La mirada contenida, afilada pero hirviente de ira, tensionada que da Aureliano Buendía (Claudio Cataño) a los soldados conservadores que están matando a una mujer mordida por un perro rabioso se transmite con tal fuerza a través de la pantalla, que refleja ese sentimiento circular, infinito, de muchos colombianos que alguna vez, como él, han tenido ante las injusticias y que los han impulsado a luchar contra lo que consideraban incorrecto.
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Sea desde las guerras civiles, la creación de las guerrillas o incluso en el sangriento Estallido Social de 2021, el sentimiento de furia que lleva a la acción que refleja esa violenta escena es la que resume tan bien el espíritu de una novela universal que ha sido un triunfo absoluto en lo audiovisual, y que resuena muy bien con los estados del alma que Gabriel García Márquez plasmó en su obra cumbre. Y esa es solo una de entre muchas escenas de una de las mejores series de 2024.
Porque se puede decir: ‘Cien Años de Soledad’ es una de las mejores adaptaciones de la plataforma y sale más que airosa en adaptar un universo que en apariencia parecía inadaptable. Hay que comenzar por lo evidente: el diseño de producción es monstruoso, lo que Macondo merece y se plasma de forma esplendorosa. El pueblo y sus cambios arquitectónicos. La destrucción a la que se ve sumido en las guerras civiles. Los detalles de sus tiendas, casas y plantas con el trazo del Caribe colombiano (se trajeron plantas endémicas para la producción).
Asimismo, la investigación extraordinaria del vestuario que hizo Catherine Rodríguez, con las acuarelas de la Comisión Corográfica y piezas de la época se reflejan en las personalidades de los personajes, que cambian de colores y estampados a medida que Macondo tiene más contacto con el mundo.
Ni qué decir de la fotografía y la casa de los Buendía, tan “mágica” con sus pátinas, plantas y colores como más de uno se la imaginaba. Y la música: la música caribe, tan resonante y milenaria con sus gaitas y tamboras. Espiritual y tan nuestra (a medida que avanza la serie hay temas que los colombianos, sobre todo, identificarán como parte del folclore de la Costa Caribe colombiana), tan exuberante y tan inane, es exquisita y excepcional. Y que es perfecta en esa tradición oral que hace parte del legendarium de García Márquez si se habla de leyendas como Francisco el Hombre, el vallenato, gaiteros y cantaoras, entre otras figuras míticas y culturales que hacen parte de nuestro patrimonio.
Esta también acompaña perfectamente esos sueños de José Arcadio Buendía, los trasegares mágicos y concupiscentes de Macondo, sus violencias, sus migraciones, los rostros indígenas, afro, árabes y gitanos (la migración que pobló el Caribe colombiano) . También, secuencias visualmente portentosas como la de Rebeca en la mecedora evocando esa Guajira aún desconocida para muchos colombianos en esos mares de sal, o los pescaditos de oro de un Aureliano evocando su futuro, o incluso este, de niño, en un plano secuencia viendo cómo desaparece su madre y su padre va a buscarla sin éxito alguno.
Incluso el de las flores amarillas del final deja al espectador sin aliento. Ahora bien, esto tampoco sería posible sin un excelente guión e interpretaciones.
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Paso ante las críticas: no se trata del acento, sino de los personajes
Ahora bien, en Colombia se criticó desde el día 1 (pasó lo mismo con ‘Encanto’ en detalles regionalistas) el acento y procedencia de los actores. A Claudio Cataño, Aureliano Buendía, se le cuestionó el hecho de interpretar a un personaje de ascendencia Caribe ignorando uno, la mezcla racial que se dio en aquella región de Colombia. Ignorando dos, que el mismo García Márquez basó a Aureliano en el general paisa Rafael Uribe Uribe. Y tres, que la interpretación de ese Aureliano tan solo, incapaz de dar amor, tan contenido pero tan temible en su ira fría cuando va a la guerra, que con solo su presencia impone respeto, todos esos matices, son perfectos en un Cataño en uno de sus mejores papeles. Y esto pasa con cada actor escogido a detalle en la producción.
Marleyda Soto y Susana Morales son perfectas ambas en el rol de una Úrsula que al comienzo hace parte de una génesis y de una creación que luego se le desmorona alrededor. Soto es perfecta mostrando esa devastación emocional de una Úrsula, que como muchas madres en el mundo, carga como Prometeo, el mundo - casa a sus espaldas. Sus ojos y gestos lo dicen todo, en ese cansancio y en esa aterradora resignación.
Diego Vásquez y Marco Antonio González también transmiten la esencia de ese José Arcadio que se quería comer el mundo y termina disminuido en el castaño. Así, con cada uno, en un reparto coral donde se le da espacio al desarrollo de los personajes, a sus motivaciones y a también a lo que los impulsa a tomar las decisiones que toman.
Por otro lado, en una historia lineal y bastante fiel al libro, se dan recursos que ayudan a la audiencia en términos audiovisuales. Hay un narrador omnisciente que marca el ritmo de la serie y explica muchas veces lo que plasmó García Márquez para dar paso a las escenas. Y el ‘small talk’, por supuesto, es creíble y rico en esa cotidianidad de un pueblo del Caribe de finales del siglo XIX. Incluso hay momentos de humor, pequeños, en medio de lo solemne, de pausas que darían para cuadros evocadores de esos retratos que nos plasmó el Nobel en la novela.
Y por supuesto, la serie cuenta de manera fidedigna cómo las acciones, así como los sucesos, nunca dejan de suceder de la misma forma con las mismas intenciones. “Siempre es lunes”, decía José Arcadio en el laboratorio de alquimia: entonces, hasta esta primera mitad de la novela vemos a hombres ir a la guerra y mostrar de manera demencial su poder a través de la figura de Arcadio y de Apolinar Moscote. De cómo terminan haciendo lo mismo que los victimarios (así ha sido siempre en la historia de Colombia y del mundo).A Pilar Ternera (Viña Machado hace un excelente trabajo con su personaje) siendo iniciadora sexual de los hermanos Buendía y siendo objeto de deseo y sujeto de abusos. A Úrsula tratando de intervenir infructuosamente en la voluntad de su familia. A Pietro Crespi sufriendo por las Buendía y siendo casi una porcelana delicada que se rompe en el cataclismo que es esa familia.
Todo eso también se ve en el trabajo de edición, en las decisiones narrativas. En el primer capítulo y el octavo (como en la novela, de nuevo, todo es circular) tenemos el plano de Aureliano frente al pelotón de fusilamiento. Y da cuenta de esa atención al detalle incluso dentro de la serie con un relato propio: se refuerza esa idea del libro, y por supuesto, se remarca esa intemporalidad de un pueblo colombiano en medio de la ciénaga a finales del siglo XIX que sirve para contar un mundo.
Y qué belleza absoluta trae dentro de sus matices infinitos.