración de los hombres primitivos.

 

METEORITOS, PIEDRAS NEGRAS Y SAGRADAS.

Aquellas piedras eran reunidas por los romanos que las requisaron de los países conquistados para ser veneradas en un templo dedicado a la Magna Mater (la Gran Madre) que construyeron en el Palatino de Roma. El pueblo acudía allí para solicitar favores, sobre todo relacionados con la fecundidad en el plano físico, así como la fertilidad intelectual y espiritual.

 

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