Chile

Antonella Orsini: “mi filosofía es fluir, no restringirme”

El yoga transformó su vida. Superó los ataques de pánico y los mandatos del ego, y se acercó a la tranquilidad que tanto buscaba. Hablamos sobre prejuicios, los desafíos de vivir sola con dos hijos, y sus proyectos profesionales.

Cuando Antonella Orsini (33) conoció el yoga, estaba grabando la teleserie “16”, de TVN, y había terminado con su pololo de cuatro años por una infidelidad. Estaba sufriendo mucho; entró en una crisis existencial fuerte, no tenía nada claro, se sentía sola, fumaba una cajetilla de cigarrillos al día. Como le contaron que el yoga hacía bien para el alma, asistió a su primera clase, y sintió que no podría parar.

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En ese mismo proceso se fue a estudiar Teatro a España, porque en Chile la discriminaban porque “tenía cara de cuica”, así es que no le abrían las puertas en las tablas. “No quería que me valoraran por ser bonita, sino por algo interno. Para personajes del teatro chileno no doy en el casting al parecer, así es que me fui a estudiar Teatro a Valencia, España, por un año. Una de las mejores experiencias de mi vida. Aquí había un prejuicio con ‘la cuica que hacía teleseries’, allá era una más, nadie me juzgaba. Hice teatro callejero, me dejé rastas, me volví un poco hippie. Fui muy feliz”.

Pero no dejó el yoga. A las 7 de la mañana empezaba sagradamente su rutina, y luego estudiaba Teatro. Su gran sueño sigue siendo unir teatro, yoga y temas femeninos.

Luego volvió a Chile para continuar en otra teleserie con la cual tenía contrato. Hoy tiene su propio centro de yoga, Casa Templo, donde da clases de lunes a sábado, e incentiva a la práctica en su Instagram @antonella_orsiniv.

¿Querías volver de España?

Sí, quería estar acá, y por algo sigo acá. En el fondo me propuse alcanzar toda esa felicidad y esa libertad, aún con todos los prejuicios de uno o que el país tiene.

¿Igualmente fue difícil?

Después de un tiempo empecé con crisis de pánico, a los 21 años; dejé de hacer yoga… Sentía que me ahogaba actuando, transpiraba cuando decían “acción”. Mi compañero de actuación en ese minuto era Iñigo Urrutia, y me hacía respirar para que estuviera más tranquila. Terminé esa teleserie a punta de pastillas que me recomendó una siquiatra, Ravotril parece, porque no tenía tiempo para hacer yoga por la teleserie.

¿Qué pasó después?

Dije que nunca más quería hacer una teleserie. Que me iba a ir a Buenos Aires a estudiar Teatro, porque insistía en trabajar ahí. Una amiga muy sabia me dijo que no escapara, que tenía que resolver algo aquí. Finalmente me quedé y me inscribí para ser profesora de yoga. No lo hice para convertirme realmente en profesora, sino para sanarme. Además, el yoga es tan corporal como el teatro, entonces podía canalizar esas ganas.

Es increíble porque a veces uno lucha por algo que no se da, y quizás encuentras tu misión si te quedas quieta, ¿no?

Claro, personalmente encontré este mundo y una misión espiritual grande. Dejé los remedios altiro, dejé de fumar, empecé a comer más sano, pero todo de a poco. Fui tres años vegetariana, vegana incluso, pero ahora me alimento lo más orgánicamente posible, y si me hace sentido comer un pedazo de pollo, me lo como. Consumo huevos de gallina libre, muchas verduras, yogurt orgánico, pero no me restrinjo y tampoco a mis hijos. Más que cualquier restricción, busco fluir; esa es mi filosofía de vida ahora. Vivimos en un mundo tóxico, entonces hay que entregar las herramientas para escoger lo mejor, pero sin restricciones.

¿El cuerpo cambia mucho con el yoga, a nivel interno y externo?

Mucho, mucho. Fumaba desde la mañana, y típico que una señora decía “tanto que fuma, usted”. En ese momento existía la necesidad en mí de destruirme, de contaminarme. En los carretes tomaba harto, quedaba mal al otro día y me sentía vacía, una caña bien existencial, llegaba al dolor del Universo…

¿Con el yoga se llega a esos periodos de pena profunda?

