En la cultura occidental hemos romantizado el hecho de sufrir por amor. Desde la Biblia, Luis Miguel, Juan Gabriel, el Joker y Harley Quinn, e incluso hasta Shakira y Maluma, todos sus mensajes están configurados para que el amor sea sinónimo de morirse – literalmente o en vida- por otra persona y que su retribución sea el premio. De esta manera, hemos crecido pensando que aquella persona que nos trata mal simplemente gusta de nosotros o incluso nos ama, y que nuestro amor “la va a cambiar” y que una relación tormentosa “es solo pura pasión”. Y, bajo esas dañinas premisas, ha existido la educación sentimental de varias generaciones, estropeadas creyendo que el abuso es una forma de amor.
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Un amor que puede llegar a matar. No como el de Romeo y Julieta (también de esos que dan un mensaje pernicioso por donde se le vea), sino como esos en los que otra persona permite una y otra vez que ejerzan violencia contra ella, porque la otra persona “es así” y hay que “salvarla”. Y por eso, de maltrato en maltrato se pasa al abuso y a la violencia, e incluso al feminicidio. Según Medicina Legal, entre enero de 2018 y el 20 de febrero de este año en curso iban 1080 mujeres asesinadas. Los abusos sexuales se incrementaron un 9,5% y la violencia intrafamiliar e interpersonal fueron los delitos que más se incrementaron. Sí, eso también es “amor”. Tanto así que el “crimen pasional” encubre lo que es mera violencia de género. Pero, ¿cómo reconocer que se está en una relación tóxica?
Simplemente (no) te quiere (destruir)
Cuando dichas relaciones quiebran a la otra persona, afectan su autoestima y el modo en el que se sitúa en el mundo, ya hay problemas.
Nicolás Rodríguez, psiquiatra del centro de salud mental Mutalis, describe una relación tóxica como una “relación disfuncional, donde hay mucho malestar emocional, grandes conflictos entre la pareja que pueden llevar a desenlaces dramáticos”, le explica a Nueva Mujer.
Sabotear constantemente, hacer sentir al otro (y sentirse) inadecuado. Ceder para que el otro se sienta bien por encima de los deseos y necesidades propias. Que el otro “domine” en la relación al punto de anular al otro en pequeños detalles. Todo, hasta llegar al exceso de discusiones, la falta de respeto, el poco cuidado (tanto propio como con el otro), los juegos psicológicos en los que uno y otro adoptan (intercambiando el papel de víctima y agresor). Todo esto, por el poco reconocimiento del otro y por no verse tal y como son. Se aferran a una imagen preconcebida y en consecuencia, “la armonía de una relación se rompe cuando se dejan de lado las necesidades propias para satisfacer las del otro” expresa Rodríguez.
Por otro lado, hay prácticas muy usadas por los agresores, que no necesariamente son abuso físico. El gaslighting, por ejemplo, es usado para hacerle creer al abusado que, cuando reclama sus derechos, es demasiado “dramático”, “inmaduro” y que él es el que está mal. Y esto es bastante común.» El abuso verbal es una de las prácticas más comunes, y las mujeres son las principales víctimas», le explica a Nueva Mujer Angélica Suárez, coaching profesional y CEO de Micicoaching.
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No, sufrir y ser anulado no implica ser amado por ningún motivo. Y el “drama” no es lo que nos pinta la ficción, con un “macho alfa” arrodillado prometiendo cambiar después de rezarle a la Virgen de Guadalupe: hay mucha violencia contra la mujer que prueba que una persona abusadora solo puede regenerarse con la ayuda de un profesional. Llegado a este punto, tu eres la única que puede tomar una decisión y también buscar ayuda si es necesario, para saber por qué repites un patrón de relación. Y esto es un proceso que puede tardar, pero que puede enseñarte a buscar otros patrones de relaciones y en el futuro, entender el amor de una forma más sana.
-Líneas de atención por violencia de género e intrafamiliar
123 en Bogotá y la Línea 155, especialmente creada para atender y orientar a mujeres víctimas.