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Déficit atencional, hiperactividad e impulsividad infantil: ¿cuál es la solución?

Se trata de términos que muchos padres conocen de cerca debido a la insistencia de ciertos colegios por solucionar condiciones que afectan el rendimiento académico. ¿Una exageración? ¿Cómo solucionarlos?

 

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Por Carolina Palma F.

«Mi hijo de 12 tuvo problemas de lenguaje; lo llevé al fonoaudiólogo por dos años y al entrar al colegio –un reconocido establecimiento capitalino– nos dimos cuenta que tenía déficit atencional sin hiperactividad, que trae como consecuencia dificultades de aprendizaje. De todas formas, siento que los colegios te dejan mucha responsabilidad, y la exigencia como papá es muy alta», cuenta Carolina Muñoz (40), madre de tres hijos. Además, analiza que cuando ella era escolar realizaba tareas, pero no recuerda una carga tan pesada. «Ahora están estresados, veo la complicada materia que le pasan en Sexto Básico. Creo que está bien que se mejore la calidad de la educación, pero no sé si aumentar la carga sea la forma. Bombardean al niño, que se levanta antes de las 7 de la mañana, sale a las 4 de la tarde, llega a la casa cansado, los padres también, y debe leer libros gigantes. ¿A qué hora juega o hace deporte?», se pregunta.

También se cuestiona cambiarlo pronto de establecimiento debido a estos conflictos. «Los colegios exigen mucho, son competitivos, y me parece que algunos niños no caben en ese formato. A los 18 años va estar bien, pero toda su vida escolar le traerá consecuencias, como baja autoestima, y no sé si vale la pena», cree.  En términos farmacológicos, tomó durante dos años Aradix, pero con una nueva neuróloga decidió no darle más, porque lo mantenía en un estado demasiado pasivo y hasta depresivo.

Tal como Carolina, existen muchas mamás que deben enfrentar los problemas de sus hijos, quienes son «marcados» por los establecimientos educativos. Los especialistas coinciden en que las principales condiciones son la hiperactividad, la impulsividad cognitiva y, el más comentado, el déficit atencional. Desde siempre han existido –basta recordar «la generación Ritalin»– pero estos últimos años han tomado vital importancia porque nos mostramos más conscientes como padres.

Según el New York Times, citando estadísticas federales, 1 de cada 5 adolescentes, y el 11% de niños en edad escolar, en Estados Unidos, es diagnosticado con déficit atencional con hiperactividad. En Chile no existen cifras certeras, pero el aumento ha sido notoriamente drástico. De hecho, el 2010, siquiatras de la Universidad de Concepción, Universidad de Chile y Clínica Las Condes realizaron un estudio que concluyó que el 10,3% de los adolescentes de Santiago tenían déficit atencional, cifra mayor a la internacional, que rodea el 5%.

Desde el Ministerio de Educación estiman que, aproximadamente, existen 23.732 estudiantes con déficit atencional, y de ellos, 21.111 son de Educación Básica. «Los escolares que presentan necesidades educativas especiales forman parte de la política de integración del Ministerio. Para lograr ese objetivo queremos que los colegios desarrollen e implementen el Programa de Integración Escolar (PIE), y educar con calidad a estos alumnos. Ellos requieren apoyo especializado, y para financiar su educación les entregamos a los establecimientos una subvención especial que puede llegar hasta los $148.000», confirma Verónica Simpson, jefa (s) de la División de Educación General del Ministerio de Educación.

PARTICULARES V/S PÚBLICOS

Pero, ¿por qué este aumento explosivo de casos? Además de razones genéticas o alimentarias, el punto que más resalta es el ambiente familiar y educacional. «Lo que sucede ahora es que hay mayor competitividad en las aulas, y los padres se preocupan más cuando un hijo baja su rendimiento escolar. Paradójicamente, eso sí, ahora cuentan con menos tiempo para ayudarlos en sus tareas y estudio, pues cada vez más se ve que ambos padres trabajan y llegan a la casa tarde», explica el doctor Ricardo Erazo, neurólogo infantil de la Clínica Alemana.

Según su experiencia, los colegios se rigen por normas que tienden a optimizar el rendimiento, pero no tienen siempre una dedicación adecuada hacia aquellos con trastorno específico del aprendizaje, especialmente en lo que se refiere a evaluación diferenciada en algunas asignaturas. Sin embargo, considera que en la mayoría de los casos los profesores derivan acertadamente a neurólogo infantil, psicopedagoga, psicóloga o psiquiatra infantil, para evaluación y tratamiento. Claro, el problema es que la exigencia es alta, y los con trastornos de aprendizaje muestran menos herramientas para superar sus desafíos académicos.

Así se deduce que aumentan los casos en colegios particulares, simplemente porque necesitan mejor rendimiento y los padres se muestran más atentos a todos los cambios de sus hijos. «Lo que sucede es que la presión por un óptimo rendimiento es mayor en los colegios particulares, redundando en la medicación con escaso o nulo problema en atención-concentración o aprendizaje. Esta distorsión está influida por la necesidad de lograr, no un buen rendimiento, sino un rendimiento excepcionalmente bueno para hacer realidad las metas de estos niños», describe el especialista.

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