Existen, pero se llega menos. Además uno no se identifica tanto. Lo que hace el yoga es verte desde lejos; no te identificas ni con los éxitos ni los fracasos. Se sufre pero desde otro lugar, no se llega a la intensidad de esa emoción. Empiezas a entender que uno no es esas emociones, hay algo más adentro que es tu alma, y uno solamente pasa por esas emociones. Finalmente, si uno se nutre de comida o pensamientos tóxicos, te juntas con gente tóxica, después vas al carrete y tomas copete, vas a ser una persona tóxica. Pueden venir acontecimientos negativos, pero si te estás alimentando sano, estás teniendo pensamientos positivos, si viene algo que te quiere tirar al suelo, vas a sufrir pero la caída no será tan profunda.

Hiciste el canal de YouTube “Antonella Orsini Yoga” para llegar a más personas con el yoga…

Sí, porque me di cuenta que el yoga es elitista, y sólo algunos tienen acceso. Yo pude gracias al trabajo de la tele, porque no vengo de una familia con plata; trabajé desde chica, ayudaba a mi familia. Bueno, en el yoga me encontraba sólo con gente que tenía los medios, así es que quería abrir este conocimiento.

Ahora está más abierto a todos, me parece…

Sí, ahora existe desde el Yoga a Luka, personas que lo han expandido o intentado masificar, pero aún así los talleres o cursos siguen siendo carísimos. Además, no siempre se trata de plata, sino de tiempo. En esta vida loca, ¿en qué momento van a ir a hacer una hora de yoga? Con el canal de YouTube no se tienen que mover, pueden hacerlo cuando sus hijos estén durmiendo, o cuando puedan.

Hablemos de técnicas. ¿Qué posiciones sirven para disminuir los ataques de pánico?

Las emociones están albergadas en el pecho. Cuando estamos angustiados se nos cierra el pecho, respiramos por la boca, cerramos los hombros. Cuando queremos sacar la angustia se necesita apertura de pecho, hacemos la cobra abriendo el pecho. También sirve la postura gato-vaca, que consiste en ponerse en cuatro patas: las manos debajo de los hombros y las rodillas debajo de las caderas, y abrir el pecho y exhalar, te curvas. Posturas muy simples.

El estreñimiento también es un problema súper femenino. ¿Qué asana es la ideal?

Son posturas de torsiones. Con cruce de piernas, con la mano izquierda sobre la rodilla derecha, exhalo y me tuerzo; lo mismo para el otro lado. Otras posturas con fuerza abdominal y respiración también tienen un efecto en el intestino y colon. Para quienes tienen problemas sexuales, se realizan posturas para abrir las caderas; los que sufren de migraña, posturas con la cabeza hacia abajo. Todo tiene una indicación científica. Es una disciplina de más de cinco mil años. Los maestros observaban a los animales, las plantas y al ser humano para entender cómo orgánicamente todo funciona.

“Me gana la esperanza, porque tengo hijos”

¿El yoga te hace más consciente de la realidad que vivimos?

Sí, pero todo es un camino. Primero se empieza con la consciencia de uno mismo, y después dejas de mirarte el ombligo. ¿Por qué sufrimos tanto? Porque vivimos pendiente de nuestro propio sufrimiento somos incapaces de mirar el mundo, de agradecer. Cuando te preocupas del planeta, de la contaminación, de la basura, de hacer compost, de reciclar, es un camino lento. ¿Quién con problemas existenciales se preocupará del planeta? Uno tiene que sanarse primero, después con los demás, y luego con el mundo.

Participas en Voluntarios por el Océano, una iniciativa de Cerveza Corona junto a Parley. ¿Qué te ha parecido la experiencia?

