Cuando hay un episodio de una infidelidad descubierta y más en público, nada puede salir bien: la gente hace todo un circo de ello. Y pues solo se alimenta el morbo, aunque la reacción de la mujer traicionada sea de justa indignación.
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Esto le pasó a una bogotana, que vio a su pareja con una mujer que sería su amante. Esto, en la motocicleta que ella misma le compró.
Y de paso, le pidió a la supuesta amante que le diera el casco tenía puesto. Hasta la persiguió y trató de agredirla.
“Bájese o la bajo de ahí. Usted me quería encontrar y me encontró. Deme el casco… Démelo, granhijue… O se lo quito”, le gritó, mientras el hombre trataba de mediar para que nadie saliera lastimado.
Esto enfureció más a la mujer, quien tenía agarrados los brazos. “¿Usted quería verme berraca, sí o no?”.
Los espectadores le dijeron que no le fuera a pegar a la mujer: “No le vaya a pegar a ella, le pega y toca matarlo; si le pega a ella, le doy en la jeta”.
Luego, se supo que ella fue la que compró la moto.
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“Es que esa moto es mía, yo soy la que la paga, una cosa es que le haya puesto a nombre suyo, pero yo soy la que la paga”, expresó.
Ya basta de las peleas entre mujeres por un hombre
Lo que hay que preguntarse siempre, en estos casos, es porqué son las mujeres las ridiculizadas en un asunto de infidelidad por parte del hombre.
Por qué siempre la traicionada es la “loca” y la “burlada” y la otra mujer es la “rompe hogares” y la “bandida”. ¿Qué hay de la responsabilidad afectiva del hombre, quien fue quien cometió adulterio en primer lugar? ¿Por qué siempre ellos siempre son los que salen bien librados y los que no tienen nada que ver en el asunto, como santas palomas? ¿Dónde está la responsabilidad y sinceridad de este hombre para con su pareja?
Es hora de cambiar los arquetipos con los que las infidelidades se han construido culturalmente por mucho tiempo.