Colombia

El crimen sí paga: Anna Delvey, de estafadora infame a icono de moda

Pese a todo lo que hizo y todo lo que le pasó, la estafadora que le dio el glamour a la cultura scammer en este siglo.

La ex amiga de la estafadora rusa alemana, Anna Delvey, Rachel DeLoache Williams, demandó a Netflix por “difamación”
Ex amiga de Anna Delvey, Rachel Williams, demanda a Netflix por su representación en ‘Inventing Anna’ Instagram @inventinganna / @anna_delvey_

No, no fue el artículo de The Cut: cuando Anna Sorokin - una joven rusa que había engañado a media elite neoyorquina para vivir, así fuera en papeles, la existencia que siempre soñó- se hizo famosa ya para las masas, fue con su exitosa serie de Netflix, creada por Shonda Rhimes.

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Porque la serie tuvo el mismo efecto de la de Jeffrey Dahmer: romantizar la figura de un delincuente. En el caso de ‘Inventando a Anna’, esta se basaba, si, en la historia real (Sorokin, con una inteligencia milimétricamente calculada, se hace pasar por una heredera millonaria y con ese discurso logra hacerse de conexiones que le dieron una probada de los lujos más grandes a los que solo las elites pueden darse el lujo de acceder), pero con toques de moda que ni siquiera la Anna real tenía.

De hecho, a la Sorokin real, si bien hasta cuenta le hicieron con sus trajes para la corte, la criticaban por su aspecto desaliñado. En cambio, la Anna de Julie Garner pasaba por Fendi, estampados y Prada como un patinador en plena pista de hielo. Y claro, con la elegancia que para muchos le faltaba a su alter ego.

Esto, por supuesto, hizo que en la vida real muchos olvidaran todo lo que hizo, para comenzar. Como el hecho de haber estafado a la que era una de sus grandes amigas, asistente de fotografía de Vanity Fair, Rachel Deloache Williams, con 62 mil dólares que nunca le pagó en un viaje a Marruecos que se tornó aterrador. Para comenzar.

Era obvio que Deloache protestara, hasta pelea en redes tuvo con la misma Anna, que luego de lo que le dio Netflix quedó en una complicada situación migratoria. Poco importó: editoriales en revistas de moda como The Cut o Vogue fueron símbolos de su aprobación. Así, de una criminal cualquiera, la conversación se tornó en qué usaría o qué haría Anna hoy. Y de cómo se transformó estética (no éticamente) a pesar de sus crímenes.

Cómo engañar a toda Nueva York estando despeinada

La fama repentina es un arma de doble filo: hay quienes van a alabar cada centímetro de tu imagen y otros que sencillamente la destruirán con todo lo que tengan. Esto le pasó a Anna, que salía más que perdiendo, ante algunas malas lenguas, contra su contraparte de la ficción. Su cabello, siempre despeinado, su ropa, de marca, sí, pero sin llegar a ser espectacular, no eran para muchos, un indicio de lo que una heredera europea debía ser.

Sin contar, claro, que pudo precisamente infiltrarse debido a estos códigos de lujo silencioso donde los verdaderamente ricos jamás muestran que lo son y hasta donde se pueden disfrazar de la clase obrera con amplitud para hacerla cool. Cosa que han mostrado desde los Roy en Succession hasta el mismísimo (y más desaliñado aún) Julián Casablancas, muy neoyorquino cantante de The Strokes.

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Eso sí, liberada y bajo arresto domiciliario, se ha ido transformando. Editoriales, mercancía propia. Hasta relaciones con iconos de moda como Julia Fox ahora son parte de su presente. Todo, mientras el departamento de Migración decide qué hacer con ella. Incluso trabaja en su propio merchandising.

De igual forma, sus salidas semanales a las reuniones de libertad condicional a las que debe asistir se convierten en su momento de pasarela y las cámaras están listas para retratarla, y allí aprovecha para mostrar como su estilo ahora está diseñado para llamar la atención. Esto, con abrigos en tonos dopamina y zapatos que destaquen, como su más reciente aparición en la que llevó unos tacones negros con detalles de plumas sintéticas.

Añadido a eso, gracias a las ventas que genera el arte que ahora crea en sus días de confinamiento por libertad condicional le ha permitido costearse marcas de lujo, sin contar las marcas que seguramente le enviaran obsequios de vez en cuando. ¿Pero es aceptable poner a una criminal en un pedestal por su forma de vestirse? Anna Delvey es el caso que no importa lo que seas, si tienes una cámara fotográfica y posees un estilo particular, las redes sociales te pondrán en un pedestal digital.

Estafadores con estilo

Cómo olvidar a Elizabeth Holmes, la que en su día sería la nueva Steve Jobs, quién con su labial rojo mal puesto y su uniforme negro daba la imagen de la ‘Girlboss’ contemporánea que inauguraba una era de CEOs femeninas en el poder.

Todo muy bonito: su producto era una maquina llamada ‘Édison’ y que con una pequeña cantidad de sangre podía realizar casi 200 pruebas médicas, a un costo muy bajo, lo que permitirá reducir costos en la industria farmacéutica y seria una supuesta mejora para la salud estadounidense.

Desde luego, cuando se descubrió gracias a The Wall Street el fraude (las maquinas no servían y que los resultados de las pruebas que ofrecía la empresa eran tercerizados), Theranos, la empresa de Holmes, cerró en el 2018 y Holmes fue hallada culpable de fraude y condenada a más de 11 años de cárcel.

Ahora, su antítesis era el fiestero, cuasi hippie pero chic Adam Neumann, quién vendía todos estos unicornios con su esposa Rebecca, con la burbuja de coworking WeWork, que llegó a ser considerada como una revolución empresarial, atrayendo a inversionistas y siendo comparada con Google y Facebook.

Pero, al momento en que la empresa intento vender sus acciones para entrar a la bolsa de valores, las investigaciones revelaron la maraña financiera de la compañía, terminando en casi la bancarrota y revelando su modelo de negocio sin cimientos. Al final, la pareja tuvo que salir de la empresa para evitar su quiebra. Actualmente, Adam planea invertir a futuro en negocios inmobiliarios.

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