Fue una apertura para mí. Me preocupaba del compost y reciclaje, pero ahora comencé a comprender que el mar es el pulmón del planeta. Si los océanos están contaminados, ¿cómo vamos a respirar? Fui recién a la playa Las Urracas, en Iquique, y me impresionó la cantidad de basura. Es primera vez que voy con un equipo a juntar basura, y es impresionante cuando ves un lote de colillas de cigarro en un espacio de 2×2 metros cuadrados. Si la tierra respira así, cómo vamos a respirar nosotros. Todos tenemos que aportar al mundo, porque si seguimos así, en el 2050 no va existir la Humanidad. Estamos en una situación crítica.

Siendo sincera, ¿crees que existe esperanza en este sentido?

Paso por momentos, pero me gana la esperanza…, porque tengo hijos. Los veo a ellos y a sus amigos y veo que vienen con un chip muy consciente. Me entregan esperanza.

Algunos pueden pensar que llevar una vida “zen” te invita a no actuar o a no fijarte en lo negativo. ¿Es así?

Es complejo. Los problemas afectan. De repente uno opta por no leer los diarios o no ver televisión para no enterarte, pero es vivir en una burbuja, y estoy en contra de eso. Uno tiene que luchar con la desigualdad social. El problema del dolor y pobreza en el mundo es grande. Un bajo porcentaje vive como nosotros, hay una desigualdad enorme. Me lo cuestiono, vivo con eso, no me hago la tonta. Por la actividad de Voluntarios por el Océano me quedé en un hotel hermoso en Iquique, y atrás se veía una población y el desierto. Una postal súper contradictoria. Conversé con alguien que estudia Teatro Ocupacional que fue a Alto Hospicio, y me hubiese encantado quedarme un día más para hablar con ellos, enseñarles a respirar.

Trabajaste en un siquiátrico, ¿verdad?

Sí, y me encantó. También me gustaría ir a las cárceles a enseñar la práctica. ¡Hago lo que puedo! Soy mamá de dos niños, a mi hija grande la mantengo sola, y con el más pequeño comparto crianza con el papá. Vivo sola con los dos, es sacrificado. De todas formas está en mi interés, y lograré en algún momento acercar el yoga a otros lugares, como un siquiátrico público o a la cárcel de mujeres. Tengo un ímpetu por transmitir todo esto.

¿Es importante estar con una pareja con el mismo nivel de consciencia?

Mi ex pareja es el papá de mi hijo, con quien tengo una crianza compartida, es un gran papá. Tengo las dos experiencias en el fondo. Es un papá consciente de sus derechos y los míos. Si lo nuestro no resultó es por otros temas. Había una necesidad mía de cumplir muchos sueños, y con una familia, con pareja e hijos, no podría hacer todo lo que hago. En la vida uno tiene que optar. De todas formas, terminó de muy buenos términos y a través del amor.

¿Buscas a una pareja que siga tu mismo camino?

Siempre es bienvenido, pero no tengo mucho tiempo. Si aparece, bien. En algún momento espero que llegue el amor de pareja, pero por ahora no tengo necesidad, tengo otros sueños para ayudar a otros. Quizás pienso así porque terminamos hace menos de un año…

¿Qué te han enseñado tus hijos?

Los mayores maestros son los hijos. La mayor (Cloe, 7 años) es una sobreviviente. Me arrendé una pieza cuando ella tenía tres meses, después me fui a vivir con una amiga, después volví con mi mamá, viví sola de nuevo, me fui a vivir a San Pedro de Atacama… Es mi compañera de vida, es una niña muy sabia. Si me ve alterada me dice “mamá, respira”. Tiene la palabra o el gesto perfecto. Ella me dio la fuerza para aperrar en la vida, tuve que salir adelante como sea.

¿Y tu hijo?

Luan (2 años y medio) vino desde otro lugar: ya estaba en familia, con un papá súper presente. Se crió en la naturaleza, con juguetes de madera, sin ningún ruido. Ahora es un niño que no para, pero es muy puro.

¿Los tienes en un colegio no tradicional?

Sí, opté por la educación Waldorf. A la Cloe la tuve en un jardín tradicional, pero me di cuenta que la Waldorf tiene mucho que ver con yoga. Y se le enseña a los niños desde la experiencia, no desde la memoria. Me parece perfecto para ellos.

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