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El Parrón se cierra: Nada que hacer

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Es cierto, hace ya algunos meses la revista Qué Pasa anunció el inminente cierre del restaurante El Parrón debido a que el lugar donde se emplaza será utilizado, junto a otras construcciones vecinas, para un proyecto inmobiliario de oficinas y locales comerciales que promete cambiar para siempre esta cuadra de Avenida Providencia. Sin embargo, la semana pasada esta misma noticia irrumpió en las redes sociales con mucha fuerza y fue el comentario del día para muchos. Y así, terminó llegando a la televisión y a los diarios. La noticia es clara: El Parrón no va más.

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También es cierto que se pueden decir muchas cosas sobre los últimos años de este restaurante. Que sus carnes ya no eran las mejores, que el precio de su pisco sour no estaba acorde con la calidad del producto que ofrecían, que los mozos lo echaban a uno temprano cuando había muy poca gente, que el estacionamiento se llenaba con cinco autos… Y es cierto, los últimos años de El Parrón no han sido los mejores en estos y otros aspectos. Pero quedarse en estos detalles es, aparte de equivocado, una gran injusticia.

Pero… ¿Qué se pierde con el cierre de este lugar? Mucho. Historia, patrimonio, tradiciones y un trozo de un Santiago (y un país) que se nos va día tras día y que pareciera a nadie –o a muy pocos- importa. Porque claro, una cosa es reclamar en redes sociales, enviar cartas a los medios y ponerse de acuerdo con los amigotes para ir a pasar una última noche de juerga a El Parrón. Sin embargo, a la hora de votar por las autoridades que permiten esta verdadera selva de proyectos inmobiliarios poniéndole el pie encima a las pocas áreas bien diseñadas de la ciudad no pasa nada. De otra manera no se explica que un tipo como Cristián Labbé, el Alcalde de Providencia, arrase en cada elección a la que se presenta.

Las anécdotas y personajes que se irán con el cierre de El Parrón son incontables y muchas ya se han venido contando por diversos medios luego de que esta noticia se hiciera pública. Por lo mismo, prefiero recordar mis propias historias en ese lugar. Como la vez que llevé a una amiga japonesa a comer, y que al ver los precios de la carta (baratísimos en comparación con Japón) decidió pedir una parrillada… pero para ella sola. También recuerdo muchos cumpleaños celebrados ahí, incluso uno en que los mozos –gentilmente- nos prestaron una torta de una mesa vecina para que nuestro amigo soplara las velitas y rápidamente devolviera la torta. Una de mis últimas noches memorables en El Parrón la viví en una comida con mis compañeros de curso del colegio, a muchos de los cuales llevaba más de quince años sin verlos. Sin embargo, si me quedara con una postal de este lugar sería el de un cumpleaños del periodista  Guillermo Hidalgo -me parece que fue el número cuarenta- en el que llegó mucha gente y que terminamos con una mesa digna de comercial de Té Club.

Pero más allá de estos recuerdos, lo único cierto es que El Parrón se acaba y no hay nada que podamos hacer. Supongo que sus parroquianos ya estarán pensando en un nuevo lugar que harán suyo y este tradicional de Providencia se unirá a nombres como El Chancho con Chaleco, Pit Bar, Inés de Suárez, Parrillón y muchos más que ya no están. No faltarán los que digan que estos lugares se terminan porque no resisten el paso del tiempo y los cambios en las costumbres y rutinas de sus clientes. Y en cierta medida, a mucho les pasa eso. Pero, de verdad, ante los millones que mueve el mercado inmobiliario en este país es bien poco lo que se puede hacer, porque ni el empresario gastronómico más exitoso puede pelear de igual a igual con una constructora que se trae bajo la manga un proyecto con una torre gigante y locales comerciales. Simplemente, no se puede.

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