Chile

Esta semana no te pierdas la columna de Ignacia Allamand: “amor al proceso”

En el arte, en los sueños, en las relaciones, en la lucha contra la enfermedad y en tantas otras cosas, el camino es muy importante. Y si aprendes a disfrutar el momento presente, el final da lo mismo, porque ya eres exitoso cuando mas importa, hoy

Mi primer semestre en la escuela de teatro fue uno de los períodos más confusos que he vivido. Venía llegando de sobrevivir tres años de adolescencia extrema en Estados Unidos y, aunque entrar a estudiar actuación a la Católica era algo que había querido siempre, una vez ahí, con 19 años, me sentía perdida.

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Mi confusión llegó con la primera clase de percepción actoral. Mi profesor, Alberto Vega, nos dio el siguiente ejercicio: debíamos sentarnos en silencio y mirar, durante el tiempo que él estimase conveniente, la palma de nuestra mano. Deben haber “sido alrededor de diez minutos observando mis dedos, las líneas, las cicatrices en los nudillos por la mala costumbre de meter las manos al horno y las mugrecitas microscópicas detrás de las uñas. Pero para mí fue la vida entera. Me aburrí trescientas veces, cabecee otras cien, miré los pajaritos por la ventana y casi me caí de espaldas cuando, al terminar el ejercicio, algunos compañeros afirmaban haber encontrado el santo grial escondido en un pliegue entre el anular y el dedo medio. Auxilio. Para empeorar las cosas, cuando el profesor me instó a compartir mi experiencia, hice precisamente eso. Dije lo aburrido que me había parecido y lo poco interesante que me resultaba mirar mi mano. No lo hice para provocar a nadie, era la verdad. Hoy soy una convencida que todo lo que no aporta, sobra. Aunque sea verdad.

Con los días, me fui enfrentando al resto de las materias y la angustia fue en aumento. Me levantaba al alba para jamás llegar tarde, ponía atención, trataba de interesarme, pero no lograba entender hacia dónde iba dirigido el trabajo. Era todo muy abstracto. Me comparaba con mis compañeros, sentía que no servía y tomaba pésimas decisiones. Hasta que un día supe que también sería evaluada por mi proceso. Hasta ese momento jamás había puesto atención en el proceso de nada, era algo completamente nuevo para mí. Y entendí que el trabajo consistía en esforzarme, en mejorar y en avanzar aunque fuese lento. Aleluya.

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La sociedad occidental está obsesionada con los resultados. Las calificaciones, los primeros lugares y los ceros en la cuenta bancaria son formas de medir el éxito. Si quieres ser reconocido, debes llegar primero, irte último y ser mejor que el resto. Punto. Pero existe otra forma de mirar la vida. Consiste en valorar lo que te puede enseñar un proceso, por complicado que sea. Entonces no importa si comienzas totalmente perdido, desorientado, en el fondo del hoyo. Lo que vale es trabajar duro y superarte. Y lo que he aprendido desde entonces, es que cuando el foco está puesto en la superación personal, casi siempre excedes el resultado esperado sin darte cuenta. Era muy confuso ver cómo algunos de mis compañeros que deslumbraban el primer día luego se estancaban, obsesionados con repetir las reacciones que habían conseguido al principio. La atención estaba puesta en los aplausos. En cambio, otros que parecían los mas débiles, no dejaban de trabajar logrando progresos sorprendentes. La atención estaba puesta en ellos.

En la vida hay cosas que son blanco o negro. Claramente, si un cirujano nos trasplanta el pulmón equivocado, no nos interesa qué aprendió en su proceso. Pero en el arte, en los sueños, en las relaciones, en la lucha contra la enfermedad y en tantas otras cosas, el camino es muy importante. Y si aprendes a disfrutar el momento presente, el final da lo mismo, porque ya eres exitoso cuando más importa, hoy. Entonces da igual lo que pase después. Las Memorias de Phil Knight (Fundador de Nike), “Nunca te pares”, te pueden servir de motivación si estás trabajando mucho por obtener algo y a veces te dan ganas de mandar todo a volar.

Ese semestre terminé reprobando la clase y estuvo bien. Yo necesitaba más tiempo. El año siguiente la volví a tomar, de nuevo con Alberto, y la pasé con excelente nota, aunque el ejercicio de la mano sigue siendo un misterio para mí. Y desde entonces, cuando voy a empezar algo, trato de sacar una foto mental de cómo estoy física y emocionalmente, qué tan contenta, preocupada o muerta de miedo me siento. Y cuando saco la foto final, siempre estoy mejor. Más cansada, a veces desilusionada, o teniendo que luchar contra mis expectativas no cumplidas. Pero en el fondo, mejor. Y lista para empezar otra vez.

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