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Joya del cine chileno: “La Vida Me Mata”

Cuándo: Todos los días en las mejores salas de cine del país.

Tenía muchas expectativas. Sabía algo del tema. Tuve la suerte de entrevistar a su joven director – Sebastián Silva- para dar a conocer en Revista Cosas su primer proyecto cinematográfico. Además, he leído algunas críticas, escuchado comentarios de algunos que la vieron, había visto parte de la campaña publicitaria, y también el trailer en YouTube. Definitivamente tenía que verla.

Salí de la sala con una sensación gástrica. Se me habían remecido los intestinos luego de ver tan descarada ironía respecto al tema que más nos cuesta asumir a todos: la muerte. Finalmente tuve ante mis ojos una peculiar visión sobre este tema tan tabú por siglos. Finalmente fui capaz de reírme de ver a un viejo agonizante – Alejandro Sieveking- sin sentir culpa, y al contrario, sentir cierto placer respecto a las paradojas de la vida.

El desarrollo del film es capaz de transportarnos de un segundo a otro desde la sensación rica de la vida plena y feliz, a lo trágico y semi horroroso del dolor, la enfermedad y la muerte.

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Accidentes, intentos de suicidios, suicidios, depresiones, son ingredientes importantes de la temática, pero no tanto como el humor que sólo es capaz de emerger de las situaciones más desesperadas. Un humor negrísimo que no se apoya en la tragicomedia por sí misma, sino más bien ante lo pequeño de la nada misma que somos y seremos siempre con alma o no.

Los ires y venires de los protagonistas – Diego Muñoz y Gabriel Díaz- nos transportan a cómo la simpleza de los actos más simples y cotidianos son capaces de salvarnos cuando ni siquiera una tonelada de ravotriles lo puede hacer por nosotros. El personaje interpretado por Muñoz – que no recuerdo su nombre de pila- representa el remedio perfecto para la depresión galopante que sufre Gaspar. Sólo sus enseñanzas, tan simples, crudas y ciertas como asesinar un insignifante y hermoso pollito, serán capaces de sacar al rubísimo personaje de tan nefasta situación.

Más aún, cuando Amparo Noguera, hermana de Gaspar, hace posible que se acerquen a un cadaver . Sólo cuando se enfrenta cara a cara a qué habría sucedido con él si sus intintos suicidas hubiesen funcionado, algo de ese aprendizaje lo sana y finalmente el manto de oscuridad que lo tenía enceguecido es arrancado de una vez por toda y atina que la vida, por muy miserable que sea, es mejor que apurar el natural desenlace que algun día todos tendremos.

En medio de estos profundísimos cambios, ocurren las situaciones más divertidas que se hayan visto en el cine chileno, y lo mejor de todo, sin esas gafas de pseudo chilenidad que suelen aflorar en casi todas las cintas nacionales, lo que provoca una inmediata proyección internacional a esta película: posee un humor universal, algo casi inédito en estas latitudes entre el Pacífico y Los Andes.

Una genialidad de este trabajo reside en el papel de Claudia Celedón: una mujer totalmente desquiciada, pero que finalmente demuestra mayor cordura y amor que nadie. Interpreta a una directora – actriz que es capaz de llevar sus sueños fílmicos adelante, y pese a que su guión está cercano a la esquizofrenia más pura, las escenas que realiza harán al espectador reir a carcajadas.

Definitivamente es una joya del cine nacional. Realizada en blanco y negro, tiene una dirección de arte fuera de serie, actuaciones sorprendentes como la de Bélgica Castro, quien finalmente muestra una de las más agradables sorpresas del desenlace.

Ojo, que luego de los créditos la historia continúa. Y lo más probable es que también siga cuando hayas abandonado la sala. IMPERDIBLE

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